Eurovisión tiene un sabor agridulce para Manel Navarro. Como ya os contamos anteriormente en Malatinta, el intérprete catalán no está teniendo todas consigo desde que se proclamara vencedor y representante de España en el festival que tendrá lugar este sábado en Kiev.
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¡Que hablen, mal, pero que hablen! Una máxima que lleva grabada a fuego Leticia Sabater, que se propuso hace unos meses dar forma a un nuevo éxito musical, ‘La Salchipapa‘, y que fuese el más comentado del verano. Y lo ha conseguido. A pesar de que los comentarios no juegan exactamente a su favor, lo que nadie pone en duda es que una polémica es la mejor campaña de marketing -al menos la más barata- y de eso la cantante tiene una cátedra. Este lunes ha lanzado en YouTube su nuevo hit veraniego, que promete hacernos sudar la gota gorda en las pistas de baile. MalaTinta ha tenido la oportunidad de hablar con ella para conocer cómo nació este tema, por qué su videoclip no es tan explícito como los anteriores y qué espera conseguir con esta canción que, en nuestra redacción, ha sonado sin parar desde esta mañana.

Leticia Sabater La Salchipapa
‘La Salchipapa’ es la primera aventura de Leticia Sabater dentro del reggaeton latino, después de hits tan sonados como ‘Mr. Policeman’ (2012), ‘Yo quiero Fiesta’ (2013), ‘Universo Gay’ (2014) o ‘YMCA‘ (2015). Le preguntamos cómo nació esta idea tan pegadiza y la respuesta nos deja helados: “Estaba viendo ‘Supervivientes’ el año pasado cuando el novio de Chabelita fue a visitarla a la isla. Cuando Jorge Javier Vázquez le preguntó si hubo temazo entre ellos, ella le contestó que no habían hecho el ‘tiki taka’ y de ahí supe que tendría que hacer algo”. Y ya lo tenemos entre nosotros y seguramente amenizará nuestras fiestas más petardas, que es precisamente lo que busca Sabater.
“’La Salchipapa’ es un temazo y lo hice con la intención de que lo bailen en todos los sitios y en todas las discotecas. La gente cuando lo escuche querrá echarse unas risas mientras baila pedo con sus amigos y sea feliz por un momento y creo que lo he conseguido teniendo en cuenta la buenísima acogida que ha tenido por parte de todos los medios de comunicación y en las redes sociales”, asegura la cantante más polifacética de nuestro país.

Leticia Sabater La Salchipapa
Muchas de las críticas que ha recibido ‘La Salchipapa’ en las redes sociales se ha centrado en el videoclip, producido por Luis Blasco -la música es obra de Tores Crespo, mientras que la letra es obra exclusiva de Leticia, que nos vuelve a sorprender como cantautora-. “Hemos querido hacer un videoclip que no caiga en la vulgaridad, porque queremos que lo disfruten todos los públicos. Aun así es atrevido, sexy, ardiente y muy cachondo, como me siento yo”. También se ha hablado de su físico en las redes sociales, a lo que Leticia tan solo tiene que decir que “con este tema se adelgaza un montón, por lo que más bailar y menos criticar”.
Ya la han oído: “Tú la salchi y yo la papa. Más bailar y menos criticar”.
