Flojera. Esta palabra puede definir muy bien esa sensación que inunda al ser humano cuando llega el calor a la Península. Esa sensación se traduce no sólo en calor corporal, traducido en sudor. También e dolor de cabeza, bajada de tensión y ganas de dormir. La necesidad constante de estar en un ambiente fresco se agudiza. Da igual la forma. Cualquiera de ellas es válida. Y con ello, también baja las ganas de hacer determinadas salidas o planes.

También surge otra cuestión para aquellos que tienen hijos. ¿Qué hacer con ellos? ¿Dónde llevarles para que estén entretenidos? Una propuesta, que puede realizarse hasta el 18 de septiembre, es visitar una exposición. Pero no en un museo. En un Centro Comercial. Parque Corredor ofrece una exhibición impresionista, apta para todos los públicos. Sin duda alguna, las nuevas tecnologías permiten, a través de 12 pantallas, sumergir al visitante en la vida y obra de los artistas más conocidos del movimiento decimonónico. Monet, Manet, Pisarro, pasando por Renoir, Degas, Morisot, Toulousse-Lautrec, hasta los postimpresionistas como Cézanne y Van Gogh. Las entradas cuestan 8 euros para adultos, siendo 6,40 para niños y jubilados. Además, se ofrecen talleres infantiles, para acercar tanto la teoría como la práctica, a los pequeños comprendidos entre 5 y 11 años. El precio es de 2 euros por niño.

El Impresionismo fue el movimiento transformador del arte del siglo XIX. En cierto modo, responde a los cambios que estaba sufriendo la ciudad de París por aquel entonces. Después de los años tumultuosos tras la caída de la monarquía francesa y la llegada al poder de Napoleón, se sucedieron los reinados de Luis XVIII, Carlos X y Luis Felipe de Orleans. Después llegaría la Segunda República a manos del sobrino de Napoleón Bonaparte, Napoleón III, que fue nombrado emperador de los franceses hasta 1870. Es justo este período en el que tiene lugar en la ciudad de París una reforma urbana que afectará a todas las clases sociales. Napoleón III encarga a su prefecto, el barón de Haussmann una serie de reformas que llevarían a la creación de grandes avenidas, bulevares y vías, en detrimento de las calles estrechas, pequeñas y angostas del aún trazado levantado durante la época medieval. Esto suponía el derribo de casas y edificios y la reubicación de las clases obreras en los suburbios o límites de la ciudad.

Fue este hecho el que hizo que muchos artistas se sintieran fascinados por esa nueva arquitectura y esa ampliación urbanística, lo que llevó a plasmarlo en sus lienzos. Desde bulevares a centros de recreo cercanos a las fábricas de trabajo situadas a orillas del Sena, toda esa nueva vida urbana y de ocio será la temática fundamental de estos pintores. Pero antes tendrán que lidiar con las pautas establecidas desde las altas esferas académicas.

Cada año se realizaba una exposición anual de pintura, donde los miembros de la Academia francesa elegían los cuadros y artistas que iban a exponer. En 1863, Napoleón III decidió que se organizara una exposión paralela con las obras de los artistas rechazados por estos miembros de la Academia francesa. A esa exposición se le bautizó como Salón de los rechazados. En este grupo se encontraban Manet, Monet, Renoir y Pisarro, entre otros.

Digamos que, la pintura de estos artistas era demasiado fresca para una sociedad aún conservadora en muchísimos aspectos. Mientras que los artistas de la Academia ponían sus ojos en el Renacimiento y la Antigüedad Clásica, ellos tenían como referentes a Rembrandt y Franz Hals, a Velázquez y a Goya, a Turner y Constable, sin olvidar la estampa japonesa. Las luces y las sombras, las pinceladas sueltas y empastadas, los temas contemporáneos de la vida cotidiana. Todo ello no sólo sirve para distanciarse de las angostas normas académicas regidas por estos valores clásicos ya pasados de moda, sino también para distanciarse de la aparición de un máquina que les hacía la competencia: la fotografía. Si la fotografía capta la realidad tal y como es, en un instante, en un tiempo, la pintura debía reflejar el interior del artista, con una mirada profunda hacia la realidad que representa. Y es esa fluidez en la pincelada la que marcará la diferencia.

No obstante, la fotografía estará muy presente en la forma de pintar y en las técnicas a utilizar de estos artistas. La composición fotográfica será recurrente en muchas de sus obras: desde el encuadre hasta la ausencia de un elemento central en el cuadro. Además, el nacimiento del movimiento impresionista tendrá lugar en la exposición organizada en el estudio del fotógrafo Nadar, situado en el bulevard de los Capuchinos, en 1874. Allí, un crítico de arte acuñó este término de “impresionista” cuando analizaba la obra de Monet Impresión: sol naciente. Aunque esta palabra inicialmente intentaba ser irónica y un tanto despectiva ante la obra de estos artistas, ya que generaba rechazo entre el público y el mundo del arte, terminó definiendo un nuevo estilo que se convertiría en el arte oficial de la sociedad burguesa francesa.

Es más, la apertura pictórica, tanto social como mental, que realizaron los impresionistas llevará a la siguiente generación de artistas a descubrir y recorrer caminos nunca antes conocidos. Toulousse-Lautrec no sólo se inspirará en Degas y en la estampa japonesa. También buscará el impacto visual psicológico de aquello que quiere comunicar. Van Gogh se sumergirá en su interior y nos mostrará el sentimiento del rechazo, de la marginación, de la soledad, el dolor y el sufrimiento. Cézanne en su búsqueda de una composición casi científica, que aúne tanto equilibrio como belleza en el espacio, pondrá las bases para los cubistas.

La obra de cada uno de estos artistas es extensa y variada. Pero no se puede dejar de asociar los nenúfares con Monet, esas pinturas de aglomerados bulevares con Manet y Renoir, las bailarinas de ballet con Degas, los bellos retratos femeninos con Berthe Morisot, las amplias panorámicas con Pisarro, los salones nocturnos del Montmartre con Toulousse-Lautrec, la búsqueda personal de sí mismo y la marginalidad con Van Gogh, la relación del hombre y la naturaleza con Cézanne. Y cada una de estas singularidades dan sentido a lo que una fue un estilo pictórico que revolucionó el siglo XIX.
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