La Muerte como temática acompaña al ser humano desde el origen de los tiempos. Desde las culturas más primitivas se convirtió en todo un acontecimiento, a nivel familiar y social, donde la creencia de una vida más allá de la que conocemos fue centro de culto y devoción para cualquier ser humano que se veía asolado por la pérdida de un ser querido. Muchas de esas tradiciones siguen hoy en día vigentes aunque modificadas por la evolución de las costumbres de la sociedad contemporánea. Cada 1 de noviembre se celebra por todo el globo terráqueo el Día de los Difuntos, que adquiere diferentes nombres o apelativos según la raíz cultural de cada país. Pero todos ellos derivan de ese culto primitivo a las ánimas. El más conocido es el de las tribus celtas que bautizaron con el nombre de “fiesta de los espíritus” con el finalizaba las fiestas del Samhain o de la cosecha, con el que se daba la bienvenida al año nuevo celta y se despedía el verano.
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A nivel artístico, la pintura fue de las primeras artes en recoger gráficamente esta temática. Sin embargo, desde un punto de vista más profundo y con una carga mucho más reflexiva y filosófica, esta temática como tal no empezó a representarse hasta la llegada del Barroco. Tal vez fuera por toda la carga emocional que un evento tan devastador ocasiona por lo que no fue representado como tal hasta bien entrado el siglo XVII o por la carga religiosa o educacional de la sociedad de aquel entonces, pero la muerte, incluso hoy en día, produce cierto halo de rechazo a la hora de ser plasmado. A años luz quedan las representaciones sobre la misma que en un pueblo como el egipcio decoraban mastabas y pirámides con todos los ritos de iniciación para el paso al más allá, ya que la vida y la muerte están tan estrechamente vinculados que los egipcios tan sabiamente conocían que no era posible la una sin la otra.
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Durante el Barroco fue muy común el interés por la muerte y el concepto de “fugacidad de la vida” estaba muy presente en el pensamiento de la época. Muchos artistas realizaron pinturas dedicadas a este aspecto filosófico haciendo una profunda reflexión, en muchos casos cargada de todo un simbolismo que hacía crítica directa hacia las clases opulentas. La muerte resultaba igual de dolorosa para unos estamentos y otros, y las riquezas no resultaban de mucha ayuda ante la fatídica hora de la cita con la Muerte. Valdés Leal se convirtió en uno de los pintores nacionales que plasmó en algunos de sus lienzos este profundo sentimiento. Muy conocida es la obra “In ictu oculi”, donde la Muerte, guadaña en mano, aparece portando un féretro debajo de su brazo izquierdo y con su mano derecha apaga la luz de la vela, símbolo de la fugacidad de la vida, rodeada de todos los objetos mundanos y lujosos que eran típicos de esa época y que tampoco escapaban de sus garras. En “Finis Gloriae Mundi” muestra, bajo una realidad un tanto tétrica: dos ataúdes abiertos y dos cadáveres descomponiéndose, donde uno representa un alto estamento eclesiástico y el otro un caballero de la Orden de Calatrava. La balanza superior muestra el peso de las almas, donde lo material no tiene cabida pero sí lo espiritual, encontrándose en perfecto estado de equilibrio ya que es el ser humano el que decide hacia qué lado quiere que caiga: si el de la condenación eterna o el de la salvación.
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Frente a esta idea teatral y más religiosa de la idea de la muerte, en el siglo XIX adquiere una estética mucho más fría y despegada, mucho más acorde con los pintores neoclásicos. La “Muerte de Marat” es una de las pinturas más controvertidas del pintor francés Jacques Louis David por muchas razones, sobre todo políticas. En esta obra, aparece el joven periodista y escritor asesinado en su bañera, donde solía tomar baños para calmar los problemas de piel que sufría. La girondina Carlota Corday fue la encargada de darle muerte un 13 de julio de 1793 y su nombre aparece justo en la hoja que sostiene el asesinado en su mano. A pesar de la violencia con la que se tuvo que desarrollar este asesinato, el escritor aparece serenamente representado y las únicas evidencias de su muerte aparecen en el agua enrojecida por la sangre.
Sin embargo, el siglo XIX pasará a la historia por ser la época de todo lo romántico, incluida la muerte. Muchas son las obras que recogen representaciones de iglesias abandonadas, ruinas e incluso cementerios en mitad de la noche o la bruma. Ejemplos claros se encuentran en la pintura romántica alemana como “La abadía del robledal” o “Cementerio en la nieve” de Caspar David Friedrich. Todos ellos quedan representados con un halo de misterio, enigma y romanticismo del que es difícil escapar. Incluso la “Ofelia” del prerrafaelista Millais tiene un halo de perfección, idealismo y naturalidad que atrapa al espectador y le hace partícipe de esa aura romántica que desprende el ahogamiento de la retratada.
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Al acercarnos al siglo XX, y a medida que se dejan escuchar la llegada de las bombas de la Primera Guerra Mundial, ese halo de misterio deja paso a un sentimiento más real, atroz y en consonancia con el desasosiego que causa una contienda de tal envergadura en la sociedad civil. Max Beckmann, en 1906, realizaba una sobrecogedora escena titulada “La gran escena de la muerte”, donde las figuras que acompañan al cadáver dejan ver el estado de abatimiento y desesperación ante tal hecho. El color, la misma figura del fallecido y la pincelada suelta y desdibujada dejan al descubierto la impronta expresionista como vehículo para comunicar al exterior los horrores que atenazan la salud mental y anímica de los seres humanos ante una pérdida repentina. Y este sentimiento de desasosiego y falta de humanidad se hará más patente durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
Distintas corrientes se fueron sucediendo durante todo el primer cuarto del siglo XX y el tema de la muerte fue evolucionando, desde el punto de vista estético, de diferentes maneras. El punto de inflexión lo marcó la Segunda Guerra Mundial y, desde entonces, la pintura ha ido desarrollando esta temática en paralelo con el devenir de la sociedad. Un ejemplo claro ha sido la obra del polaco Zdzislaw Beksinski cuyas pinturas, sin título generalmente, expresan el sentimiento del artista hacia esta temática con una melancolía, una carga emocional que parece desasosegar al espectador. No sabemos si fue por el momento histórico que le tocó vivir en su Polonia natal pero sus pinturas se han convertido en las mejores representaciones sobre el tema de la Muerte en Europa.
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Dejando atrás todas las vanguardias y más cercanos al siglo XIX, se pueden destacar artistas como Dana Schutz, que desde la abstracción tiene una peculiar mirada hacia la llegada de la Parca. Y mucho más pegada a la realidad está la obra de Michael Zavros, que en su pintura “Phoebe está muerta” muestra la crueldad del portador de la guadaña cuando llama a una niña a acompañarle al otro lado de esta realidad. Así la Muerte siempre será un tema recurrente a lo largo de la historia del arte, mostrando ese rostro menos amable de la vida, aunque hará reflexionar al espectador sobre los aspectos profundos y fundamentales de la existencia. Al fin y al cabo a todos nos espera la negra Parca, antes o después.
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