- Leticia Sabater La Salchipapa
- Leticia Sabater La Salchipapa

A pesar de que esta edición del Festival de Sitges va llegando a su fin, aún siguen apareciendo joyas de esas que recordaremos en años venideros. Da gusto madrugar para ir a ver cine, y mucho más gusto si además es buen cine. Tangerine, una película pequeñísima sólo con 3 personajes protagonistas (dos transexuales y un taxista) que bebe de películas como Spring Breakers para acabar convirtiéndose en un divertido y a la vez duro relato acerca de un paisaje desolado, el de la vida de los protagonistas. Los dos transexuales, se ganan la vida con la prostitución mientras que el taxista recorre las calles llevando a todo tipo de gente de aquí para allá, soportando situaciones incómodas la mayor parte de su jornada laboral. La película está rodada con un teléfono móvil, en una decisión tomada no sabemos si por falta de presupuesto o por aportarle una personalidad totalmente única a la película. Y tenemos que decir que sea como sea, lo consigue. Una ciudad como Los Ángeles, ciudad totalmente impostada y falsa, marcada por las apariencias y no por las realidades, donde la gente tiene antes un cochazo que un techo bajo el que vivir, es el cuadro perfecto para situar la historia que aquí se nos quiere contar. Tangerine es una película de asalto, una película callejera, pero con una vida que les falta a muchas otras películas con millones de presupuesto. La cinta demuestra que con muy poco se puede hacer buen cine si se tiene clara la historia. La tragicomedia es el arma empleada por Sean Baker para transmitirnos a la perfección una historia de soledad extrema, igual que la soledad de Los Ángeles: la soledad en la que viven las personas que pasan su vida en las calles. Bravísimo por Kitana Kiki Rodriguez y Mya Taylor. Dos diamantes en bruto a los que debería ser obligatorio escuchar mantener una conversación al menos una vez en la vida.
De la clase más baja a la más alta, Life, la cinta que relata parte de la vida de James Dean y la relación surgida entre él y el fotógrafo de la revista Life, Dennis Stock, responsable de haberle hecho algunas de sus fotos más icónicas. El director Andre Corbijn nos muestra un pasado temporal cinematográfico que se nos antoja como algo demasiado lejano y un James Dean que, creemos, no merecía una interpretación tan apática pese a la introspección y la timidez que definía al actor y su pseudo-tendencia a la depresión. En el film de Corbijn todo parece estar en constante quietud, helado, como la nieve que baña el paisaje y Jimmy Dean parece estar demasiado absorto en sus pensamientos, al menos demasiado como para que lleguemos a empatizar con él. La cinta tampoco da para avanzar muy frenéticamente, pues relata un episodio concretísimo de la vida del actor y, como todo lo que puede aportar una simple foto, nos quedamos a medio camino de intentar conocerle un poco mejor.
También hoy ha sido el día de Angelica, film de Mitchell Lichtenstein que ya aterrizó en Sitges hace ocho años con Teeth y ahora vuelve a hacerlo con una película protagonizada por Jena Malone en el papel de esposa y madre en la época victoriana. No es que la película no explote un tema interesante, que lo hace, es que su ‘topic’ deja de tener interés en el momento en el que el giro por querer aportar un tono original a la película, se come absolutamente toda coherencia que pudiera haber en el guión. Así, un film que pretendía transmitir la opresión sexual de la mujer se nos convierte en algo tedioso, repetitivo, soporífero y definitivamente poco atractivo para un espectador que vaya buscando terror, suspense o una visión de la opresiva época victoriana. Para los que busquen risas igual sí.
Risas. Precisamente, y a pesar del tema que trata, de eso está llena High-Rise, la nueva película de un Ben Wheatley totalmente desatado. Bajo las inestimables máximas de la novela de James Graham Ballard, Wheatley dirige la vida de todo un enorme rascacielos, repleto de personajes tan pintorescos como representativos. Tom Hiddleston interpreta al Doctor Robert Laing, el nuevo inquilino del rascacielos que plantea Wheatley, donde las clases sociales existen verticalmente y se manifiestan en la distancia que separa cada piso del suelo. En el rascacielos se suceden las fiestas y los derroches, el lujo ochentero cañí inunda los altos pisos; mientras que en los primeros pisos aún no llega la electricidad.
Podríamos decir que el rascacielos de Ben Wheatley se divide en dos partes: una primera parte donde se reconoce un registro más pausado y una segunda donde el caos y la revolución imperan sobre la tranquilidad y el conformismo de la sociedad de clases que se nos presenta en la película. Y es que High-Rise no solo nos introduce en un mundo de sociedad corrupta, ambiciosa e interesada, sino que además nos lanza un mensaje directo en forma de caos infinito: – “pensad si algo de lo que ocurre en la cinta os suena del mundo en el que vivís”- No de la misma forma que ocurre en la película, pero la respuesta es ciertamente un SÍ rotundo. High-Rise es una película importantísima que bien merecería un caso de estudio, si bien por lo pronto se postula como película de culto de cara a los años venideros. Y nosotros, mientras tanto, seguimos esperando a que nos llegue la electricidad.

