Una de las ramas de la psicología más interesantes es la llamada “social”. En ella, se indaga e investiga acerca del comportamiento del ser humano. Pero no de una forma cualquiera. Se analizan sus pensamientos, sus sentimientos y, como consecuencia de ellos, su comportamiento final ante un determinado grupo de personas o una sola persona en concreto. Esta ciencia da luz a cómo el ser humano se muestra de una manera diferente en sociedad, ya que ha interiorizado una serie de estereotipos culturales que le vienen dados y que ha asimilado para formar parte del grupo. Sin embargo, su verdadero yo, su verdadera forma de ser, de pensar y de actuar queda relegada a un segundo plano y, se podría decir, que su verdadera personalidad se manifiesta en solitario, como cuando uno es observado viendo la pantalla de televisión sin ningún tipo de interrupción o interferencia.

Se plantea una cuestión moral en cuanto a este principio, ya que si realmente el ser humano se presenta bajo una serie de preceptos aprendidos previamente, ¿vivimos bajo el efecto de una “fachada” de personalidad que no deja ver al verdadero ser que llevamos en nuestro interior? Seguro que muchos habrán conocido a personas que no eran lo que aparentaban ser en realidad. Ese tipo de personas que viven una vida que no es real, que camuflan bajo cualquier tipo de excusa, apariencia o mentira, y que, en el fondo, no encuentran la felicidad porque la sociedad les ha enseñado que la “fachada” es lo que necesitan para poder vivir en comunidad, poder ser aceptados en el grupo y ser, aparentemente, normales.

La “fachada” se convierte así en el arquetipo de una falsa felicidad. Las propias redes sociales contribuyen a reforzar esa “realidad falseada” bajo la apariencia de una felicidad que sólo alimenta el ego. Vivir pendiente de los “likes” o de cuántos de los contactos que poseo han visto mi última fotografía o publicación se ha convertido en el monstruo que alimenta un ego insostenible. Solo cuando el ego baja de su nube y choca con lo que es real se da cuenta de que su felicidad es fruto de una situación engañosa. Entonces y solo entonces, llega la sensación de fracaso o abatimiento y la crisis personal sobre qué sentido tiene la vida y qué es la felicidad verdadera.

El artista francés Zacharie Gaudrillot-Roy también recoge todas estas preguntas en su obra Fachades. A través de su objetivo, el francés ha ido captando edificios que podrían reflejar muy bien la situación planteada. A través de esos edificios se muestran simplemente sus fachadas, bellas, limpias, anticuadas, simples, pomposas… Sin embargo, su trasfondo está vacío. Sí. Completamente vacío. Solo se muestra un muro exterior sin nada en el interior. Una mera imagen, un refugio exterior sin trasfondo, vacío, como el interior de una persona que solo es “fachada”.

El propio artista ha dicho sobre su obra: “He disfrutado mucho curioseando por la ciudad, vagando entre sus calles, mirando e imaginando la mentira detrás de esas paredes”.  Las historias detrás de las “fachadas” están plagadas de miedos, engaños y, en ocasiones, lágrimas. Gaudrillot ha querido mostrar la mentira de una sociedad que se escuda en la apariencia más que en el contenido y en el resultado que esa falta de realidad conlleva. El vacío interior está a la orden del día en nuestro caminar. De uno mismo depende salir de la mentira y afrontar la realidad, aunque para ello hacen falta valores morales que la sociedad actual ha perdido por completo. Una sociedad vacía sin contenido aparente y con mucho continente por llenar.

 

Las mentiras que esconden las idílicas fotos de Instagram