Bajo la minuciosidad de sus cristales retiene una inmensidad de cualidades. Condimento, conservante, valioso objeto que rinde culto al misticismo, anhelo divino y supersticiones, la sal nunca se ha resignado a ser un mero elemento mineral. Codiciado en diversas culturas a lo largo de la historia de la humanidad, incluso para las transacciones económicas e incluso con deidades en su honor, se ha expresado a lo largo del mundo y a través del tiempo con gran versatilidad.
De carácter rebelde, que le hace ser esquiva y difícilmente apresada en nuestras manos, la sal ostenta un gran poder bajo su pureza cristalina: el de otorgar sabor a todo lo que toca e intensificar las sensaciones de aquello que parece insustancial. Algunos artistas han logrado ver más allá de sus cualidades culinarias y han decidido convertirla en uno de los más curiosos pero también bellos materiales artísticos.
Le llaman ‘el artista de la sal’ porque da forma a su memoria a través de intrincadas y colosales formas laberínticas elaboradas exclusivamente con este material. Motoi Yamamoto, nació en Onomichi, Hiroshima, pero sus obras son conocidas en todo el mundo. Sus paisajes poéticos adquieren una dimensión metafísica y se configuran como una experiencia trascendental y vital.
Este artista contemporáneo es capaz de esculpir monumentales esculturas tridimensionales utilizando tan sólo este elemento con el que dibuja sobre el suelo precisos y complicados patrones llenos de carga simbólica y emocional.
Estas enormes instalaciones de sal se configuran con delicadeza y serenidad durante un interesante proceso creativo: Yamamoto se abstrae en una especie de trance, incluso frente a posibles curiosos observadores que parecen no enturbiar un ritual artístico que culmina una vez culmina también la obra. Estos paisajes salados, también efímeros y caducos, en los que el artista plasma su memoria, ofrecen recorridos, montañas, escaleras quebradas, blancos océanos, laberintos… como mantra para una intensa meditación que evoca la vida y la muerte a la vez.
Para este artista, creatividad es sinónimo de duelo. El punto de inflexión de su vida artística está protagonizado por el fallecimiento de su hermana con tan sólo 24 años. Desde entonces, Yamamoto utiliza su arte como una forma de retener la memoria, unos recuerdos que se dibujan en forma de sal. La elección de este elemento no es casual. Símbolo de purificación para los japoneses y presente en alguno de sus cultos, la sal es sinónimo de evocación en sus instalaciones.
Se confiesa admirador de la translucidez de la sal y de la capacidad de estos pequeños bloques geométricos transparentes que forman el cloruro sódico para aparentar ese intenso color blanco que desprenden tan sólo bajo una perspectiva general y conjunta y nunca de forma individual.
El documental ‘Return to the sea’, con comentarios del propio Yamamoto, es un fiel reflejo de su obra y su perspectiva artística. En este audiovisual, narra la fuente de inspiración de sus instalaciones y cómo la enfermedad de su hermana, el cáncer cerebral, le empujó a emular los pliegues del cerebro utilizando tan sólo diminutos bloques de sal.
“A veces no puedo dibujar la forma que deseo –confiesa- debido a la humedad; entonces, debo improvisar y adaptar mis diseños a cada espacio”. De este modo, sus creaciones cobran vida propia, ya que sus laberintos de sal surgen de acuerdo a sus sentimientos y condiciones del momento.
Cada forma, cada pliegue, cada recoveco, retiene un pequeño y concreto recuerdo sobre un detalle o un breve acontecimiento, según explica, como aquella vez que su hermana se comió sin preaviso un puding que él guardaba en el frigorífico.
Sus sinuosos y complicados laberintos, como paisajes en blanco y negro, logran atrapar sus recuerdos y conservar con sabor salados una memoria que se expresa en forma de sal. El propio artista te lo explica en este vídeo:
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