Durante estos días, la ciudad de Palmira está siendo conocida por una serie de atrocidades que se han estado cometiendo sobre su suelo en ruinas, debido a la ocupación a la que ha sido sometida durante el último año por las tropas terroristas del EI. Hace unos días se conocía la recuperación del territorio por las fuerzas armadas del gobierno sirio, no exenta de polémica. El terreno donde se ubica esta joya arqueológica ha sido sembrado con minas en toda su extensión para dificultar, en cierto modo, el control sobre la misma por parte del gobierno sirio. La máxima de “un pueblo sin historia es un pueblo sin identidad” parece ser el lema por el que se intenta imponer a la fuerza una ideología o una forma diferente de entender la vida, intentando llevar al olvido la grandeza de un lugar cargado de gran significado histórico para una región en particular. El asesinato del ilustre arqueólogo Jaled Al Assad el pasado año es sólo la muestra del interés por hacer desaparecer ese legado.

Esta ciudad siria ha sido siempre un punto estratégico para unir el Mediterráneo con las ciudades asiáticas. Las caravanas comerciales que provenían de India, Persia o China necesitaban de un lugar donde poder descansar de tan fatigada travesía para poder continuar rumbo hacia los pueblos del Mediterráneo. Palmira ejerció admirablemente esa función durante siglos, llegando a convertirse en lugar de referencia obligado de las rutas comerciales. Este pequeño oasis de vida en medio del desierto, cuyo nombre original es Tadmor (ciudad de los dátiles), empezó a crecer gracias a la llegada de arameos y nabateos que se instalaron en sus dominios y convirtieron la ciudad en un centro cultural y comercial único que rivalizaba con la mismísima Petra. Alejandro Magno la conquistó y vivió parte del esplendor helenístico y el reino seleúcida se encargó de que la cultura griega llegara a toda su población. Pero no fue hasta la llegada del Imperio de Roma cuando la ciudad se transformó por completo y se convirtió en una de las más poderosas de su época, latinizando su nombre por Palmira, ”la ciudad de las palmeras”.


Su mayor apogeo lo vivió gracias a la mano de una inteligente y habilidosa reina, quien se convertiría en la mujer guerrera más audaz de toda la historia del Imperio. La reina Zenobia no fue una mujer al uso y lo demostró gracias a una habilidad táctica que le llevó a anexionar varias provincias cercanas. Dejó claro que Palmira era un reino independiente del poder romano. Supo rodearse de grandes personajes y de sabios consejeros, incluido Pablo de Samosata, obispo de Antioquía. Su conocimiento de lenguas extranjeras supuso un elemento crucial para moverse en el ámbito diplomático. Sin embargo, la llegada a Roma de Aureliano supuso un giro de 180 grados para el poder expansionista de la reina de Palmira y consiguió someter la ciudad y apresar a Zenobia. La trasladó a la ciudad de Rómulo y Remo y la acusó de traición, exhibiéndola públicamente junto con otros iguales. La humillación no terminó ahí: la ciudad fue saqueada y destruida por orden el emperador. El comercio empezó a decaer y se convirtió en un campamento militar hasta que cayó abandonada en el olvido.

En el siglo XX comenzó a ser excava y se redescubrió a ojos de la sociedad actual. Las labores de arqueología sacaron a la luz la totalidad de la ciudad y pronto se empezaron a recuperar objetos, estatuas, estelas funerarias, relieves, ajuares… que fueron conformando el museo arqueológico, hoy desmantelado en su totalidad. Este museo albergaba una reconstrucción del templo de Bel, la divinidad siria equivalente a Baal o Marduk, el dios principal y más importante al que estaba consagrado la ciudad. El templo original fue transformado en una fortaleza árabe pero mantenía su estructura original y la rampa que llevaba al altar de sacrificio.


La arteria principal de la ciudad la conforma una extensión de 1200 metros de piedra que fue bautizada como la gran columnata, rematada por un pórtico adornado de cariátides que ha sido objeto de destrucción durante estos meses atrás. Esta avenida permite realizar el recorrido completo de la ciudad a través de la que se articula. En uno de los extremos se encuentra situado el anfiteatro, un edificio romano del siglo II que está en muy buenas condiciones, a pesar de haber sido escenario de algunos crímenes cometidos sobre su escena.


Además del conjunto arqueológico de la antigua Palmira, en las afueras de la ciudad, en las colinas situadas al este de la misma, se haya el denominado valle de las tumbas. Se han identificado hasta cuatro tipos de enterramientos diferentes pero todos responden a la forma de torre de varios pisos que alberga en la parte más baja y subterránea el complejo funerario. Algunas pueden albergar hasta 500 cuerpos en su interior. La ocupación terrorista ha dado al traste con al menos seis tumbas-torres, entre las que destacan la de Elahbel y la de Atenatan, importantes hitos de la arqueología.


Hay que añadir dos monumentos más al conjunto artístico sirio, ambos a las afueras de la ciudad: las fortalezas de Qasr al-Hir ash-Sharqui y Qasr al-Hir al-Gharbi. Ambas son construcciones típicamente características de la cultura islámica, con una planta cuadrangular en torno a un patio central que distribuye la división del edificio, un exterior en ladrillo y piedra de bastante altura con torres cuadrangulares en los ángulos a manera defensiva. Estas fortalezas eran utilizadas a la vez como palacios y su posición en altura les permitía tener un control absoluto del terreno donde se hayan construidos.


Los arqueólogos han levantado su voz a nivel internacional para poder denunciar la situación que vive el mundo artístico, en relación al expolio y venta de muchas obras, que provienen del pasado histórico de Siria, en el mercado negro de antigüedades. Con ello se intenta financiar parte del entramado terrorista en un mercado que mueve millones de euros al año. Los investigadores, historiadores y arqueólogos tardarán años en devolverle el esplendor a una ciudad que en 1980 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Una belleza que ha sido profanada y robada en pleno corazón del desierto, en situaciones que se han repetido a lo largo del tiempo en otros puntos del planeta, donde el saqueo y el expolio están a la orden del día, donde el valor histórico queda suplido por el alto valor económico que sirve para financiar el horror y el dolor.

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