El séptimo día de Sitges ha sido el día por excelencia de las películas dispares. Comenzábamos el día Schneider vs. Bax, la nueva película del director de Borgman (Alex Van Warmendam) el relato gira entre un asesino a sueldo y un escritor que intentará sobrevivir a las inesperadas circunstancias en las que ambos se ven inmiscuidos. Scheneider vs. Bax mantiene muy dignamente una trama de enredo negrísima que aunque peca de tener un final no todo lo sorprendente que podría, está muy bien llevado.
También hemos tenido oportunidad de ver la francesa La dame dans l’auto aves des lunettes et un fusil, película que pese a tener una buena base, termina desmoronando su propio argumento por un exceso de explicaciones que, si me lo permiten, son hasta ofensivas para el espectador. No hacía falta aquel croquis con puntitos. Tampoco aquella voz en off. Lo mejor de la película: Freya Mavor, que además de ser pelirroja -esos seres mitológicos que habitan nuestro planeta- lleva unas gafas muy chulas.
Pero hoy toca hablar más en profundidad de la que para nosotros ha sido la revelación, la joya del festival, al menos hasta lo que llevamos de él. Muchas de las películas exhibidas en Sitges venían precedidas de grandes festivales como Cannes, Toronto o San Sebastián en España y el ‘hype’ por verlas era bastante considerable; algunas decepcionaron, otras superaron las expectativas. Pero dicen que cuando esperas poco y recibes mucho, el efecto es doble. Y eso es precisamente lo que ha ocurrido con The Final Girls, una película de la que se esperaba cero y que sin embargo ha proporcionado dos horas muy meta plagadas de guiños ochenteros, de carcajadas, de excesos, de oda al ‘slasher’ y de críticas directas al puritanismo de los años 80.
Max es una joven que acaba de perder a su madre, actriz años atrás reconocida. Max es invitada a la proyección de una película ‘slasher’ protagonizada por su madre, y al intentar escapar de un incendio en la sala de cine, ella y sus amigos acabarán metidos dentro de la pantalla de cine, literalmente dentro de la película. Con este punto de salida, The final girls viene camino de convertirse (yo ciertamente lo pienso) en la The cabin in the Woods de esta edición de Sitges, con ciertos matices, claro.
La cinta, dirigida con maestría por Todd Strauss-Schulson y protagonizada por Taissa Farmiga (American Horror Story) es una perfecta conjunción de elementos del ‘slasher’ aunque quizá con algunos toques demasiado naif y de factura sexual bastante relajada: es posible que el espectador más fan del género eche de menos ciertos elementos erótico-festivos tan característicos del ‘slasher’, pero lo cierto es que en contraposición nos encontramos con una maravillosa crítica al supuesto puritanismo bajo las tiendas de campaña made in 80’s. Así que en fin, aceptamos barco felizmente.
En The final girls, la inteligencia radica en la autoparodia por un lado y, por otro, en la aplicación y uso del concepto de metacine. Metacine no solo en el hecho de los protagonistas entrando literalmente en la película de los 80, sino que va mucho más allá traspasando los códigos del género y creando un lenguaje cómplice entre film y público, un público que a estas alturas de película ya se verá venir los tiros y los estará esperando con los brazos abiertos. Parodia, porque si bien los personajes de los años 80 tienen estereotipos pertenecientes a la época, también los contemporáneos obedecen a unos cánones preestablecidos del cine de género actual, y la mezcla de todos ellos es un bombazo absoluto. El chorreo de gags y elementos recuperados y colocados en la cinta no lo desvelaremos aquí porque bien merecen ser descubiertos por quien vea la película. Sólo os aseguramos una cosa: la carcajada.
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