La arquitectura japonesa actual no deja de sorprender a quien la contempla. Es un hecho: está de moda. Y ello se debe a un estilo particular que tiene como filosofía fundamental la naturaleza y la introspección. La sencillez que emana es patente y conecta directamente con su cultura, sus creencias y su sentido de vida. El cambio constante de todo lo que rodea al ser humano es el elemento principal en el que se inspira y, por ello, busca un anhelo espiritual que se aleja del lujo o la ostentación más frecuente de las culturas occidentales y de Oriente Medio. Es una arquitectura serena, melancólica, de gran simpleza, que bebe de los principios básicos del budismo, el sintoísmo y el panteísmo.
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Lo que sorprende no es sólo la diferencia profunda entre los principios de un lado y otro del Pacífico, sino también el ideal de belleza entre dos culturas tan distantes. Para los japoneses la irregularidad de un edificio o del terreno no supone ningún tipo de obstáculo arquitectónico. Al contrario, la simetría no se considera elegante. Esto supone un punto a su favor ya que el diseño de un edificio no está condicionado por la necesidad de un espacio delimitado y milimetrado, dejando rienda suelta a la imaginación y a la audacia constructiva a la hora de buscar soluciones. Más aún cuando las circunstancias climáticas y terrenales se ven expuestas a la tectónica de placas y al capricho de la naturaleza, que puede sorprender con un maremoto o un terremoto en cualquier momento.
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Asombrosamente, integrar estas dificultades es un proceso posible y los arquitectos japoneses están a la vanguardia de cualquier innovación y resolución que se necesite. Tal es así que, el estudio arquitectónico Mizuishi Architect Atelier lo tuvo bastante claro cuando se les propuso crear una casa en tan solo 29 metros cuadrados de espacio, en un solar con una forma trapezoidal y un tanto alargada.
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Las soluciones que tuvieron que plantear para resolver el problema espacial fueron complicadas pero no imposibles. Se edificaron tres plantas, distribuyendo los espacios de una manera poco usual. En la planta baja se instalaron el baño y la habitación principal, en la primera el salón y la cocina y en la segunda una habitación abuhardillada para los niños. El tejado a dos aguas permite un desalojo eficaz del agua ante el riesgo de fuertes lluvias y el uso de materiales naturales y frugales junto a polímeros de plástico la convierte en ligera pero a la vez resistente.
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La madera y el bambú sigue siendo los elementos indispensables en cualquier casa japonesa, un material de gran simpleza, belleza, que decoran el interior y la hacen mucho más acogedora y cálida. Además, la importancia de lugares para compartir y abstraerse propias de la cultura nipona convierten el uso de este material en el elemento perfecto para buscar la compañía de los otros y los lugares propios para la introspección, como un estudio o un despacho, en lugares menos fríos para pensar.
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La amplitud de los ventanales y la búsqueda de la luz en todo el espacio es una constante que intenta llevar a la urbe la necesidad de una vida campestre y alejada del mundanal ruido. Este encuentro con lo natural contrasta con el sentido minimalista de los interiores y con el uso de la tecnología más avanzada a nivel de instalaciones y aclimatación, con sismógrafos incluidos.
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Sencillez en interiores y exteriores, materiales ligeros a prueba de fenómenos externos, la tecnología más avanzada, decoración minimalista buscando el espacio interior, uso absoluto de todos los rincones de la construcción, filosofía tradicional y búsqueda de la naturaleza. Lo eterno se une así a lo que está en constante cambio y lo simple se convierte en el mejor elemento decorativo de la casa.
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