Este martes se cumplió 33 años de una boda que paralizó el mundo por su majestuosidad y por la relevancia de los contrayentes. El enlace real entre el príncipe Carlos de Inglaterra, hijo de la reina Isabel II, y la joven plebeya Diana Spencer fue seguido no sólo por el pueblo británico a pie de calle y con banderas en sus manos, sino también por millones de telespectadores que presenciaron este acontecimiento histórico desde la comodidad de sus hogares a través de la televisión, ya que la boda fue retransmitida en directo para no perderse ni un sólo detalle. De hecho, su unión fue tan espectacular que numerosos medios de comunicación se referían a ella como “la boda real del siglo XX”. Y gran parte de este triunfo mediático se debe a la relevancia social que obtuvo la princesa Lady Di desde que comenzase su relación con el eterno heredero al trono británico.
Lo más alabado de aquella soleada jornada del 29 de julio de 1981, que tuvo como telón de fondo la Catedral de San Pablo de Londres, fue sin duda el traje nupcial elegido por la novia. Diana de Gales se vistió como una auténtica princesa Disney para el que tendría que ser el día más importante de su vida y que finalmente supuso el principio de su calvario ya que, según declaró ella misma años más tarde, vivió “como un cordero a punto de ser degollado”.
En la etiqueta de su traje de novia rezaba el nombre de Elizabeth y David Emmanuel y era casi tan impresionante y boyante como todo lo que la rodeaba. Era de tafetán de seda y sobre su cuerpo se distribuían 10.000 perlas blancas que fueron cosidas a mano, al igual que las miles de lentejuelas que contribuían a que Lady Di brillase en su gran día junto al sobrio Carlos. Con un estilo muy romántico, con grandes mangas de farol, escote de volantes y una larga cola de hasta 25 metros, el vestido de Diana siempre será recordado como uno de los más impresionantes de los que han portado las princesas europeas en su gran día. Coronó su look con una tiara de diamantes, como así marcaba no sólo la tradición de la Primera Familia británica, sino también la propia de la princesa, los Spencer.
Mientras tanto, el príncipe heredero cumplió a rajatabla con el protocolo y lució un clásico uniforme de La Marina Real, con el que se acercó al altar con la intención de desposar a la joven Diana. Le acompañaban sus dos padrinos, sus hermanos Andrés, de 21 años por aquel entonces, y Eduardo de 17. Por su parte, la novia llegó a la catedral del brazo de su padre y seguida de cerca por cinco damas de honor y dos pajes. ¡Descanse en paz bella Diana!
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