Guy Ritchie lleva la adrenalina en la sangre y mola, mola mucho. Ser testigo de una de sus películas es como asistir a un espectáculo de gamberrismo que viaja a 360 km/h sin necesidad de que haya un coche de por medio como requisito. Creador de ‘Lock & Stock‘, ‘Snatch: Cerdos y diamantes‘ y ‘RocknRolla‘, lo ha hecho de nuevo, ha reinventado el cine de espías gracias a su adaptación de la serie televisiva ‘El agente de CIPOL‘ (NBC) aprovechándose de la misma fórmula de entretenimiento que utilizó en Sherlock Holmes para que un clásico nos parezca moderno. ‘Operación U.N.C.L.E‘ es fresca y divertida con el humor característico que separa al gentleman del resto del rebaño y de los chistes facilones con muy poco gusto que a menudo Hollywood trata de meternos con calzador.
En plena Guerra fría, Armie Hammer (‘La red social’) da vida a Illya Kuryakin, un agente ruso que tiene serios problemas para controlar la ira. Apodado por su compañero como «Peligro» dadas las características de sus frecuentes ataques, es un máquina de matar: donde pone el ojo, pone la bala. En paralelo tenemos a Henry Cavill (‘El hombre de acero’), que reencarna a Napoleón Solo, mucho más tranquilo y sereno que el anterior. Siempre coloca la frase perfecta en el momento preciso, es mujeriego y un chorizo de primera según sus antecedentes antes de que el gobierno le convirtiera en un arma.
La trama es sencilla y efectiva: Illya Kuryakin del KGB y el agente estadounidense Napoleón Solo, se verán obligados a limar asperezas para evitar una amenaza nuclear. Es decir, dos polos opuestos deben ponerse de acuerdo para trabajar juntos sin matarse por el camino. Aquí se aprende el arte de insultar como un señorito recién bajado del caballo. Incluso les sobra tiempo para darte clases de estilismo fashion. Y es donde entra en juego Gaby como mediadora y alidada, una Alicia Vikander (‘Ex Machina’) que se queda grabada en la memoria. Seca, cruda, indiferente como Nina al piano, invitándonos a bailar una pelea al ritmo de Solomon Burke que pasará a los anales. Pero no es la única escena memorable. La película está plagada de ellas pese a que, en su conjunto, no deje de ser un Blockbuster de verano. Como ejemplo, el ejercicio visual que realiza Ritchie durante la escena en la que Cavill disfruta de una merienda en el interior de un coche con actitud despreocupada.
Cada detalle está cuidado al milímetro para teletransportar al espectador a los años 60, con un vestuario que el mismísimo James Bond envidiaría (estampados vivos y variados, faldas cortas y botas altas, sombreros imposibles y de todo tipo, trajes de tres piezas, pendientes gigantescos, gafas grandes con formas ovaladas…) y a través de localizaciones fantásticas en una romántica Roma tal y como se concebía la ciudad por aquellos tiempos.
Es como si todo estuviera en armonía consigo mismo, destacando su banda sonora como la mayor de sus virtudes. La música consigue sorprender al espectador con un sonido moderno y cool de mandolinas, flautas bajas, guitarras eléctricas, timbales y gritos de guerra que hacen eco por encima de la acción y que no dejan de pertenecer al pasado de las series televisivas y películas de espías carentes de complejos. La elección de Roberta Flack, Nina Simone o Solomon Burke, artistas adelantados a su tiempo, no es arbitraria.
Así que más allá de la historia, lo que verdaderamente engancha son sus personajes (a quienes esperamos que en una posible secuela les exprima al máximo y les saque más partido, lo merecen), interpretaciones brillantes, un guión que se deja querer para los amantes del entretenimiento y el copyright Ritchie al que agradecemos enormemente que nos prohíba respirar.
Piticli
Henry don’t go breaking my heart