La astronomía es una de las ciencias más antiguas que ha acompañado al hombre, desde que puso su mirada en el cielo y las estrellas. La evolución de la humanidad ha estado ligada a la evolución del Universo. Cuando el hombre decidió dominar los cielos, comenzó a agrupar las estrellas en constelaciones. Esas constelaciones estarían asociadas a historias de dioses y mitos antiguos, siendo bautizadas con el nombre de los mismos. A su vez, estas constelaciones darían paso a la creación del zodiaco y al estudio de la influencia de los planetas sobre los individuos cuando, desde la perspectiva terrenal, transitan sobre las mismas. Los astrónomos se convirtieron así en los sabios de la Antigüedad al dominar el conocimiento de los cielos.

Tal fue la estima y la reputación de este oficio que los observatorios astronómicos se construyeron por todas las civilizaciones del pasado a lo largo y ancho de sus dominios. El estudio de los cielos se convertiría en un conocimiento profundo y más que útil a la hora de predecir cualquier evento que pudiese afectar a la vida cotidiana del pueblo. Con la observación del movimiento de las constelaciones y los planetas podían predecir la llegada de las estaciones del año y, con ello, determinar las épocas de cosecha o de crecimiento de los ríos, entre otras cosas. La astronomía se convirtió así en una herramienta fundamental para el desarrollo de la vida en el planeta. No es extraño que astrónomos como Tales de Mileto, Aristarco de Samos o Hipatia de Alejandría fueran considerados auténticos eruditos en su tiempo y consiguieran hitos y descubrimientos tan importantes que permitieran, a posteriori, llegar al conocimiento que tenemos de esta materia.

Tampoco hay que olvidar las figuras científicas en este ámbito que surgieron allá por los siglos XVI y XVII. Entre ellas, la de Petrus Apianus o Peter Bienewitz, un matemático, astrónomo y cartógrafo sajón al que la Biblioteca Nacional rinde homenaje hasta el próximo mes de enero. Apianus recopiló en su obra Astronomicum Caesareum todos sus conocimientos sobre astronomía que poseía y el uso de instrumentos astronómicos, sobre todo el astrolabio, para la observación del cielo. El libro es una verdadera joya que se muestra al público desde la entidad. No sólo por el trabajo de encuadernación y de impresión, también por las ilustraciones, realizadas a mano, por el propio autor.

En el recorrido de esta exposición también se recoge la aportación de astrónomos coetáneos, como Kepler o Copérnico, y su influencia en científicos posteriores, como Galileo Galilei o Newton. Una de las figuras que no pasará desapercibida es la de María Cunitz, la “Hipatia” silesia del siglo XVI, cuyo trabajo sobre las Tablas rudolfinas mejora y corrige los errores del propio Kepler.

La Biblioteca Nacional consigue así acercar el oficio más antiguo del mundo a los ojos del visitante. El Universo queda plasmado bajo la mirada, en diferentes épocas, de los estudiosos y eruditos que, de alguna manera, quisieron alcanzar y poner a disposición de sus coetáneos el conocimiento de sus leyes. Unas leyes que, sin duda alguna, a día de hoy desconocemos en su mayoría. Pero que, con certeras pinceladas de observación y estudio, nos informan de lo que va a acontecer en este planeta. Basta como muestra la triple conjunción de Saturno, Júpiter y Plutón, que nos trae de cabeza en este 2020.