Steven Hanauer, Klutch, Chris, Matt, George Willis, Wiley McCall, Chuck Bronski, Cochran, Frank Hansen, Martin, Buck, Gary, Oficial Raymer, Dustin Davis, Scotty, Bill, Joseph Plumb Martin, Duncan, Sean, Brandt, Allen, Mitch, Rusty, Phil Parma, Freddie Miles, Joseph Turner, Lester Bangs, Wilson Joel, Dean Trumbell, Freddy Lounds, Jacob Elinsky, Dan Mahowny, Reverendo Veasey, Sandy Lyle, Henry, Truman Capote, Owen Davian, Jon Savage, Andy, Gust Avrakotos, Caden Cotard, Brendan Flynn, la voz de Max Jerry Horovitz, Jack, Paul Zara, Art Howe, Lancaster Dodd, Robert Gelbart, Plutarch Heavensbee, Mickey Scarpato, Günther Backmann y el aún desconocido Thom Payne.
Un legado de más de 60 películas, cortos y apariciones en series en los que Philip Seymour Hoffman marcó una diferencia y nos deleitó con un estilo digno de admiración, que pocos actores son capaces de encontrar a lo largo de sus carreras y que él encontró mucho antes de llegar a los 46 años, edad en la que su meteórica carrera se ha parado para siempre.
Lleno de cualidades genuinas que podría haber mal aprovechado, Philip Seymour Hoffman siempre supo cómo hacer que éstas jugaran a su favor. Comprometido, arriesgado, camaleónico, protagonista estelar, secundario de oro, kamikace a la caza de papeles bizarros. No hay duda de que hizo brillar cualquier personaje que cayó en sus manos, fuera el que fuera.
Es imposible no recordar su brutal interpretación de aquel hombre que disfrutaba haciendo llamadas telefónicas a mujeres para luego masturbarse mientras las insultaba, en Happiness (1998) de Todd Solondz. O su mágica visión de Truman Capote, en la película que lleva por título el mismo nombre, su ambigüedad junto a su gran amigo Joaquin Phoenix en la gran The Master, su descarga de sensibilidad en el enfermero de Magnolia. Tantos y tantos personajes sobre los que vació su valía como actor, que sería imposible elegir sólo uno.
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Nunca fue muy amigo de la prensa ni de exponer su vida privada; la vida conocida de Philip Seymour Hoffman se basaba casi exclusivamente en los papeles que interpretaba en sus películas, y será recordado como uno de los actores más versátiles de los últimos tiempos. Si bien es cierto que sus inquietudes como actor recaían casi siempre dentro del melodrama y que participó mayoritariamente en películas afincadas en el cine más indie, tampoco desaprovechó oportunidades para hincarle el diente al blockbuster: sendos papeles en Los juegos del hambre y en Misión Imposible 3, bien lo demuestran.
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Philip Seymour Hoffman no era de los típicos actores que llaman la atención por su físico despampanante, no era un galán, más bien todo lo contrario. Era ambiguo pero había en él algo que retenía las miradas. Y qué bien lo supo aprovechar. Fue un actor de esos que mejoran las películas, de esos de los que te impiden poner el ojo en otros compañeros de reparto, de esos que son imposibles de encasillar, de los que transmiten con su interpretación un torbellino de sensaciones, de los que hacían en pantalla lo que tantos otros no se hubieran atrevido a hacer nunca. Porque seamos francos, están los actores que encarnan personajes ideales, siempre benévolos, entrañables, honestos… Y están los Philip Seymour Hoffman, que no es que no siempre encarnen a este tipo de personajes, sino que normalmente se tiran a los brazos de guionistas o directores que les proponen todo lo contrario, personajes solitarios, ambiguos, abocados al fracaso. Supo cuándo dar más y cuándo dar menos, supo conseguir que llegáramos a empatizar con esos seres extraños, incluso que llegásemos a quererlos. Era valiente. Y esa valentía interpretativa es precisamente lo que le ha hecho único.
Muchos personajes se convierten en pocos cuando se trata de la pérdida de actores tan grandes como él. Sólo nos queda ver sus películas, que afortunadamente podemos poner en bucle hasta la saciedad, recordarle como queramos, donde queramos. Para una servidora, pasen los años que pasen, siempre será Dusty (Twister). No puedo recordar si fue la primera vez que le vi en mi vida, pero sin duda, sí que fue la vez que me marcó su presencia y a partir de donde empecé a seguirle la pista.
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