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Puentes: arquitectura para unir culturas

«La arquitectura es vida, o por lo menos es la vida misma tomando forma y por lo tanto es el documento más sincero de la vida tal como fue vivida siempre«. Con esta sentencia, el famoso arquitecto americano Frank Lloyd Wright ponía de relieve la relación entre una de las artes fundamentales de la historia y la vida humana, donde la primera no es posible sin la segunda. La arquitectura está ligada a cada etapa de la historia del hombre a lo largo de sus pasos sobre el planeta que habitamos: su evolución es nuestra evolución, sus modas son fruto del diseño y creación del hombre en consonancia a cada momento histórico que vive, sus avances son el reflejo del avance de la civilización, su finalidad última es hacer la vida más cómoda y sencilla al ser humano. Para ello se acompaña de otras disciplinas e incluso del avance tecnológico. Muchas veces no sólo hacen la vida más cómoda sino que permite salvar distancias y unir civilizaciones a través de una de sus ramas: la arquitectura civil. Y los puentes son el mejor instrumento para unir culturas y acercar civilizaciones, en todas sus formas, tamaños y diseños.

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Los palacios más asombrosos del mundo

“Las cosas de palacio van despacio”. Cualquiera habrá podido escuchar un millar de veces este famoso refrán popular cuando ha comprobado la lentitud que lleva realizar algún que otro tipo de trámite legal o administrativo. Pero, ¿por qué la palabra palacio? Las primeras civilizaciones construyeron palacios para albergar todo tipo de documentación que iba surgiendo gracias a la aparición de la escritura. El palacio era el lugar donde se depositaba toda la documentación legal de la ciudad y sus habitantes, desde transacciones comerciales, asuntos legales, documentos históricos, crónicas… Los palacios después se convertirán en los lugares donde residen los monarcas, reyes o faraones y donde tiene lugar la vida de la corte que le acompaña. Algunos de estos palacios han permanecido a lo largo de los milenios, otros han desaparecido y muchos otros fueron ampliados y restaurados siglos después de su construcción.  ¿Quieren conocer alguno de los más interesantes?

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Comenzando la ruta, hay que realizar una parada obligatoria en el Palacio Real de Mysore, en India. El edificio actual se construyó a finales del siglo XIX, hacia 1897, completándose a principios del XX. El arquitecto fue el inglés Henry Irwin que empleó una mezcla de estilos como el romano, el indo-sarraceno, el oriental y el dravídico dando como resultado un aspecto diferente y original. El elemento más destacable es un trono de oro con incrustaciones de piedras preciosas que alberga en su interior. Durante la noche es iluminado por más de 50.000 luces que le dan un aire mágico y misterioso.

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Sin desviarnos del contiente asiático, encontramos un palacio con un significado espiritual y de retiro que va más allá de su sentido constructivo. El Palacio Potala de Lhasa es el lugar donde reside el Dalai Lama desde que en siglo XVII el quinto Dalai decidió establecer allí la capital del Tíbet. Este monumental complejo alberga salas destinadas a usos seculares que cuentan con una claraboya interior para permitir la iluminación y ventilación hacia el interior.  En muchas de ellas alojan en su interior gran número de armas y corazas realizadas en oro, plata y hierro que pertenecieron al Reino de Tubo. También se pueden encontrar recipientes de jade, libros de oro, piezas de porcelana, esmeraldas, pieles y textiles de gran valor histórico y museístico. Además, las columnas del palacio están totalmente decoradas con esculturas y las paredes dejan al visitante boquiabierto con sus frescos multicolores.

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En Brunei se halla el palacio residencial más grande del mundo. Su nombre, Nurul Iman, significa la Luz de la Fe. Terminado en 1984, no abre sus puertas hasta el día del comienzo del festival Hari Raya Aidifitri hasta su finalización, por lo que los visitantes sólo pueden acceder a él unos determinados días al año. En su interior alberga 257 baños, 1.788 habitaciones, 5 piscinas, 44 escaleras, 18 ascensores y un garaje para alojar más de 100 vehículos. Todo un derroche de lujo y esplendor.

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En tierras europeas es difícil de olvidar el famoso Palacio de Versalles. Cuando Luis XIII decidió crear un pabellón de caza en los terrenos  que adquirió a los Soisy en Versalles nunca pudo imaginar la importancia que alcanzaría años después. El trazado en forma de U de su planta con un patio central lo convertiría en modelo para otros palacios europeos que se realizaron durante el Barroco. Luis Le Vau y Jules-Hardouin Mansart fueron los principales arquitectos que llevaron a cabo la construcción y ampliación de todo el complejo. La decoración de Charles Le Brun le da ese toque de exuberancia y refinamiento que llega a su culmen en la Galería de los Espejos.

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Mucho más cerca de las fronteras nacionales se encuentra el Palacio da Pena en Sintra. Construido sobre un antiguo monasterio, fue Fernando II de Portugal quien encargó la remodelación al arquitecto alemán Ludwig Von Eschewege para dárselo como regalo a su esposa María. La mezcla de estilos manuelino, mudéjar, gótico y barroco, muy propia del historicismo del siglo XIX, le da un toque de alegría y color muy peculiar. Entre sus estancias se puede apreciar la cocina que mantiene intacta su decoración decimonónica.

