Con la boca abierta. Así deja Kurt Wenner al público que observa su proceso creativo sobre el pavimento de una acera. Con su caja de tizas es capaz de pintar la mismísima escena del Juicio Final de la Capilla Sixtina, del célebre Miguel Ángel Buonarroti, y que sea bendecida en persona por el ya fallecido Juan Pablo II. Millones de personas han disfrutado de sus obras en diferentes ciudades europeas y estadounidenses. Una misma constante llama la atención de sus pinturas ya que nos traen reminiscencias de las grandes obras del Renacimiento y el Barroco. ¿A qué se debe este interés?
Kurt estudió en la escuela de diseño de Rhode Island y el Art Center College of Design antes de trabajar como ilustrador espacial para proyectos de la NASA. Pero su amor por el arte clásico le llevó a abandonar su trabajo en la NASA e instalarse en Italia. Sólo un deseo rondaba su mente: dibujar bien. Empezó a interesarse por un período concreto de la historia del arte, el Renacimiento, al ver que la forma de dibujar y pintar hace 500 años era muy diferente de la del siglo XX. Para Kurt, las habilidades y destrezas de los artistas renacentistas eran bastante más superiores que las de los artistas contemporáneos, por lo que optó por aprender in situ en una de las ciudades más importantes del arte a nivel mundial y cuna de los grandes genios del arte de todos los tiempos.
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Hay que recordar que el Renacimiento, junto al Barroco, fue el período más fructífero del arte en toda Italia. Roma y Florencia se erigieron como los principales focos artísticos donde una cantera de artistas se forjó y realizaron las obras más innovadoras que se han convertido en las más conocidas a nivel mundial. Todo artista europeo sentía la necesidad de ir a Italia a completar su formación y poder desarrollar sus habilidades frente a las obras, no sólo pictóricas sino también escultóricas y arquitectónicas, de Antonio da Sangallo, Bramante, Rafael, Jacopo Sansovino, Miguel Ángel, Andrea del Sarto, Leonardo… Aquellos artistas renacentistas no se habían dedicado a una sola faceta artística. Eran humanistas con una formación muy completa en lo que hoy podíamos llamar ciencias y letras. Conocían tanto las grandes obras literarias de la Antigüedad grecorromana como las contemporáneas, sabían astronomía, matemáticas, anatomía, botánica, música, geometría, arquitectura, escultura, pintura… A ello hay que añadir la labor de los mecenas que les contrataban para decorar sus inmuebles y que conocían muy bien tanto las modas como el trabajo y la fama de cada uno de estos artistas. Los mecenas son los grandes promotores de este tiempo y gracias a su aporte económico podemos gozar en la actualidad de magníficas obras que han servido de inspiración a muchos artistas posteriores. Y no sólo eso, también han sido y son fuente de formación y admiración constante para las nuevas generaciones.
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Para este pintor, Roma supuso entrar en contacto con las tradiciones clásicas y su intención ha sido ponerlas en contacto con el público contemporáneo. Así, aprendió a dibujar copiando directamente de la escultura clásica, como se hacía mucho tiempo antes de que en el siglo XIX los Impresionistas rompieran con la “tradición” clásica impuesta por la Academia y empezaran a pintar al plein air. No contento con el Renacimiento, también se interesó por los artistas del Manierismo para posteriormente empezar a viajar por las principales ciudades europeas y dibujar a mano las obras de arte y monumentos más importantes de todas ellas.
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Su fascinación por la tradición clásica fue tal que en la biblioteca y en las librerías buscaba libros y archivos antiguos sobre arte de este periodo. La geometría, la perspectiva lineal, los juegos ópticos y la percepción humana de los objetos le atraparon por completo. Tal es así que estas características son recurrentes en todas sus obras para conseguir trampantojos, escorzos, perspectivas abatidas y atmosféricas en obras que recuerdan claramente obras tanto del Renacimiento como del Barroco.
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Y al igual que su curiosidad no quedaba saciada, en términos de técnicas artísticas tampoco. Experimentó con el óleo, la témpera, la pintura al fresco hasta llegar a las tizas. Sus primeras obras con este material surgieron en Roma y, desde el momento inicial, las medallas y premios se han ido sucediendo hasta convertirse en el “maestro” de esta técnica a nivel mundial. Pintar en el suelo con sus tizas no sólo le ha servido para evolucionar como artista, también le ha servido para conocer y tener un contacto más cercano con el público y examinar las reacciones que muestran ante sus obras, tanto para bien como para mal.
Entre sus pinturas podemos apreciar altares para iglesias o capillas, techos ricamente decorados con escenas mitológicas y que nos trasladan a los grandes maestros barrocos de la pintura al fresco para hoteles, iglesias, edificios gubernamentales, museos y casas privadas. Asimismo, ha realizado bocetos para joyería, tapices, cerámica, madera, cubertería e incluso proyectos arquitectónicos. Y no sólo eso. Por su labor educativa, como experto en el arte del Renacimiento, ha recibido la medalla del Kennedy Center y ha realizado eventos y seminarios para Disney Studios, Warner Bros Studios, Toyota, y General Motors.
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No se puede negar que Wenner ha interiorizado todo lo que un humanista del siglo XV-XVI significaba. Su labor abarca diversos campos como si se tratase de un artista renacentista. Su constante pasión por aprender y renovarse es patente. Así que no es de extrañar que en un tiempo sorprenda con un nuevo giro en su faceta como pintor.