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Anthony Howe y sus increíbles esculturas de metal en movimiento

En Malatinta hoy queremos que te imagines volando como el viento lo hace entre las impactantes esculturas de metal de Anthony Howe.

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Víctor Vasarely, el padre del Op Art visita el Thyssen

Una de las exposiciones más novedosas de este verano es, sin duda, la dedicada en el Museo Thyssen-Bornemisza al pintor Víctor Vasarely. Por temática podría ser una apuesta perfecta para el Museo Reina Sofía, pero el Museo Thyssen quiere así homenajear al artista húngaro con una exposición monográfica acerca de su vida y su obra.

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Janet Echelman convierte la Plaza Mayor de Madrid en escenario de su nueva escultura flotante

Desde el 09 al 19 de febrero la artista estadounidense Janet Echelman convertirá la Plaza Mayor de Madrid en su nuevo escenario para mostrar al mundo ‘1.8’. Su nueva instalación a todo color que convertirá una de las zonas más emblemáticas de la capital madrileña en su particular escenario.

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La escultura en movimiento de Ismael Sanz-Peña

Paseando por la ciudad de Toledo, se puede apreciar la magnificencia de la llamada Ciudad de las Tres Culturas. El pasado está muy presente por todo el urbanismo de la ciudad. Desde sus calles angostas, pequeñas, casi diminutas en algunos tramos, estrechas que casi se pueden tocar entre sí los balcones de las casas, hasta sus edificios cuidadosamente conservados, todo parece mantener un encanto que transporta a la Edad Media.

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Esculturas en movimiento de John Edmark

Escultura en movimiento. Y no, no nos estamos refiriendo en la búsqueda del movimiento a través de un cuerpo estático intentando encontrar la postura y los juegos de luces y sombras que hacen posible que el mismo parezca real. Las esculturas del artista John Edmark se mueven de verdad al insertarlas sobre un mecanismo que hace posible el movimiento real de las mismas.

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La vitalidad escultórica de Sayaka Ganz

«Hasta ese preciso momento, el pánico que también sentía el pobre penco parecía otorgarle cierta ventaja sobre el fantasma, aún cuando, desde luego, no fuera tan buen jinete como el decapitado…» Washington Irvin describe así parte del famoso recorrido a caballo de uno de los personajes más misteriosos y terroríficos de sus historias de miedo. El Jinete sin Cabeza es una de esos relatos fantasmagóricos que ha sido llevada a la gran pantalla en diversas ocasiones. Una de las más conocidas es la del director estadounidense Tim Burton, aunque también una de las que se aleja del relato original. Una de las escenas más famosas es la carrera nocturna que tiene como protagonistas a Ichabod Crane y al propio Jinete, cuya meta es un puente cubierto donde el terrorífico personaje venido del Más Allá lanza su cabeza, que resulta ser una calabaza, al pobre maestro de escuela. Ese caballo sobre el que cabalga la presunta figura regresada de entre los muertos corría como si estuviese poseído por el mismísimo Demonio. Los caballos de la artista protagonista del tema de hoy pueden resultar tan salvajes y fantasmagóricos como el del rocambolesco relato de Irvin. Pero, a diferencia del escritor decimonónico, son el resultado de un proceso de búsqueda interna y meditación que Sayaka Ganz realiza y que nada tienen que ver con la moraleja final de Irvin.

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La artista japonesa ha recorrido medio mundo desde que era una niña hasta llegar al estado de Indiana, donde actualmente desarrolla su trabajo. El contacto con el mar le hizo tomar interés por la búsqueda de la vida, más allá de la superficie de los objetos. Por ello, siempre le gustaba ir a la playa a buscar y explorar bajo la arena con la intención de encontrar algún tipo de rastro de vida animal, a veces con éxito y otras no tanto. De esa búsqueda siempre llegaba a la misma conclusión: la vida se manifiesta con toda su energía más allá de la superficie terrestre, en el fondo del mar, y hace partícipes a todos los seres humanos a través de la fuerza que emana al entrar en contacto y armonía con él.

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Su concepto de belleza está también asociada con la energía que emanan los seres vivos en todo el planeta. La belleza se encuentra en todas partes pero hay momentos en los que esa belleza necesita cambiar de dirección para volver a fluir en su estado original. De ahí que sus animales estén en constante cambio y movimiento, ya que con ello muestra que a través de ese cambio de innercia la belleza se transforma hasta volver a un punto de armonía original. Todo cambia, todo evoluciona, porque la energía vital necesita del movimiento para volver a alcanzar el equilibrio.

