Todos tenemos complejos. Todos tenemos miedos.

Tú. Yo. Esa persona a la que admiras, la que te parece tan fuerte, o aquella tan engreída.

Cuantas más máscaras, cuanto más grande es el caparazón, más inseguridades encubiertas. Más miedo.

¿Pero qué pasaría si, al final, a todos nos dieran miedo las mismas cosas?

Imagina que te asusta lo mismo que al de enfrente, y que ambos estáis gastando energías para ocultárselo al otro.

¿No sería bonito poder expresar libremente lo que te asusta, lo que te gusta y lo que te hace (in)feliz?

Ah no… Espera…

Que sí se puede…

¿Entonces? ¿Por qué nos hacemos esto? ¿Por qué escondemos nuestros (verdaderos) sentimientos en el fondo del baúl esperando que alguien los encuentre?

Muchos de nuestros grandes miedos se repiten con frecuencia y se conforman como una serie de creencias que hemos instaurado de forma inconsciente en el fondo de nuestro cerebro. Es como si, al pasar nuestros esquemas mentales por un colador, se repitieran las mismas frases en las cabezas de la mayoría.

Excusas y argumentos que al final siempre tratan de disfrazar aquellos temores que no dices en alto pero que, de tanto en cuando, resuenan en tu cabeza. No ser lo suficiente, no ser aceptado, verse rechazado, temor al fracaso, a no ser válido o mostrarse incapaz, a que te pase algo malo a ti o alguien cercano…

‘Esto es lo que hay y esto es lo que soy’. Así invita este corto del director Roberto Pérez Toledo a tatuarte tus virtudes, y tus taras, en la frente.

Pero no estamos acostumbrados al cuerpo desnudo de las personas, y nos incomoda más aún ver lo que se esconde debajo de la piel. Pero ahí, en ese lugar en el que nos da miedo mirar, todos estamos hechos de lo mismo.

Al atravesar la senda del ego y romper la capa que «nos protege», también derribamos los muros que nos separan. No sólo de los demás, sino de la conexión con nuestro propio ser.

Tomar conciencia y atreverse a decirlo en voz alta, sin tapujos, te conecta con lo que te sale de dentro, te hace (más) auténtico.

Y es que actuar desde el miedo te ayuda a evitar lo que no quieres, pero no te dirige hacia el camino de lo que tú sí quieres en realidad.