“Habiendo vivido durante 20 años en la admirable ciudad de Roma, aunque me atuve al arte de la orfebrería, siempre quise durante este tiempo hacer alguna obra en mármol y siempre practicaba con los mejores escultores que vivían en este tiempo; entre ellos tuve por el mejor a nuestro gran florentino Miguel Ángel Buonarrotti.” Con estas palabras Benvenuto Cellini hablaba en su tratado sobre uno de los artistas más internacionales de todos los tiempos y cuya fama aún pervive fuera de las fronteras italianas. Cellini muestra en este texto su inquietud y curiosidad a la hora de trabajar sobre otro tipo de materiales que no sean claramente aquellos destinados a la talla orfebre durante su estancia en Roma. Cualquier artista ha sentido en algún momento de su trayectoria la necesidad de experimentar, innovar y crear fuera de su campo habitual de acción para crecer y ganar experiencia. Y es gracias a esa infinita curiosidad la que ha hecho posible que, a día de hoy, se pueda disfrutar de fantásticas obras de arte.
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La artista francesa que nos ocupa hoy también ha sentido la llamada de Las Musas que, en más de una ocasión, la han conducido a experimentar en diferentes áreas artísticas. Desde el dibujo, el grabado, pasando por la fotografía y la escultura, cualquier disciplina es válida para demostrar su arte. Sus obras intentan hacer regresar al espectador a las raíces, al origen, a la naturaleza de la que se separó un día, para así poder valorar el mundo en el que vivimos y hacer un análisis en profundidad de la situación actual.
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Para hacer al espectador partícipe de esa búsqueda y reencuentro con el entorno natural que se ha perdido, la artista ha recurrido a la mitología egipcia y, en especial, a la figura del dios Osiris. Conocido como As-ar, el dios de los muertos y del mundo subterráneo o de la noche se encarga de juzgar a las almas que han llegado hasta ese lugar una vez abandonan el mundo de los vivos. Iconográficamente aparece ataviado con vendas blancas de momia, luciendo una corona blanca sobre su cabeza y un rostro que adquiere una tez de color azulada. Según cuenta la leyenda, era hijo primogénito de la diosa Nut y del dios Ra y estaba llamado a ser un gran y sabio rey. Bajo su reinado floreció Egipto y, no contento con ello, viajó a tierras lejanas para civilizar e inculcar conocimiento a los bárbaros. A su regreso se encontró con algo que cambiaría su destino. Su cruel y envidioso hermano Set quería tomar las riendas del gobierno y para ello elaboró un truculento plan para deshacerse de su hermano mayor. Set mandó confeccionar un sorprendente cofre hecho a la medida de su hermano. Durante el banquete de bienvenida Set ofreció el cofre a aquél que cupiera en él. Lógicamente, el único que encajaba perfectamente en su interior era Osiris. Así que, una vez en su interior, Set cerró y selló el cofre y lo lanzó al Nilo donde Osiris falleció ahogado. Cuando Isis, la esposa de Osiris, pudo recuperar el cuerpo de su difunto marido, el vengativo Set lo descuartizó. Isis se encargará de recuperar los pedazos del cuerpo de Osiris para reconstruir su cadáver y devolverle a la vida. Pero Osiris ya no podrá seguir siendo rey en el mundo de los vivos. Sólo podrá serlo en el mundo de los muertos. Por este motivo, al dios del mundo subterráneo se le confería las cualidades de la renovación y la eternidad a través del proceso de reencarnación espiritual.
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Mathilde Roussel-Giraudy utiliza este mito para crear sus esculturas, que han sido bautizadas como orgánicas. La idea de renovación y eternidad queda recogida gracias a un sencillo proceso de creación que utiliza en sus esculturas. Sobre una estructura de metal reciclado coloca semillas de trigo y césped, que germinan dentro de un conglomerado de tierra y nutrientes en un entorno natural. La forma humana de sus figuras enlaza claramente con el mito osiriaco en el proceso de reencarnación espiritual y la utilización de elementos naturales recupera los orígenes biológicos del ser humano. Con ello, pretende hacer una denuncia ante un mundo donde lo sintético ha ganado terreno a lo natural para hacer perder al ser humano su condición natural y su identidad.
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El paso del tiempo va a ir cambiando y transformando las esculturas creadas desde su nacimiento hasta su muerte, pasando por diferentes etapas que van desde la tierra fértil hasta la hierba seca que adquiere un tono marrón. A través de esta exploración, la artista compara el paso del tiempo sobre el hombre y la naturaleza para encontrar más símiles que diferencias, para hacernos partícipes de un paisaje mental que es vegetal y está nutrido por una escultura orgánica que cobra vida y muere a través del tiempo.