En el mundo actual, con la homogenización de todos los aspectos de la vida cotidiana que ha impuesto la globalización, es difícil encontrar algo que se salga de la norma. Dar con un artista que conserve su propia personalidad, sin haberse dejado influir, de alguna manera, por las modas o los estilos que pululan en un instante concreto del tiempo por el universo artístico, es casi misión imposible. Por ello, encontrar esos genios independientes que van a contracorriente de los vaivenes estéticos, es casi un lujo indescriptible.
El artista francés Tom Haugomat tiene ese “je ne se quoi” que atrae de una manera casi indescriptible. Aunque su estilo encaja dentro del considerado arte minimalista, tanto por la ausencia de elementos superfluos, sus acabados concretos, la simplicidad de los elementos representados, reducidos a su mínima expresión, y la expresión del color, sin duda se aprecia una mezcla con elementos de la estampa japonesa. Es ese toque diferente el que le hace destacar por encima de sus contemporáneos.
Tom Haugomat estudió Historia del Arte y Arqueología. Pero su verdadera vocación llegaría gracias a sus estudios de animación que realizó en la Escuela de Imagen Gobelins de París. Allí tomó contacto con la técnica gouache y el Photoshop, tan importantes en la producción de sus obras. El minimalismo le cautivó por completo y el empleo de una gama cromática limitada, basada en rojos y azules, se convirtió en su sello de identidad.
Sus principales influencias han sido Eyvind Earle, Jon McNaught y Shoji Ueda. Ha realizado varios cortometrajes, entre ellos Le Meurtre o Nuisible. Sus colaboraciones en Le Monde, Portrait o Citrus son muy conocidas. Tom Haugomat se consolida así como uno de los ilustradores franceses de mayor proyección en la última década. Su obra, cada vez más perfeccionada, hace las delicias de un público inteligente que, con unas pocas pinceladas de su arte, construye una realidad diferente.
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