Cuando Calderón de la Barca escribió El gran teatro del mundo ya vaticinaba que el ser humano representaba un papel dentro del mayor escenario que podía pisar. Sin necesidad de acudir a la Antigüedad Clásica, donde las primeras manifestaciones teatrales cobraban vida de la mano de actores que representaban las pulsiones y temperamentos humanos en el día a día a golpe de disfraz, cada día el lector es testigo de distintas “representaciones” que tienen lugar todos los minutos y segundos de su existencia y que tiene como escenario los lugares donde transcurre su propia vida. La diferencia reside en que el actor puede quitarse la máscara una vez terminada la función. El ser humano, no. Su función continúa hasta que se baja para siempre el telón. Y eso sólo ocurre una sóla vez en toda la representación. Hoy el telón sigue alzado y la función que representa quiere recorrer los teatros más importantes del mundo o, al menos, algunos de ellos.

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