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Ya en suelo patrio podemos destacar el Palacio Episcopal de Astorga. Construido con granito gris, fue el arquitecto catalán Antonio Gaudí quien le dotó de vida. El estilo neogótico fue el elegido para levantar un nuevo palacio episcopal después del incendio que ocasionó la destrucción del anterior. El palacio está concebido casi como un castillo, con cuatro torres cilíndricas en sus esquinas y un foso que lo rodea. En el interior una escalera de caracol une las cuatro plantas del edificio,  donde el sótano está revestido de bóvedas de ladrillo sin revestir que contrastan con las plantas superiores donde las columnas dan paso a vidrieras que llenan la estancia de luz.

Un puente hacia el infinito

«Caminante no hay camino, se hace camino al andar«. Cuando el ser humano tuvo la necesidad de buscar alimento no dudó en ponerse en marcha para poder encontrar nuevas formas de poder sustentar a la tribu a la que pertenecía. En algún momento de ese camino hubo algún tipo de desnivel que tuvo que solventar, un río sobre el que cruzar, un valle sobre el que transitar… Los primeros puentes nacen con la necesidad de salvar esos desniveles del terreno y hacer el viaje más cómodo y menos peligroso. Los puentes más conocidos son los de época romana y medieval, cuyos restos se pueden observar en muchas ciudades españolas. En la actualidad, muchos de esos puentes son megaestructuras sorprendentes tanto por su tamaño como por su construcción. Así que, como ésta semana lo requiere, con el tema de hoy,  ¿nos vamos de «puente»?

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Uno de los más curiosos es el Puente de Agua en Magdeburgo, Alemania.  Esta construcción transporta el agua del Canal de Elbe-Havel al Mittellandkanal transitando sobre el río Elba y conectándolos entre sí.  Con sus 918 metros de longitud es el más largo de su tipología y para su construcción se utilizó acero y hormigón armado. Este tipo de acuíferos permite el transporte de barcos salvando desniveles del terreno como pueden ser valles o ríos y el de Magdeburgo soporta 68.000 metros cúbicos de agua sobre las que navegan barcos a lo ancho de sus 34 metros de amplitud y casi 5 metros de profundidad. Todo un desafío a las leyes naturales.

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Si se viaja hasta China, el lector puede encontrar una verdadera joya arquitectónica en forma de puente en la ciudad de Chengyang. Su construcción ha sido realizada por la minoría étnica de los dong y su característica más peculiar es que se sustenta sobre tres columnas de piedra sin ningún tipo de aglutinante o clavo, gracias al sistema constructivo que emplean a base de cola de milano  y les permite ir ensamblando la madera como si de un rompecabezas se tratase, contando sólo con la ayuda del equilibrio. Con sus galerías techadas y sus pagodas se ha convertido en uno de los más hermosos y más prácticos del país para protegerse de las inclemencias del tiempo y por eso ha sido bautizado como el Puente del Viento y de la Lluvia.

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La autopista A75 que une Clermont-Ferrand con Béziers y Narbonne cuenta con un espectacular viaducto construido por Michel Virlogeux y diseñado por el arquitecto inglés Norman Foster. Atraviesa el valle del río Lot y es puerta de entrada al valle del Tarn. Con 343 metros de altura ha batido el récord mundial y con 2.460 metros de longitud es el más largo del mundo. El diseño recuerda el mástil de un velero y como curiosidad sólo se apoya en 9 puntos sobre su trazado, siendo 7 de ellos los pilares estilizados sobre los que se levanta.

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En la ciudad coreana de Seúl se encuentra un puente fuente que conecta los distritos de Seocho y Yongsan. Este puente en ménsula fue construido sobre el puente Jamsu al quedar este último bajo las aguas con las crecidas del río Han. Es considerada la fuente más grande del mundo ya que sus surtidores arrojan hasta 190 toneladas de agua por minuto con sus casi mil boquillas. Además, es todo un espectáculo nocturno con sus 10.000 bombillas de led que lo iluminan durante toda la noche.

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Si Moisés fue capaz de apartar las aguas y dividir el Mar Rojo en dos mitades también un conocido puente holandés lo hace. Conocido precisamente como el Puente de Moisés es toda una genial idea a nivel constructivo. Con el fin de unir las dos orillas que separaban la fortaleza Fort de Roovere se decidió construir un pasaje para poder cruzar las aguas del río que lo rodea. El estudio RO&AD Architecten construyó un pasadizo en madera de accoya, que con un tratamiento adecuado permanece impermeable y no se desgasta por el efecto de la corriente. Cruzarlo resulta toda una experiencia inolvidable para el viajero.

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Por último, en Brasil se encuentra el Puente Octavio Frías de Oliveira. En la ciudad carioca de Sao Paulo un puente con forma de X conecta la zona sur desde Marginal Pinheiros con la Avenida Jornalista Roberto Marinho. Es el único puente que tiene dos pistas curvas de 60 grados unidas entre sí por un único mástil de hormigón y está sostenido por 144 cables de acero. Por la noche, un sistema informatizado controla la iluminación con luces de led  que se sitúan  sobre su superficie. Toda una original puesta en escena para descongestionar el tráfico sobre el río Pinheiros.

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