El séptimo día de Sitges ha sido el día por excelencia de las películas dispares. Comenzábamos el día Schneider vs. Bax, la nueva película del director de Borgman (Alex Van Warmendam) el relato gira entre un asesino a sueldo y un escritor que intentará sobrevivir a las inesperadas circunstancias en las que ambos se ven inmiscuidos. Scheneider vs. Bax mantiene muy dignamente una trama de enredo negrísima que aunque peca de tener un final no todo lo sorprendente que podría, está muy bien llevado.
También hemos tenido oportunidad de ver la francesa La dame dans l’auto aves des lunettes et un fusil, película que pese a tener una buena base, termina desmoronando su propio argumento por un exceso de explicaciones que, si me lo permiten, son hasta ofensivas para el espectador. No hacía falta aquel croquis con puntitos. Tampoco aquella voz en off. Lo mejor de la película: Freya Mavor, que además de ser pelirroja -esos seres mitológicos que habitan nuestro planeta- lleva unas gafas muy chulas.
Pero hoy toca hablar más en profundidad de la que para nosotros ha sido la revelación, la joya del festival, al menos hasta lo que llevamos de él. Muchas de las películas exhibidas en Sitges venían precedidas de grandes festivales como Cannes, Toronto o San Sebastián en España y el ‘hype’ por verlas era bastante considerable; algunas decepcionaron, otras superaron las expectativas. Pero dicen que cuando esperas poco y recibes mucho, el efecto es doble. Y eso es precisamente lo que ha ocurrido con The Final Girls, una película de la que se esperaba cero y que sin embargo ha proporcionado dos horas muy meta plagadas de guiños ochenteros, de carcajadas, de excesos, de oda al ‘slasher’ y de críticas directas al puritanismo de los años 80.
Max es una joven que acaba de perder a su madre, actriz años atrás reconocida. Max es invitada a la proyección de una película ‘slasher’ protagonizada por su madre, y al intentar escapar de un incendio en la sala de cine, ella y sus amigos acabarán metidos dentro de la pantalla de cine, literalmente dentro de la película. Con este punto de salida, The final girls viene camino de convertirse (yo ciertamente lo pienso) en la The cabin in the Woods de esta edición de Sitges, con ciertos matices, claro.
La cinta, dirigida con maestría por Todd Strauss-Schulson y protagonizada por Taissa Farmiga (American Horror Story) es una perfecta conjunción de elementos del ‘slasher’ aunque quizá con algunos toques demasiado naif y de factura sexual bastante relajada: es posible que el espectador más fan del género eche de menos ciertos elementos erótico-festivos tan característicos del ‘slasher’, pero lo cierto es que en contraposición nos encontramos con una maravillosa crítica al supuesto puritanismo bajo las tiendas de campaña made in 80’s. Así que en fin, aceptamos barco felizmente.
En The final girls, la inteligencia radica en la autoparodia por un lado y, por otro, en la aplicación y uso del concepto de metacine. Metacine no solo en el hecho de los protagonistas entrando literalmente en la película de los 80, sino que va mucho más allá traspasando los códigos del género y creando un lenguaje cómplice entre film y público, un público que a estas alturas de película ya se verá venir los tiros y los estará esperando con los brazos abiertos. Parodia, porque si bien los personajes de los años 80 tienen estereotipos pertenecientes a la época, también los contemporáneos obedecen a unos cánones preestablecidos del cine de género actual, y la mezcla de todos ellos es un bombazo absoluto. El chorreo de gags y elementos recuperados y colocados en la cinta no lo desvelaremos aquí porque bien merecen ser descubiertos por quien vea la película. Sólo os aseguramos una cosa: la carcajada.

