Cuando la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España decidió construir su estación terminal en la capital de reino, nunca pudo imaginar que ese edificio daría un giro de 180 grados a su función original. Durante el siglo XIX las comunicaciones ferroviarias se extendieron por todo el país. El auge se debió principalmente a la necesidad de tener un contacto directo entre las ciudades del Norte de España, con un alto desarrollo siderúrgico muy necesario para el resto de provincias españolas, y la capital, a través de la cual el comercio de productos de todos los lugares del país convergían y se redistribuían gracias a esa incipiente red de comunicaciones.

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