Cuando nos situamos delante de un cuadro, muchos detalles son los que pueden llamar nuestra atención. Empezando por el colorido, la forma de las figuras que lo integran, el tamaño, la disposición de los elementos que lo integran y terminando por el artista que lo ha ejecutado y la época a la que pertenece. La pintura es un elemento clave si de llamar la atención del espectador se trata. Otra cosa muy diferente es intentar comprender el contenido del mismo.
Retrato de la infanta Catalina Micaela. Antonio Moro
Siempre que nos situamos delante de un cuadro es importante captar esos primeros elementos que nos suelen llamar la atención. Si lo han hecho, es porque nuestro cerebro los ha distinguido del resto de elementos que conforman la otra por algún motivo. Y por ello, es un buen acercamiento para dejarse cautivar e ir captando el mensaje que el artista nos ha querido transmitir. Poco a poco. Sin prisa. Analizando cada uno de los elementos que componen la obra. Desde el escenario, pasando por el mobiliario, los personajes que la integran, la vestimenta, los complementos y las actitudes. Como si de una película muda se tratase.
Retrato de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Antonio Moro
Uno de los elementos que suele llamar la atención es, sin duda alguna, las joyas. Como complemento de la vestimenta, las joyas que se utilizan pueden darnos una gran cantidad de información sobre las personas que aparecen en la imagen. También su ausencia puede indicarnos muchas cosas. Por norma general, las clases trabajadoras no solían ostentar ningún tipo de joya en su vida cotidiana. Sus escasos salarios no podían soportar un lujo como ese. Las joyas eran concebidas como objetos raros y excesivamente caros, por varios motivos. El primero, la dificultad para obtener cualquier piedra preciosa; el segundo, el coste de la misma, tanto por su valor como por su extracción y transporte; y el tercero, por ser un signo de distinción entre la nobleza, el clero y la familia real.
Dama y niña. Adriaen Van Cronenburch Dama con una flor amarilla. Adriaen Van Cronenburch
Durante el siglo XVI, pero sobre todo en el siglo XVII, el auge del género del retrato permitió observar más de cerca esas diferencias sociales. En el retrato de Adriaen Van Cronenburch titulado Dama con una flor amarilla, se puede apreciar las condiciones de las clases trabajadoras en cuanto a vestimenta, peinado y ornamentación. La mujer retratada, que parece ser una doncella, aparece ataviada con un vestido en tono negro y rojo que sobrelleva un delantal blanco y unas mangas del mismo color que sobreprotegen las del vestido. No lleva ningún tipo de adorno ni de joya. Simplemente luce una pequeña gola en el cuello y unas sencillas puñetas en las mangas. Sin embargo, en otra de las pinturas del mismo artista, titulada Dama y niña, aparece una mujer mejor ataviada, con un cordón dorado adornando su cintura, una gola en su cuello mejor trabajada que la anterior y una redecilla sobre su cabeza, que cubre un peinado más complejo que las simples trenzas de la doncella.
Retrado de dama. Antonio Moro
Si comparamos estas dos obras con el Retrato de dama de Antonio Moro, vemos las diferencias entre la primera doncella, mucho más humilde y sencilla, que esta dama que atiende las necesidades o bien de algún personaje de la nobleza o bien de la corte. En ese cuadro, lo primero que llama la atención es la gola blanca que adorna el cuello y las puñetas de las mangas. Ambas son mucho más prominentes, más ricas y complejas que las de las mujeres retratadas por Cronenburch, símbolo de un estatus superior y de mayor riqueza. Además, destacan las pulseras de pedrería sobre el negro de las mangas de su vestido, así como el cordón de la cintura o los botones de oro y perlas que adornan el traje. Sin embargo, lo que realmente parece que la retratada nos quiere destacar es el joyel que cuelga de su cuello en un collar de perlas, un símbolo ineludible de una posición privilegiada. El tocado de su cabeza es mucho más refinado que el de las anteriores, ante todo por la puntilla y la decoración de piedras preciosas que lo adornan.
La señora Carl Meyer. John Singer Sargent Lady Agnew de Lochnaw. John Singer Sargent
Esta comparación podemos llevarla a cualquier tipo de obra anterior o posterior en el tiempo. Pero si atendemos a la aparición de la burguesía o de los llamados “nuevos ricos” de los siglos XIX y XX, se puede apreciar un cambio de apreciación a medida que avanzan los siglos. Si en el Renacimiento llevar un atuendo rico en su confección, utilizando seda, terciopelo, brocados o piel animal, muy recargado a nivel de joyas, collares, pulseras, botones, cinturones y otros adornos, con tocados muy trabajados y peinados laboriosos y una gola y unas puñetas desproporcionadas, eran señal de riqueza y su pertenencia a la alta nobleza o la realeza, en el siglo XIX y XX estos excesos serán considerados como de “nuevos ricos”.
Retrato de Teresa Blumestiel. Raimundo de Madrazo
Esas familias que han hecho riqueza con su esfuerzo, al fundar una empresa de éxito o llevar a cabo un negocio próspero, intentarán encajar, de alguna manera, en su nueva posición social mostrando en exceso tanto accesorios, complementos y joyas como vestidos pomposos y recargados. Al contrario, las clases ricas tradicionales, que han pertenecido a las altas esferas desde siempre, buscarán un atuendo mucho menos recargado, más sencillo pero eso sí, elaborado con buenas telas y, en el caso de las joyas, aquellas únicas y destacables, tanto por su antigüedad como por su valor. Pero todo comedido y sin estridencias.
Retrato de María Tudor, reina de Inglaterra. Antonio Moro
Las joyas, por tanto, pueden aportarnos una gran cantidad de información adicional a la vestimenta, en la mayoría de retratos que observamos en exposiciones, galerías y museos. E incluso mucha más si atendemos al significado de cada una de ellas, al narrarnos atributos, cualidades o virtudes que la dama retratada tenía y mostraba. Todo un mundo por descubrir está detrás de cada adorno y cada atuendo.
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