El día de ayer era difícilmente superable: Youth, Cemetery os Splendour, The Assassin y Endorphine nos dejaron maravillados. Hoy ha sido un día duro con mucho que ver pero además ha sido el Día Oficial de Michael Fassbender en el Festival de Sitges; sí, me lo acabo de inventar, pero es que el actor tiene dos películas en cartel y hoy se han proyectado las dos. Nos hemos quedado de momento a las puertas de Slow West, pero de la que sí os podemos hablar es de Macbeth, la adaptación del texto teatral de Shakespeare que lleva el mismo nombre.
Justin Kurzel dirige a unos sobresalientes Michael Fassbender y Marion Cotillard en esta adaptación de una de las obras más conocidas de literato inglés. Bajo un profundo análisis para adaptar los diálogos de la película y un perfecto control del color, Kurzel ha conseguido parir una adaptación ambiciosa, potente y muy bien estructurada. Destaca la manera tan lógica en la que se incluyen los pasajes fantásticos del libro en la película (como las apariciones de las proféticas brujas): todos ellos ocurren como otro pasaje cualquiera, con el único indicativo formal que es esa neblina blanca que inunda los espacios. Justin Kurzel ha conseguido una potentísima puesta en escena, plenamente teatral, en la que mucho tienen que hacer los paisajes escoceses, y muchísimo tiene que ver la abrumadora labor de fotografía (a cargo de Adam Arkapaw) que consigue hacer el resto para que Macbeth sea una adaptación plenamente digna y bellísima visualmente. Respecto a los actores vamos a resumir su labor en una frase: no se salen de la pantalla porque no pueden. Magnánimos. ¿Caerá alguna nominación y/o premio? Bien lo merecerían.
Y hablando de nominaciones, es posible que algún premio le caiga durante el festival a Green Room. La cinta ha sido toda una sorpresa en una mañana teñida de rojo. Un grupo de música formado por cuatro jóvenes, acaba medio por recomendación medio por error, tocando en un local de skinheads donde se ven involucrados en un asesinato en el camerino. Es entonces cuando se desencadena una guerra dentro-fuera del “Green room” (el camerino) de la que tendrán que intentar salir…vivos, claro. Que nadie se asuste si os decimos que la película es violencia neonazi en todo su esplendor. No mentimos. Jeremy Saunier no se anda con chiquitas, es cierto que en Green Room se toman decisiones totalmente inesperadas y arriesgadas que pueden sacar los colores (o las tripas) al espectador. Pero Saunier ha armado una película donde la inteligencia prima antes que la fuerza y donde la oscuridad de los pasillos del bar se entremezcla con la espuma de los extintores creando una atmósfera aún más agónica si cabe fuera del camerino que dentro del él. Violencia seca, directa, terror nazi y muchos excesos. Nosotros compramos totalmente el pánico en el camerino.
Tras estos dos buenos notables tocaba el turno del visionado de February, y la verdad es que nos ha dejado bastante fríos. La película protagonizada por la mismísima Sally Draper (Kiernan Shipka), es un thriller psicológico con alguna que otra referencia remarcable (su director es Osgood Perkins, os podéis imaginar) pero que al final no aporta mucha novedad al género y tampoco al festival, más allá de pasar un rato entretenidos.
