El lunes nos despertamos con el vídeo viral donde una pareja daba rienda suelta a sus fantasías practicando el bello arte del coito en el andén de la estación de Liceu en el suburbano de Barcelona, ante las risas y la perplejidad del resto de usuarios. La diputada y portavoz de la CUP, Mireia Boya, restaba importancia a lo sucedido afirmando que “el sexo no es pecado” y lamentaba que la noticia hubiera tenido tanta repercusión, siendo una de las más comentadas a lo largo del día en diversos medios de comunicación.

Quizás estemos ante la nueva gran epidemia del siglo XXI y no nos hayamos dado cuenta. No se trata ya de ninguna enfermedad importada desde África, ni de ningún fármaco o alimento en mal estado proveniente de algún animal mutado genéticamente. La nueva oleada de sexo callejero ha llegado y está aquí para quedarse.

No son pocos los sucesos como éste que a lo largo del año se repiten. Sin ir más lejos el año pasado sucedió algo parecido en una glorieta en las calles de Madrid en la que dos jóvenes fueron cazados haciéndolo sin ningún tipo de pudor al tiempo que eran grabados.

Por norma general, estos hechos suelen tratarse de una manera cordial y jocosa, pero numerosos medios conservadores abordan dichas noticias desde una clara posición moral que dista mucho de hacerles pizca de gracia. Esto ahonda en la tremenda brecha existente en un país de arraigada cultura católica y religiosa, y que ve con ojos pecaminosos cualquier tipo de acto sexual difundido en la televisión o en las redes sociales.

No deja de ser una contradicción o paradoja que un país gobernado catódicamente por los productos paridos por Mediaset –¿Adán y Eva?- se escandalice por un hecho que no debería de tener mayor relevancia en una sociedad que parece decidida a quedarse anclada en conceptos morbosos y de sexualidad que representan tabúes para ciertas esferas y que, por otro lado, suele coincidir con aquellas que manejan los hilos políticos y sociales.

El debate ha quedado abierto: son muchos los detractores de que estas prácticas continúen sucediendo y que, además, abogan porque sean perseguidas y castigadas ante la ley. Algo que parece exagerado para personas como la citada diputada de la CUP y otras tantas que ven esto como casos aislados y que no causan perjuicio a una ciudadanía bastante castigada ya con temas mucho más importantes y que parece que son encubiertos con crónicas sensacionalistas, creando cortinas de humo sobre lo que de verdad importa.

Pero la realidad está ahí. La nueva sociedad 3.0 avanza a pasos agigantados y con ella todo un mundo de vicio y perversión. No sólo del porno vive internet, existen infinidad de foros clandestinos donde la gente queda desde el anonimato para mantener relaciones sexuales con desconocidos. Normalmente se trata de lugares algo alejados del resto de convecinos, pero prácticas como el dogging o el cruising siguen gozando de gran éxito.

Estas prácticas tuvieron su origen en Estados Unidos y la Inglaterra de la década de los setenta. El término dogging procede del hecho de sacar a pasear al perro aprovechando, ya de paso, para hacer de voyeurs improvisados y cazar así a los practicante y exhibicionistas heteros que quedaban para mantener relaciones sexuales. Lo mismo pasa con el cruising, coto vedado para el colectivo homosexual.

Pero ¿qué mueve a estas personas a mantener relaciones en lugares públicos? El valor contracultural del sexo es muy potente y ha servido siempre de icono y símbolo para movimientos sociales reivindicativos –véase el ejemplo de las Femen-. El sexo y el desnudo duelen, los tabúes construidos a partir de ellos son el caldo de cultivo perfecto para el dogging, el cruising y cualquier otra práctica que tenga como motivo la exhibición. Movidos por esa morbosidad latente del que se siente observado, del poder adrenalínico que produce el escándalo y el romper ciertas barreras morales pueden ser algunos de los motivos principales.

El sexo sólo es sexo pero, si no fuera tabú ¿seguiría teniendo sentido la clandestinidad? ¿o es la propia clandestinidad del sexo lo verdaderamente divertido? Lo que sí queda claro es que este tipo de sucesos seguirán repitiéndose. Mientras, estaremos preparando palomitas para devorarlas como meros espectadores.