En el año 726, el emperador León III, el Isaúrico, ordenó destruir la imagen del mosaico que decoraba la puerta de bronce de la entrada a palacio. La imagen representaba a Cristo. Viendo lo ocurrido, el pueblo se levantó contra los destructores y llegaron a matar a uno de ellos. Empezaba así el periodo más revuelto de la historia del Imperio Bizantino y la controversia icónica con la prohibición de las imágenes sagradas. Sin embargo, la pintura bizantina consiguió resucitar después de este convulso periodo convirtiéndose en una de las más bellas, diferentes y tradicionales que ha llegado hasta nuestros días. En las universidades orientales aún se sigue enseñando las técnicas de los dorados, tan característicos de este estilo, y su conservación. Incluso la temática religiosa no se ha perdido del todo como en Occidente. No es por ello extraño que una artista como Katrina Taivane haya desarrollado un arte tan particular que tiene como fuente de inspiración Oriente y sus tradiciones.
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Nacida en 1976 en Moscú, Taivane se licención en la Academia de Bellas Artes de Letonia en el 2000. Cabe destacar que el estudio de los iconos bizantinos y ortodoxos fue su especialidad durante más de dos años. La religión, en su vertiente ortodoxa, ha sido uno de los temas predilectos en sus obras: altares para iglesias como el de Sigulda o el de Bauska, tripticos, portadas para libros de temática religiosa, pinturas murales… Resulta curioso que, en una sociedad occidental laica donde la pintura religiosa ha casi desaparecido de la temática artística, en la europa más oriental todavía tenga cabida este tipo de representaciones y que un artista pueda seguir desarrollando una carrera como si de un pintor medieval o renacentista se tratase. No obstante, hay que reconocer que su temática es mucho más amplia y no se ciñe estrictamente al ámbito religioso, aunque sí ocupa buena parte de su obra.
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Sus pinturas laicas abarcan diversos temas, desde figuras literarias a personajes infantiles, pero todos ellos guardan un halo de melancolía y cierta languidez. A menudo los escenarios parecen surrealistas, imaginarios o fantásticos y más que situar al espectador en la acción parece que le llevan directamente a las figuras protagonistas, con una intención meramente decorativa. Se vuelve así la vista a los iconos bizantinos, donde los fondos dorados quedan en un lugar secundario para que el mensaje lo transmitan las figuras que lo pueblan. Los personajes principales gozan de una carga psicológica tremenda, como si con sus gestos y actitudes hablaran con palabras. El elemento emocional queda así transmitido a través de pocos elementos pero que a su vez comunican todo el significado interior de la obra.
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Una pintura suave, surrealista y melancólica que atrapa al espectador a través de sus figuras, cuyos gestos y actitudes transmiten un mensaje completo, poético, cargado a veces de cierta frialdad característica de los países norteños. Muy lejos queda la pasión y la calidez de la pintura mediterránea para expresar con una emoción contenida todo un mundo de significados que hipnotiza al observador.
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