La que sí aporta y de la que hemos salido encantadísimos es Cop Car. Su director, Jon Watts, se la juega posicionando a dos niños pequeños en el lugar de los policías y a Kevin Bacon haciendo de niño travieso y escurridizo. El resultado, pese a sus “peros”, es una película bastante entretenida, que comienza como una buddy movie para irse transformando en un thriller bastante agónico con crítica incluida al uso de armas por parte de los menores. Todas las escenas en las que los niños disparan, sujetan o simplemente tocan un arma pondrán nervioso incluso al espectador más pausado. Posiblemente todo el significado y el interés de la película esté exclusivamente aquí: en los niños y en las armas. Pero lo cierto es que los minutos pasaron volando, y la cinta acaba resultando divertida e interesante a partes iguales. Lo que no consigan los niños…
Terminando el día vimos dos películas tan dispares en temática como en puntuación. Un sobresaliente y un *no sabemos cómo puntuarla*
La primera es The Survivalist, una obra acerca de un futuro apocalíptico en el que la supervivencia del hombre (más concretamente de la del protagonista) se basa en defender su granja y sus cultivos a toda costa. Hasta él llegan dos mujeres, madre e hija, desvalidas, pretenden ofrecerle ayuda en la granja a cambio de cobijo y alimento. La premisa de The Survivalist la hemos visto ya mil veces, sin embargo la opresiva y violenta manera que tiene Stephen Fingleton de contar su historia es genuina y durísima. Sobre todo, ya lo dijo el director, porque como en su país Irlanda, en España también hemos vivido situaciones de guerra y posguerra. Y esta película no deja de ser un reflejo de aquella violencia extrema en situaciones límite, y también una crítica a la contemporaneidad y a cómo hacemos uso de los recursos que hoy tenemos…pero que quizás mañana ya no. Imprescindible.
Precisamente imprescindible no es Ludo. Nikon Q dirige un cuento terrorífico a lo Jumanji (con tablerito de por medio) que comienza bastante bien y acaba perdiendo totalmente la cabeza. Una cosa es segura: que el espectador pasará miedo en la primera mitad y probablemente se reirá en la segunda. Esto es algo que como mínimo nos choca, y más cuando se ha vendido la película como «el relato indio más terrorífico de todos los tiempos». Y bueno, terrorífico es. Vaya que si lo es…

Hemos abierto el quinto día de festival con la mejor película con la que podíamos hacerlo.
Es imposible pasar de puntillas ante lo que es Youth, ante lo que significa, ante lo que plantea, y también ante la forma en que lo plantea. Como es habitual, Sorrentino presenta una imagen potentísima, unos encuadres perfectamente milimetrados, una fotografía exquisita, todo ello conforman los elementos de un todo prácticamente perfecto, idílico al menos en la apariencia: ese balneario en los Alpes Suizos donde se dan cita los protagonistas de su película. Youth se mueve entre el efectismo de la imagen preciosista y la imperfección de los unos personajes protagonistas apáticos, perdidos. Y así, entre diálogos verdaderos y situaciones entre lo cómico y anodino, el combo ganador del director nos la vuelve a jugar y esta vez va directo al alma.
Paolo Sorrentino es un gran explorador del paso del tiempo. Ya lo vimos en La Grande Bellezza, y lo hemos vuelto a vivir en una versión más cruda en Youth. El director sigue explorando su visión de la decadencia y de la pérdida (desde la pérdida de la juventud, hasta la de un ser querido o hasta la pérdida de la propia memoria). Decadencia y pérdida, dos conceptos ligados a esa juventud que da título a su nueva película. Michael Caine da vida a un compositor de orquesta ya retirado que pasa sus días en un balneario de lujo en la montaña. El lugar es todo lo idílico que podría ser, tanto por su situación como por sus cuidados, así que allí, además de acudir personas ya retiradas, acuden todo tipo de personajes de las altas esferas –esos por los que parece que el tiempo jamás pasa- en busca de simple descanso o de inspiración, como es el caso del personaje interpretado por Harvey Keitel, un director de cine algo cascado, con porrones de películas exitosas a sus espaldas y, sin embargo, con un grupo de jóvenes guionistas bajo el brazo para ayudarle escribir su nuevo exitazo cinematográfico. Ambos hombres comparten sus días en el balneario, además de sus alegrías (porque las tristezas no se cuentan entre amigos), resulta que también son consuegros y además de todo eso, comparten cierta apatía hacia la vida, o al menos hacia lo que les quede de ella. Ambos personajes se encuentran en ese último tramo de sus vidas, el final, el tramo en el que ven pasar los días y sus vidas se resumen con poco, si es que acaso son capaces de recordar algo de ellas.
