Déjenme comenzar este texto con una reflexión/idea/apunte que me ronda la cabeza y que hoy por hoy me parece innegable: Alejandro Amenábar es, le pese a quien le pese, uno de esos niños del cine español que acarrea en sus espaldas con el peso de hacer cine calificado (erróneamente) como “exportable fuera del país”. Y me explico: personalmente creo que no existe el cine “no exportable” y sobre todo creo fervientemente que cualquier película le puede interesar a cualquier persona en cualquier parte del mundo. PERO, bien es cierto que en España, el cine cuesta y cuesta demasiado: cuesta demasiado escribirlo, producirlo, distribuirlo y exhibirlo. Demasiado como para invertir además en una promoción adecuada y como para venderlo fuera de según qué límites, por lo general nacionales o como mucho europeos. Es una pena, pero es así. En cierta manera el modelo español está cambiando y evolucionando, pero sigue siendo complicado hoy en día. Así como esto es cierto, también lo es que algunos de nuestros directores autóctonos se han hecho un hueco (por lo que sea) fuera de nuestras fronteras y trabajando igual en el territorio nacional que en el extranjero, su cine aúna el trabajo con equipos (tanto técnicos como artísticos) de fuera del país y hacen una clase de películas que “no parecen españolas”, frase que todos hemos escuchado hasta la saciedad, frase que afirman equivocadamente aquellas personas que, tristemente, crean que el cine español solo es uno: siempre el mismo. También es cierto que son algunos de estos niños del cine español los que se llevan la mayor parte de las subvenciones y los que consiguen mover su cine y ser conocidos también fuera del país. Y esto tiene sus pros y sus contras. Personalmente creo que por tener más oportunidades su cine quizá se valora menos, o quizá la crítica es más dura e impasible, como si tuvieran que dar más que cualquier otro director. Es una visión personal pero así lo creo y, en parte, también lo comparto, aunque con matices: cada película es única y genuina y hay que mirarla y tratarla aisladamente por lo que es, tanto por lo bueno como por lo malo. Exactamente igual que el paciente que acude al médico. Cada uno tendrá sus cositas, pero no recetas el mismo jarabe al que tiene tos que al que tiene fiebre. El problema es que algunos sí que lo hacen y es aquí donde viene la confusión y el problema. Alejandro Amenábar es como digo uno de estos niños del cine español que ya han dado el salto y se han hecho un hueco en el cine a nivel mundial. Tanto es así que estrellas del calibre (tanto interpretativo como económico) de Nicole Kidman o, ahora, Emma Watson, protagonizan sus películas. Su cine es personal, con infinidad de referencias y ciertamente venido a menos en los últimos años, aunque algo es innegable: el mimo que pone en sus películas sigue siendo el mismo que el primer día. Hoy hablamos de Regresión, su nuevo thriller, que no es ni mucho menos su mejor producción y que tiene mil fallos y es tremendamente previsible pero… no por ello menos disfrutable.
Hace unos días escuchaba un programa en la radio en el que Alejandro Amenábar estaba de invitado afirmando categóricamente que comenzó sus primeros años de escuela en un colegio de curas, para pasar más tarde a ser agnóstico y después a ser ateo. Mientras lo escuchaba no dejaba de replantearme lo curioso (y a la vez lógico) que me parecía que en todas sus películas hasta la fecha (quizá excepto en Tesis y Abre los ojos) el tema religioso se tratase tan profunda y tan directamente. Cada director encuentra su filón o curiosidad y Amenábar ha tocado este tema desde varios puntos en cada una de sus películas. En Regresión, nos adentramos en la historia de detective Kenner, responsable de resolver un caso de abusos sexuales por parte de un padre amnésico, a su hija, una joven de 17 años totalmente traumatizada por los abusos. Con el fin de volver a los hechos, el padre se someterá a una regresión mientras la comunidad vive en constante alerta por los supuestos cultos satánicos llevados a cabo junto con los abusos de la menor.
Amenábar explora en su cinta el morbo del satanismo. Siendo francos, es este un tema bastante trillado ya, pero que sin embargo personalmente creo que le sirve al director para tratar más en profundidad otro tema mucho más importante y mucho más real: el poder de la autosugestión exarcerbada y, por extensión, la obsesión. En este aspecto Amenábar consigue transmitirnos la agonía y la tensión de una persona escéptica (el investigador Kenner) que para creer tiene que ver, y que no cree pero sin embargo sí que acaba viendo. El increíble poder de la imaginación, lo llaman. Amenábar arma una película casi obsesiva en cuanto a coherencia interna y esto, de nuevo, tiene sus pros y sus contras. Y digo contras porque no hay en Regresión espacio para la conmoción por parte del espectador, para la sorpresa; todo en la película es tan coherente y está tan milimétricamente pensado que irremediablemente termina por ser de fácil pronóstico. Todo encaja, no hay nada que podamos tildar de incoherente. Pero precisamente la falta de locura es uno de los puntos que echamos de menos de Amenábar.
Es precisamente esta falta de locura y exceso de previsibilidad lo que hace que la cinta no sea redonda. Le falta originalidad sobre el papel. Y digo sobre el papel porque a pesar de tener un guión demasiado frecuente, sin embargo, de lo que no hay ninguna duda es de que Regresión tiene una manufactura absolutamente impecable. El buen hacer de Amenábar se nota, como se notaba en todas sus anteriores películas, el empeño y el cuidado con el que el director trata a “sus bebés” es totalmente abrumador. Al menos para una servidora. La espectacular fotografía (de Daniel Aranyó) es otro de los puntos fuertes de la película y junto con la música del ya habitual del director, Roque Baños –aún sin ser éste su mejor trabajo-, y Sonia Grande otra de sus habituales en vestuario, hacen un conjunto muy atractivo y plenamente disfrutable, aunque la película peque en muchos tramos de ser autoexplicativa y previsible. Amenábar aguanta una película sin exceso de sustos injustificados, aunque sí con algún que otro golpe de música calificable de tramposo. Nada imperdonable.
Además, y este es otro de los puntos a reconocerle a Amenábar, la dirección de actores es igualmente impecable y es que si algo hace bien es eso: dirigir a actores, especialmente a mujeres. Emma Watson está soberbia en un personaje complicado y con matices y sorpresas, respetando la coherencia en todas sus escenas y sobre todo fuera de todos los registros que le conocíamos hasta la fecha. Sin duda alguna, será ella una de las sorpresas de la película para el gran público y para sus fans.
Regresión no es bajo ningún concepto la obra magna de Alejandro Amenábar, pero con sus pros y sus contras resultará curiosa para los seguidores de un director al que restar talento sería un craso error. Aunque solo sea por la manufactura y el mimo que inundan cada una de sus películas.
Deja una respuesta