Todos los días del año los medios de comunicación tenemos un aniversario que sacar a relucir… y es que -no lo vamos a negar-, las onomásticas son un elemento de relleno de lo más agradecido. Para mayor regocijo, rememorar ciertos acontecimientos suele generar un importante tráfico de comentarios, gracias a que se abre la veda para ejercer uno de los hábitos más comunes en nuestras existencias digitales: recordar el pasado… y comentarlo a diestro y siniestro. A todos nos encanta compartir en nuestras redes lo que hacíamos el día de los atentados de Nueva York, a quién abrazamos tras el gol de Iniesta (de mi vida) en Sudáfrica o dónde estábamos cuando nos enteramos que había muerto Michael Jackson. Es cierto que muchos caemos a menudo en el abuelocebolletismo repitiendo tanta batallita, ya que todos los años hay aniversarios impepinables de los que es prácticamente imposible escapar: no hay 23 de febrero que no se hable de Tejero, 8 de marzo de igualdad de género o 7 de septiembre de Mecano.
Sin embargo, de vez en cuando, se cumple una cifra redonda que te sacude, haciendo que dejes de un lado la relatividad del paso del tiempo para toparte con la dureza implacable de las matemáticas: ¿diez años de Volver?
Efectivamente: 10 de marzo de 2006, Puertollano, estreno mundial de la decimosexta película de Pedro Almodóvar y –hasta la fecha- último gran éxito unánime del director manchego, galardonada con más de 40 premios internacionales. Una obra de madurez en la que todos los elementos que la componían brillaron más que nunca: dirección, guión, música (para la historia queda la interpretación de Volver de Estrella Morente) y, por supuesto, interpretación: el morbosísimo reencuentro del director con una irreconocible Carmen Maura; la frescura de las recién llegadas Lola Dueñas y Yohana Cobo (¿qué ha sido de ésta última?); el talento pasmoso de Blanca Portillo en su mejor momento y, por supuesto, el que –quizás- haya sido el papel de su vida: una Penélope Cruz radiante, poderosa, a quien nunca volveríamos a ver de la misma manera como actriz. Su Raimunda le valió el aplauso de público y crítica.
La mayoría de las películas de Almodóvar suelen ser recordadas por el gran público por sus puntos más anecdóticos y surrealistas, pero Volver es uno de los mejores ejemplos que demuestran que las películas de Pedro son algo más que charol, boleros y travestis. Volver fue el culmen de una etapa de madurez que comenzó con Todo sobre mi madre, en la que su cine se carga de severidad, cuestiones morales, filosóficas y trascendentales
Resulta difícil no identificar, detrás de la historia de un grupo de mujeres de barrio, el análisis de cuestiones que nada tienen que ver con la frivolidad de la que, a menudo, se acusa al manchego. Volver fue un retrato contemporáneo de la variedad de formas con que la sociedad actual se enfrenta y reacciona ante la muerte. Al igual que en el plano en el que la sangre impregna una hoja de papel de cocina, la muerte empapa los 116 minutos que dura Volver. Sin embargo, y curiosamente, no aparece ni una sola escena de muerte explícita en toda la cinta.
Los traumas enconados relacionados con la muerte salen a la luz en esta película y obligan a sus protagonistas a enfrentarse a ella para, así, tratar de vencerla y sobrevivir, tal y como le sucedió al propio Pedro Almodóvar, quien en la rueda de prensa de presentación del film confesó “me baso absolutamente en mi vida, mis recuerdos y los de mi familia». El propio director afirmó servirse del rodaje de Volver como un “duelo indoloro”. “Nunca acepté la muerte, nunca la he entendido (…). Por primera vez, creo que puedo mirarla sin miedo, aunque siga sin entenderla ni aceptarla. Empiezo a hacerme a la idea de que existe”, comentaba el director.
Este ajuste de cuentas con la vida y la muerte ha permitido al autor calmar una existencia que vemos ahora reflejada en su obra, más madura y consciente que nunca. Esperamos ansiosos el estreno de Julieta. Mientras tanto, revisionar Volver nos parece el mejor plan.
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