Un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Frase demoledora donde las haya, pero con un trasfondo 100% real. Conocer el pasado lleva a comprender el presente y poder caminar hacia el futuro. Algunos dirían que se trata de aprender de los errores que nuestros antepasados cometieron. Otros, de extraer una lección valiosa sobre lo que ocurrió. En ambos casos, el aprendizaje extraído nunca debe frenar el deseo de seguir adelante y cometer nuestros propios errores, sin que ello lleve a repetir los del pasado.

La historia siempre puede ser vista y entendida desde diferentes enfoques. Pero nadie puede cambiar el pasado. Tanto si fue para bien, como si fue para mal. Lo único que se puede cambiar es el futuro. Y por ello, el presente, el aquí y ahora, es el único arma con el que contamos para avanzar hacia él. Aunque una vista hacia atrás también es sano y necesario para recordar de dónde venimos y hacia dónde vamos.

El artista noruego Thomas Jørgen Klevjer es un enamorado de la historia de su país. Su pasado, su presente, sus gentes, su cultura, sus paisajes… todo tiene cabida es un obras pictóricas. Tal es su afán por su tierra que incluso ha recurrido a las técnicas más convencionales para realizar sus pinturas. Nada de digitalización, arreglos con Photoshop o diseño gráfico. Sus obras son 100% lienzo, óleo y barniz. Algo tiene que ver su pasión por los pintores del siglo XIX y la escuela noruega de paisaje como Dahl, Erik Werenskiold o Christian Krogh.

Sin embargo, sus formas de interpretar la pintura de historia son muy diferentes a las que solemos estar acostumbrados. No es un Jacques-Louis David y tampoco los acontecimientos de aquella época tienen que ver con la mirada más reflexiva y tranquila de Klevjer. Las obras del noruego son mucho más inteligentes, con sus insinuaciones acerca de la historia con un enfoque más divertido o actual. Un casco, un escudo y una espada pueden llevarnos desde la época vikinga, a las tropas medievales o a los uniformes del XIX. Una calavera, un perímetro delimitado, una pala y un pergamino nos enseña una excavación arqueológica.

Pero sus pinturas no se quedan en algo meramente estético. La forma en la que se sitúan los elementos en la escena hace que Klevjer quiera hacernos reflexionar y llegar a nuestras propias conclusiones sobre lo que estamos observando. Muestra de ello son sus obras con un fondo oscuro, alguna vez con algún guiño a la noche y el cielo estrellado de las latitudes nórdicas, donde se aprecian figuras que tienen que ver con la vida y también la muerte.

Toda la filosofía profunda de vida, la historia del lugar y sus gentes, sus lugares, su cultura, aparecen entremezclados para producir una obra que nos lleva a analizar con meticulosidad cada una de las piezas que componen la escena. Klevjer sabe así volcar toda su alma noruega en sus producciones, haciendo partícipe al espectador de la identidad del artista que es el resultado de la historia del lugar donde le vio nacer.

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