Desde hace meses, se puede leer en los periódicos la nueva subida que se atisba en el precio de la vivienda. No se ha superado aún la reciente crisis, fruto del llamado “boom inmobiliario”, cuando parece que en el horizonte resurge otra nueva “oleada” de subidas no estimadas. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y los especuladores no han aprendido de la reciente lección.

Durante estos años, muchos jóvenes se marcharon a vivir al extrarradio, o incluso a la vecina provincia, para poder tener acceso a algo tan natural como es tener una vivienda en condiciones. Los precios eran menos desorbitados que en las principales ciudades y la calidad de vida estaba más que garantizada, a pesar de los largos desplazamientos que ello conlleva.

A menudo, el extrarradio se convierte en un lugar mejor donde vivir. La menos presencia de contaminación ambiental, la tranquilidad y el menor bullicio de sus calles se convierten en una alternativa mucho más ventajosa a la hora de establecerse. Y estas últimas razones fueron las que llevaron al pequeño municipio de Almere a convertirse en una especie de ciudad dormitorio de la más populosa Ámsterdam.

Situado a unos pocos kilómetros de la capital de los Países Bajos, Almere nació a mediados de los años 70 como lugar de residencia. Su proximidad a la ciudad y su menor coste de vida la convirtieron en uno de los lugares predilectos por la población para vivir. Pronto, el lugar fue creciendo hasta convertirse en una ciudad aledaña a la capital. Y como resultado el precio de la vivienda fue creciendo. Como consecuencia, la compra de terreno para construir una casa, también.

La firma de arquitectos Ana Rocha quiso dar una solución al problema del precio por metro cuadrado y para ello elaboró un proyecto de casa que aprovecha al 100% el espacio. El cliente había adquirido un terreno pero no era suficiente para poder construir una vivienda en condiciones. La arquitecta diseñó así una casa en tres alturas con sólo cuatro metros de ancho.

La Slim Fit House se convierte en un alarde de espacio aprovechado hasta sus máximas consecuencias. En la planta baja, se observa la cocina y un pequeño espacio para el comedor. Además, la cocina se concibe como espacio abierto al comedor, para darle mayor amplitud, contando con todo lo necesario para la vida diaria.

Una escalera lateral permite la conexión con la siguiente planta y permite utilizar su espacio para ubicar unas estanterías. La primera planta de la Slim Fit House es una estancia de trabajo, un despacho que consta de amplias estanterías para colocar libros o cualquier otro elemento útil y el baño. La segunda planta alberga el dormitorio con un armario empotrado donde poder guardar la ropa y zapatos.

En toda la Slim Fit House, el interior está tapizado en madera de abedul, lo que permite conservar el calor para soportar los duros inviernos de la zona. Además, la madera viste el interior de una forma que no se necesitan elementos accesorios para decorar o hacerlo más elegante. Solo las amplias cristaleras que permiten observar el horizonte rompe esa uniformidad interior. Al exterior, la fachada se decora con madera de samba, muy resistente a la humedad, y le otorga una fisonomía diferente a la habitual.

Con este alarde de precisión, la Slim Fit House resulta un lugar acogedor sin necesidad de amplios espacios. Sólo han hecho falta 50 metros cuadrados para poder llevar a cabo este proyecto que puede resultar hasta una solución a los problemas de espacio en las grandes ciudades.

Taac apartamento: comodidad en pocos metros cuadrados