¿Cuántas veces el no sentirte completamente seguro o cómodo contigo mismo te ha impedido disfrutar o aprovechar al máximo una situación u oportunidad?
Una cita con la persona que te gusta, una entrevista de trabajo, una salida con desconocidos o con gente que nos intimida, practicar una actividad nueva, un viaje fuera de tu zona de confort, exponer nuestro cuerpo en la playa o piscina, una oportunidad laboral, una noche de sexo. Nuestros miedos y complejos sin querer se convierten en protagonistas de la escena y nos impiden disfrutar de lo realmente importante: la vida.
Ahí estamos los humanos con un plato de mundo que comerse encima de la mesa, pero demasiado pendientes de dudar de nosotros mismos y nuestras capacidades como para poder saborearlo. Así se nos pasa la vida entre penas, glorias y patas de gallo.
Si bien es cierto que cada persona necesita su ritmo y que cada cosa tiene su lugar y su momento ¿qué nos impide normalmente hacerlo?
Nos pasamos los días esperando que llegue el momento para hacer las cosas que realmente nos apetecen y aparcamos nuestras apetencias por el que dirán, por lo que se supone que debería hacer, por vergüenza, el miedo a fallar o quedar en ridículo, por mil y una razones o excusas que se disfrazan de problemas pero que son más grandes ante nuestros ojos que en la propia realidad.
El momento. ¿Cuándo llega ESE dichoso momento? A veces llega, pero debemos tener los ojos (del miedo, del corazón y del cerebro) bien abiertos para estar dispuestos a cabalgarlo. El tren no siempre llama a tu puerta de la forma más descarada, a veces, como un joven tímido en la pubertad intentando ligar, suelta indirectas o señales sutiles susceptibles de ser atrapadas.
Con frecuencia, cuando nos tiemblan las piernas, lo único que necesitamos es una mano amiga que nos acompañe, que nos diga que todo va a ir bien y que nos ayude a tirarnos en la piscina o que incluso nos empuje a darnos un chapuzón.
¿Habéis escuchado eso de que las mejores decisiones acaban en un ‘y a tomar por culo’? ¿Y si fuera verdad?¿Y si ÉSE fuera el momento en el que dejamos de escuchar lo que dicen los demás y empezamos a escuchar lo que realmente queremos hacer?
A veces los mensajes más contundentes son los más cortos, o incluso los que se dicen sin palabras, por eso os dejamos este pequeño corto a modo de reflexión sobre los complejos autoimpuestos que nos acerca el mundo en el que vivimos pero que nos impiden disfrutar del camino al máximo.
¿Qué ocurriría si tuviéramos un encuentro en el presente con «nuestro futuro yo»?
¿Qué nos aconsejaríamos a nosotros mismos en 10 años?