Uno de los conceptos que más ha fascinado a los artistas desde épocas remotas ha sido el de captar el movimiento a través de sus obras. Al recuerdo vienen imágenes de los antiguos sumerios y egipcios que intentaban ya capturarlo mediante diferentes posturas y giros corporales de humanos y animales en sus representaciones pictóricas y escultóricas. Incluso en algunas de estas manifestaciones se recogían el movimiento a través del tiempo mediante escenas en las que un mismo personaje aparecía en diferentes actitudes en cada una de ellas. La curiosidad de los artistas y su intento de perfeccionar sus obras llevaron a un estudio exhaustivo que tiene su máximo apogeo en la Grecia Clásica, donde el Discóbolo de Mirón aparece como la representación y culmen de ese estudio de la cinética que marca el paso de lo estático al movimiento en el momento justo e intermedio de su contención. Milenios después, el movimiento sigue despertando la misma curiosidad de antaño y el artista que viene a continuación ha sentido la necesidad de profundizar en el mismo a través de su obra.
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Stephen Orlando tiene instalado su taller en Ontario y desde allí es capaz de estudiar el movimiento utilizando las fotografías que realiza como material de observación y deducción. En primera instancia, sus trabajos se basan en el estudio del movimiento corporal y las ondas casi imperceptibles que se generan con el mismo, utilizando a deportistas de distintas disciplinas como modelos de estudio. Para Orlando el movimiento se hace visual puesto que se puede rastrear a través de los impulsos que desprende el cuerpo humano. Y estos rastros ligeros, que parecen fantasmales, los convierte en señales luminosas a través del color y las técnicas fotográficas.
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Su principal fuente de inspiración es la obra del pintor Gjon Mili, un genio de la iluminación que experimentó con violines en la década de los años cincuenta. Por ello, su segundo campo de investigación ha sido el movimiento ondulatorio que produce el sonido, concretamente a través de los instrumentos de cuerda. Así consigue estudiar la cinética tanto del ejecutante como la del instrumento musical vibrando ante ese movimiento inicial. Su obra se convierte en un estudio perfectamente documentado del movimiento humano, casi como los que realizaban los artistas griegos durante la Antigüedad Clásica.
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La técnica que emplea consta de luces de LED programadas para cambiar el color y así capturar el sentido del paso del tiempo ante el movimiento. Cada foto es capturada en una sola toma de larga exposición y los movimientos plasmados no han sido manipulados por el autor. La sensación final es la de una obra a caballo entre lo visual y lo oculto, entre lo real y lo que parece ficticio pero que existe y no es visible. Unas imágenes que no dejan de ser virales por las redes sociales y que no pasan desapercibidas.
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