Superstición. Todos y cada uno de nosotros hemos sentido el poder de esta palabra en algún momento de nuestra vida. Ya fuese siendo niño, adolescente, joven o adulto. Parece ser algo inherente a la condición humana. Por mucho que la razón o la lógica quiera explicarnos acerca de su condición, la superstición es mucho más poderosa que nuestro cerebro. ¿Quién no ha sentido la fuerza de la “buena suerte” al realizar una actividad en un momento determinado, vistiendo una ropa adecuada, llevando colgantes, anillos, pulseras o cualquier otro objeto al que atribuimos cualidades “especiales” y esa actividad ha resultado ser todo un éxito? O, al contrario, ¿quién no ha sentido el misterio del mal augurio planeando sobre su cabeza y ha sido víctima de una situación catastrófica, tormentosa o peligrosa, atribuyendo esa falta de “suerte” a la ropa, enseres, zapatos o amuletos que se portaban en aquel instante?
El hombre es un animal de costumbres. Y muchas personas creen que, al realizar determinados rituales antes de algún momento decisivo en su vida, les traerá “buena suerte” a sus acciones. Tal vez se trate de un modo de apaciguar los nervios antes de enfrentarse a aquello que desconocemos y, realizando estos actos, nos proporcione la seguridad que carecemos en ese preciso momento. Realizar un acto habitual nos permite concentrarnos en aquello que nos es familiar y es el mejor cauce para enfocar toda nuestra energía en ello. Quizá por ello los rituales sean una forma de concentrar nuestra energía en aquello que parece “bueno” y deseamos que nos ocurra. Y es lógico que se lleven practicando desde que el mundo es mundo.
El mundo del arte está plagado de artistas que practican algún tipo de ritual para ganarse el buen flujo de energías de Las Musas. Al fin y al cabo, Las Musas no dejan de ser seres mágicos que pululan por la mitología clásica popular, concediendo los dones de la creatividad, la imaginación y las artes, en todas sus vertientes. Esa chispa divina llega en un lugar determinado, en un momento concreto, a una hora del día precisa. Y todo aquello que nos acompaña en ese instante es susceptible de convertirse en un generador de buena vibración, de buena energía, y, por ello, ser la antena que canaliza el influjo de Las Musas.
La artista mexicana Frida Kahlo tenía un lugar concreto, en su llamada Casa Azul, donde se sentía inspirada para crear sus obras. Se trata, nada más y nada menos, que de su jardín particular. En ese espacio concreto, rodeada de plantas que ella misma cultivaba y cuidaba, era donde su creatividad brotaba al 100%. Su estudio pictórico daba directamente a este lugar, donde encontraba tranquilidad, serenidad, y sus ideas fluían con mayor libertad y de forma continuada. Se dice, incluso, que cuando la artista estaba a las puertas de su propia muerte, solicitó ser trasladada a su jardín para morir en paz.
Uno de los artistas de los que se desconocía que tenía superstición alguna es el genio Pablo Ruiz Picasso. El malagueño, el artista universal español por excelencia, también sentía que las fuerzas de la buena suerte le acompañaban en su día a día si era capaz de no perder su “esencia” en el camino. Llamémosle obsesión o tal vez manía, pero Picasso guardaba su ropa vieja, sus propios mechones de pelo o sus uñas en cajas almacenadas en su casa. Con ello, el artista sentía que no perdía su propia creatividad, como si de un Sansón de la pintura se tratase, creyendo que si le cortaban el pelo perdía su propia fuerza o energía creativa. Además, Picasso atesoró gran cantidad de su obra, en forma de dibujos, grabados o bocetos, para que esa energía creativa permaneciese siempre de su lado.
Pero sin duda alguna, el artista con más superstición que se ha conocido y cuya vida siempre estuvo rodeado del halo de lo mágico y la reencarnación fue Salvador Dalí. Desde su nacimiento, todo cuanto rodeaba al artista era fruto de las energías del Universo. Hay que recordar que para sus padres, Dalí era la reencarnación de su hermano primogénito, que murió siendo un infante, y cuyo nombre heredó el artista de Figueras. Los niños son esponjas que acumulan conocimiento con la misma rapidez con la que crecen. Dalí siempre vivió un tanto perturbado con ese concepto de ser la reencarnación de su difunto hermano. No es extraño que el artista adulto manifestara todo tipo de actitudes excéntricas y fuera de lógica, no exentas de admiración y polémica. Como buen supersticioso, llevaba un trozo de madera de deriva siempre consigo en forma de amuleto. Esa madera procedía de su tan amado Cadaqués, el lugar donde se sentía verdaderamente realizado y donde sus ideas fluían como el mar que baña su costa.
No sabemos si estas formas de atraer la buena suerte a nivel artístico han sido la causa de la fecunda carrera artística de estos pintores. Lo que sí sabemos es que, a pesar del talento y la creatividad de estos genios, al fin y al cabo son tan humanos como el resto de mortales. La superstición también estaba presente en sus vidas. Para muestra, un amuleto.
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