Con el Festival de Sitges mañana a la vuelta de la esquina, no podíamos dejar pasar la oportunidad de dejar en Malatinta una pequeña reseña de la película triunfadora durante la pasada edición.
Nos encontramos ante uno de los experimentos más extraños, caóticos, sugerentes y audaces de los últimos años. No sabemos si es su guión, entre lo descabellado y lo inteligentemente divertido, lo que hizo a esta película merecedora de grandes premios. Lo que sí es seguro es que fue precisamente el guión lo que ha hecho que la obra del director Leos Carax esté en el top 10 de las “o la amas o la odias” de los últimos… MUCHOS años.
Pero lo cierto es que hay películas que, gusten más o menos, están fuera de todo debate a la hora de clasificarlas como estéticamente semiperfectas, y Holy Motors es una de ellas.
Situémonos. Créditos. Minuto 1.02: Carax decide que el primer fotograma de su película va a ser un patio de butacas lleno hasta la bandera y… con todos los espectadores durmiendo.
Lo siguiente que vemos es al propio Leos Carax en una habitación, levantándose de una cama y dirigiéndose hacia una pared aparentemente normal. Lo cierto es que todo (por favor olvidemos que hemos visto a la audiencia dormida) es bastante normal hasta que, en el minuto 3.39, nuestro querido director se dispone a abrir una puerta secreta, oculta en la pared de papel pintado, que, además, abre -ni más ni menos- que con su dedo corazón, convertido en llave que encaja perfectamente.
Carax entra en una sala de cine, por la que vagan a sus anchas un bebé y unos perros gigantescos (¿alguien entiende algo?). Es la misma sala en la que se encuentran nuestros amigos, los espectadores que, por supuesto, continúan dormidos. Llevamos 6 minutos de película y hasta ahora aquí no se ha escuchado ni una palabra.
Sin duda muchos de los espectadores reales de Holy Motors se sintieron tentados a imitar a sus doppelgängers en la pantalla. Para los demás, los que decidimos quedarnos, comienza la aventura de Monsieur Oscar. Agárrense, que vienen curvas.
Monsieur Oscar sale de una casa que bien podría haber sido diseñada por Le Corbusier, arquitecto seguidor de la Escuela de la Bauhaus que abogaba por fachadas de líneas y formas geométricas puras. Si esta casa hubiera tenido la planta inferior descubierta, no hubiéramos tenido dudas.
Una casa moderna, perfecta para un empresario adinerado y con una familia estable… Pero en Holy Motors las apariencias engañan: y Oscar dista mucho de lo que se infiere de su apariencia.
A partir de aquí, cualquier atisbo que pueda esperar el espectador de estar ante un guión relativamente lineal debe ser olvidado. La línea que sigue Holy Motors no está estructurada convencionalmente, sin ser esto algo negativo, sino al contrario. Holy Motors es una película que hay que saber ver para disfrutarla plenamente; desde el momento en el que Oscar sube a la limusina. Tienes que subirte con él.
Holy Motors es de una belleza visual tremenda, con momentos sensuales, cómicos y conmovedores. Monsieur Oscar llega a ser hasta 9 personajes diferentes a lo largo del metraje. Todos bailan entre la apatía, lo bizarro y la locura, dejando al espectador que disfrute de un explícito “coito virtual” bellísimo.
[photomosaic ids=»2375,2373″]
O también de una secuencia igual de repelente que cómica, como la que protagoniza el personaje de Monsieur Merde, un personaje bastante repugnante que podría haber sido retratado por la fotógrafa Diane Arbus, mencionada –precisamente- en esa escena.
[photomosaic ids=»2371,2368,2369″]
También en este pasaje de Monsieur Merde se incluye una de las partes más pictóricas de la película. ¿Es un fotograma o una versión moderna (sin tela y con erección) de «La Pietat» de Annibale Carracci?
[photomosaic ids=»2372,2370″]
Lo cierto es que a Leos Carax no le da ningún miedo saltar entre extremos, dejar nacer una historia tras otra, sin más conexión entre ellas que el personaje protagonista, que tan pronto es un padre perdido en la labor de serlo, como un músico tocando el acordeón en una secuencia musical que es otra de las partes más sobresalientes de la película. “3, 12, merde!” grita el personaje a mitad de la canción. ¿Alguien entiende por qué? ¡No! Ni falta que hace. Esto sólo puede ocurrir por una razón: la secuencia es magistral. Pincha aquí para verla.
La música da paso a la segunda mitad de la película, más oscura que la primera, que era más superficial. Carax se reserva un as en la manga para esta segunda parte. Lo agrio, incómodo y doloroso se encuentra aquí, en el interior del personaje. Y entre vagabundos, locos de atar, padres, asesinos y enfermos llegamos a otro de los momentos cumbre de la película: Kylie Minogue interpretando a Jean, una especie de Monsieur Oscar en femenino. “Tengo 30 minutos” le dice Jean a Oscar. Y con esta frase, ambos caminan hacia el momento musical que hace la delicia de los amantes del género. Espléndida Kylie Minogue en su “Who were we?”. A estas alturas de su intervención ¿quién recuerda su hit 80’s “Locomotion”?
Holy Motors es una travesura en la que todo vale para mostrar la decadencia de un personaje (de muchos personajes) y para atrapar al espectador -que lo permita- con la potencia de la imagen en sí misma, con detalles minúsculos y repetitivos como esa luna continua en el cristal delantero de la limusina. Sabemos que en realidad no es el reflejo de la luna, sino la luz del interior del coche, ¿casualidad? Quizás. Pero una casualidad muy bonita.
No entraremos en el debate de si Holy Motors es buena o mala película, ni qué quiere explicar porque, posiblemente, sólo Leos Carax (o ni él) lo sepa. Que tiene soberbias interpretaciones nadie lo duda. ¿Es una película arriesgada? Lo es. ¿Pretenciosa? Puede. Si es una película acerca de la época decadente en la que vivimos, del arte de la interpretación, de la soledad, de todo lo anterior y mucho más, lo dejaremos a la libre elección del espectador que haya sido capaz de descifrar que el cine no es sólo la normalidad de un relato con introducción, nudo y desenlace; que el cine a veces también es menos convencional y que a veces el ejercicio consiste en sentarse en la butaca y disfrutar del libre albedrío del director, que para eso es el jefe.
Deja una respuesta