Volviendo la vista atrás en el tiempo, parece casi impensable que la mayoría de los artistas dedicaran años de su vida para realizar una simple obra de arte. Horas de esfuerzo, trabajo y dedicación están detrás de cada pintura, escultura, arquitectura, partitura u obra literaria, sin olvidar la meticulosidad de los orfebres con verdaderas filigranas artísticas en miniatura. Sin embargo, se tardaron siglos en dar valor a uno de los elementos básicos para la realización de todo proyecto y que sin ellos no sería posible llevar a cabo la obra final. Los bocetos han sido siempre esa parte del arte que menos valor se le ha concedido y que, a pesar de todo, son los que cuentan la transformación de toda obra desde su inicio hasta su culminación. Sin ellos no sería posible conocer las sucesivas modificaciones, a veces por los gustos del mecenas que contrata la obra o por capricho del artista, que ha podido sufrir un edificio tan importante como pudo ser en su época la basílica del Vaticano y que pasó por tantas manos como Papas ocuparon la silla curial hasta su finalización. Bramante, Rafael, Giovanni Giocondo, Andrea da Sangallo y Miguel Ángel diseñaron sus proyectos para este colosal monumento y que sin esos dibujos y bocetos preliminares hubieran sido imposible conocer.

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No sólo en arquitectura. Grandes pintores como Rembrandt o Rubens los utilizaban para plasmar composiciones y bosquejos iniciales de muchas de sus más conocidas obras. Llama la atención que siendo el dibujo la primera de las artes y destrezas que aprendían todos los artistas en los talleres artesanales fueran ellos mismos los que no le hubieran dado la categoría que siglos más tardes ha alcanzado. La destreza del dibujo es la base para el aprendizaje del resto de las artes. Sorprende que muchos de esos dibujos se consideren “estudios” de la materia que se plasma sobre el papel, ya sea de la naturaleza o del ser humano. Basta con apreciar los dibujos de un Durero en su etapa italiana o del gran Leonardo para cualquier materia nueva que estudiaba para entender la importancia de los mismos y que son consideradas obras de arte por sí mismas.

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Algo de lo expuesto anteriormente debe de haber interiorizado y comprendido María Zeldis. Nacida en Ucrania en 1955, sus dotes artísticas fueron destinadas en un primer momento a la música en lugar de a la pintura. Durante los años 90 viajó a México donde, desde entonces, es pianista de la Orquesta Sinfónica del país. Su despertar a los pinceles ha sido tardío aunque no para demostrar una calidad ante los mismos bastante sobresaliente. No es raro encontrar artistas dedicados a otras disciplinas que desarrollan su labor creativa en cualquier otro campo. El Renacimiento fue el claro ejemplo de cómo escultores podían ser pintores, arquitectos, científicos, biólogos, botánicos e incluso ingenieros a la vez. Por ello, no es raro que Zeldis no sólo se sintiera motivada hacia la música, sino también hacia la pintura.

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Lo que más curiosidad despierta es su capacidad y su autoaprendizaje para llevar a cabo obras tan realistas y perfectas a nivel de proporción, detalle y perspectiva. Destacan sobre todo sus dibujos y los retratos que realiza. Todos ellos son de una naturalidad y una frescura que habla de la calidad de la artista que los lleva a cabo. Sus personajes hablan de los sentimientos que los embargan, ya sea a través de la mirada, de la expresión facial o de la postura que adopta. El estudio psicológico queda perfectamente plasmado a través del lápiz o el pincel, por lo que no es de extrañar que haya expuesto sus obras en casi la totalidad de Sudamérica.

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Sus manos crean obras de gran armonía, como si tocase las teclas del piano pero creando una sinfonía de colores. Arte autodidacta que va evolucionando y perfeccionándose con el paso del tiempo, mejorando la destreza manual del artista con el resultado de obras de gran belleza, dulzura, ternura y naturalidad.