Los procesos de reconstrucción y restauración de antiguos monumentos arquitectónicos siempre resultan novedosos. Por una parte, recuperar la utilidad de esos edificios puede ser un tema algo conflictivo. Por otra, a veces las restauraciones pueden encontrar problemas adicionales que, a simple vista, no eran detectables. Tanto como lo nuevo como lo viejo tienen que armonizarse para que el resultado siempre sea satisfactorio.
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Para todo amante del arte, el concepto de ruina evoca un sentimiento fascinante y melancólico a la vez. La ruina siempre trae el recuerdo de un pasado. Para algunos, de una edad no vivida, que se antoja fabulada e imaginada. Para otros, de una época vivida en primera persona, pero lejana y nostálgica tanto, para bien como para mal.

Grano molido de calidad y leche acromada son los dos ingredientes fundamentales para poder disfrutar de un buen café latte. Quizás siempre hayas tenido dudas sobre en qué se diferencia con un café con leche, pues la respuesta es en su cremosidad. En el café latte la leche se acrema, debido al calor directo del aire de la cafetera, sin embargo en el café con leche simplemente se mezclan al gusto. Una cremosidad característica que te hace poder presumir del característico bigote del primer sorbo. Pero…¿y si además tu café latte fuera una auténtica obra de arte?

Uno de los perfiles más olvidados pero que mayor peso tiene dentro del proceso de conservación de la cultura dentro de un museo es el de conservador. El conservador es esa figura que pasa de puntillas, casi desapercibida, dentro del edificio pero cuya labor es imprescindible para la buena conservación de las obras. Sin ellos, la mayoría de las obras ya habrían sido pasto de los años, de su deterioro irreversible y sólo podríamos haberlas conocido vía fotografía. O incluso, ni eso.

Convertirse en mecenas de las artes parece que puede estar al alcance de todos. Una labor que en el pasado realizaban las familias más ricas y pudientes ahora lo puede hacer cualquier persona de a pie.

Desde Estados Unidos llega un nuevo proceso de recuperación de lugares abandonados, a través de su rehabilitación y otorgándole un nuevo sentido para su uso. En la ciudad de Santa Fe, en Nuevo México, un grupo de artistas bautizado con el pseudónimo de Meow Wolf ha realizado una interesante labor de recuperación con una antigua bolera. No ha sido un simple proyecto de restauración. Se ha convertido en una verdadera joya artística gracias al ambiente que han creado en su interior.
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Los 1.900 metros cuadrados de superficie de este edificio han sido convertidos en un sinfín de elementos, combinados y elaborados artísticamente a la manera de un museo infantil, donde la fantasía, la decoración, y cada una de las piezas se han dispuesto como si de un parque infantil se tratase, aunque su destinatario final sea el público adulto. Se pueden toquetear todos los botones, gritar y correr por todos los lugares, porque para eso ha sido creado, para explorar. Y esta idea está en consonancia con su filosofía de vida, la de la generación que ha crecido con Nickelodeon, MTV, Jim Henson, Tumblr o Twin Peaks.
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Además, en el interior se desarrolla una historia, como en cualquier atracción de un parque temático, que ha llevado más de 18 meses a los autores darle vida debido a que muchas de las tramas se han desarrollado en torno a la decoración de las estancias. La idea principal radica en torno a una casa victoriana cuyos habitantes son una familia cuya protagonista es una madre artista, su marido inventor y un hijo que dará algunas sorpresas. Cuando se accede a la casa todo puede ser tocado, observado y explorado como parte del proceso de conocimiento del lugar, de sus habitantes y sus misterios.
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Un fósil de mastodonte, un pequeño taller de invención con todas sus probetas y tubos de ensayo, elementos diseccionados, un gabinete artístico… todo cobra vida en el ambiente decimonónico que ha sido creado para curiosos y amantes del arte. Y todo al módico precio de 18$ la entrada.