El director napolitano ha decidido pasar de los dobles sentidos y esta vez ha ido directo. Posiblemente el escenario escogido para ello sea excesivamente pomposo, razón de ser para que el directo exponga el sentido que para él tiene la juventud: belleza, vida. Desde aquellos Alpes suizos hasta el pasado más lejano de Fred Ballinger (M.Caine), Sorrentino repite su discurso acerca de los arrepentimientos y de las decisiones tomadas en el pasado. En Youth se habla de la juventud como una distancia corta, tan corta como que sólo se es capaz de asimilarla cuando ya no la tienes encima y tan corta como que en realidad depende no del paso del tiempo, sino del estado de ánimo, a lo que cada uno se lleve consigo de cada momento vivido. Pese al pesimismo que inunda el relato, Sorrentino deja una puerta abierta, en esa última secuencia en la que hemos de asumir que sí se puede superar el pasado, sí se puede mejorar y sí se puede ser feliz, siendo poseedores de la preciada juventud, o no.
Y tras la sorpresa de Youth nos topamos con una película australiana con estrellazas en el cartel y poco más. Con Strangerland, Kim Farrant nos presenta un drama que también alude a la pérdida como mal desencadenante del desequilibrio familiar. Nicole Kidman y Joseph Fiennes encabeza un reparto con unas interpretaciones bastante solventes y que son casi lo único que sostiene a una película que si bien tiene cosas muy positivas, termina por deambular entre lo increíble y lo vergonzoso en algunas secuencias. La película tiene un buen potencial pero que se ha desaprovechado. Strangerland acaba siendo un telefilm de manual que da para el aprobado, y poco más. Pero lo que más pena nos da de todo: su fotografía, totalmente desaprovechada, con todo lo que tiene para dar la aridez australiana.
Pero Sitges te da lo mismo que te quita, y tras la pseudo-decepción de Strangerland tuvimos que toparnos con Endorphine, que nos despertó del todo el cerebro. El interesantísimo relato de André Turpin sobre el tiempo y su linealidad es sin duda una de las sorpresas del festival. Ya nos avisaba el director durante la presentación de la película de que era mejor tomársela como una experiencia, como un sueño, dejar que te inundase y disfrutarla. Lo cierto es que la onírica propuesta nos ha tenido 90 minutos descolocados y es siempre es bien.
Continuando con la buena letra del día, aterrizamos en la sala para ver lo nuevo de Hou Hsiao Hsien: The Assassin. Algunos entraron en la sala pensando que iban a ver mamporrazos a diestro y siniestro, y se dieron de bruces contra la realidad con el primer plano de la película: dos burros durante un minuto más o menos. The Assassin no es una película fácil, no es por supuesto para un público mayoritario, pero bien es cierto que relata virtuosamente la historia de su asesina protagonista, Yinning, a la que le encargan secretamente acabar con una vida. Pero Yinning, además de asesina tiene unos códigos morales a los que tendrá que responder. Hou Hsiao Hsien ha hecho de su película algo absolutamente impactante, espectacular y totalmente abrumador. El uso que el director hace del color y el aprovechamiento de los espacios naturales es con diferencia lo mejor que vamos a ver en todo el festival, a nivel de fotografía estamos seguros.
Otra película que no es para todos los públicos y que fue nuestro último visionado del día: Cemetery of Splendour, de Apichatpong, que en dos horas de metraje mezcla sueños, con realidad con crítica política y se queda tan ancho. La película a pesar de todos sus silencios –que son muchos- aporta risas (de verdad) y si esto o la vida que desprenden todos sus personajes no basta para apreciarla, definitivamente debemos recomendar que se haga un esfuerzo por atender a otras pequeñas grandes cosas, pues la película tiene un plano final tan demoledor que desmontaría a la propia grúa que en él aparece.

Cuarto día del festival y las ojeras empiezan a tener que taparse con cemento armado. Hoy ha habido un poco de todo, trastorno por amor en Goddess of Love, animación japo en Miss Hokusai, y sexo en 3 dimensiones en Love 3D, a la que hoy vamos a dedicarle la totalidad de la crónica porque bien lo merece.