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Y ese equilibrio también está presente en las relaciones humanas. Para sus esculturas utiliza materiales que han sido utilizados y desechados. Ganz los modela y los trabaja para darles una nueva forma. Esas piezas son el resultado de un proceso de creación, uso, deterioro y renacimiento, con una segunda vida que, gracias a las manos de esta artista, tienen la oportunidad de desarrollar con una finalidad distinta para la que un día fueron creadas. Para Sayaka Ganz, las relaciones humanas también nacen y su «uso» lleva a un deterioro que se puede llegar a romper a través de los conflictos. Pero los conflictos se pueden superar cuando todas las piezas vuelven a encajar y, si para ello es necesario abandonar el lugar que se ocupa y romper con la energía estancada, hay que moverse hasta un nuevo lugar donde el individuo pertenezca. Siempre hay un lugar al que cada individuo y ser vivo pertenece, pero el cambio es necesario hasta que se encuentra.

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Energía en estado puro es la sensación que emanan sus esculturas, en ocasiones arrolladora, abrumadura, fruto de una fuerza vital interior que arrastra al que encuentre en su camino. Cierta violencia y bravura pueden ser observados a través del movimiento y la velocidad de regeneración que despiden. Esos animales van reconstruyendo su forma física desde el interior y la van completando hacia el exteriro a medida que consiguen alcanzar el equilibrio total al regenerarse por completo.

Movimiento que brilla en la oscuridad

Uno de los conceptos que más ha fascinado a los artistas desde épocas remotas ha sido el de captar el movimiento a través de sus obras. Al recuerdo vienen imágenes de los antiguos sumerios y egipcios que intentaban ya capturarlo mediante diferentes posturas y giros corporales de humanos y animales en sus representaciones pictóricas y escultóricas. Incluso en algunas de estas manifestaciones se recogían el movimiento a través del tiempo mediante escenas en las que un mismo personaje aparecía en diferentes actitudes en cada una de ellas. La curiosidad de los artistas y su intento de perfeccionar sus obras llevaron a un estudio exhaustivo que tiene su máximo apogeo en la Grecia Clásica, donde el Discóbolo de Mirón aparece como la representación y culmen de ese estudio de la cinética que marca el paso de lo estático al movimiento en el momento justo e intermedio de su contención. Milenios después, el movimiento sigue despertando la misma curiosidad de antaño y el artista que viene a continuación ha sentido la necesidad de profundizar en el mismo a través de su obra.

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Stephen Orlando tiene instalado su taller en Ontario y desde allí es capaz de estudiar el movimiento utilizando las fotografías que realiza como material de observación y deducción. En primera instancia, sus trabajos se basan en el estudio del movimiento corporal y las ondas casi imperceptibles que se generan con el mismo, utilizando a deportistas de distintas disciplinas como modelos de estudio. Para Orlando el movimiento se hace visual puesto que se puede rastrear a través de los impulsos que desprende el cuerpo humano. Y estos rastros ligeros, que parecen fantasmales, los convierte en señales luminosas a través del color y las técnicas fotográficas.

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Su principal fuente de inspiración es la obra del pintor Gjon Mili, un genio de la iluminación que experimentó con violines en la década de los años cincuenta. Por ello, su segundo campo de investigación ha sido el movimiento ondulatorio que produce el sonido, concretamente a través de los instrumentos de cuerda. Así consigue estudiar la cinética tanto del ejecutante como la del instrumento musical vibrando ante ese movimiento inicial. Su obra se convierte en un estudio perfectamente documentado del movimiento humano, casi como los que realizaban los artistas griegos durante la Antigüedad Clásica.

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La técnica que emplea consta de luces de LED programadas para cambiar el color y así capturar el sentido del paso del tiempo ante el movimiento. Cada foto es capturada en una sola toma de larga exposición y los movimientos plasmados no han sido manipulados por el autor. La sensación final es la de una obra a caballo entre lo visual y lo oculto, entre lo real y lo que parece ficticio pero que existe y no es visible. Unas imágenes que no dejan de ser virales por las redes sociales y que no pasan desapercibidas.

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