La técnica de la acuarela es una de las más utilizadas por los aficionados a las artes, gracias a que permite grandes posibilidades. A pesar de su popularidad, su técnica hay que dominarla para conseguir los acabados que se desean, controlando tanto la cantidad de pigmento como el de agua empleados. Su creación se remonta al origen del papel pero no llegó hasta Europa bien entrada la Edad Media, aunque su utilidad fue destinada a la creación meramente de bocetos en un primer momento hasta que en el siglo XIX alcanzó su punto más álgido.  Técnicamente, la pintura al óleo, desde su creación, ha sido la favorita por todas sus cualidades y sus magníficos acabados, algo que hoy en día, donde se busca más la inmediatez de la obra, es meramente secundario.

Como los materiales empleados en el arte actual son innumerables, los caminos del arte resultan inabarcables. La acuarela pasa así de ser una de las técnicas más empleadas por muchos artistas que desean darle un toque diferente, fresco y más inmediato a la obra que realizan. Es el caso del artista francés Jean Claude Papeix, un verdadero amante de la naturaleza y del instante, del aquí y del ahora.

Gracias a la acuarela sus flores toman un cariz dulce, poético, sensible, que habla por sí solo. Sus paisajes y bosques quedan reducidos a la mínima expresión pero recogiendo la impronta del instante. El espectador es capaz de recoger con estas pinceladas el mensaje del autor, el momento representado, e interiorizarlo de una forma íntima y particular.  Sus representaciones de ciudades y pueblos llegan al alma del que los contempla, expresando vivamente lo que el artista quiere decirnos en cada momento.

Con ello, el espectador se da cuenta de que no hay superficialidades ni significados secundarios en sus representaciones. Las obras muestran lo que son. El artista nos hace partícipes así de su sensibilidad, de su forma de ver la vida y el arte, con una sencillez que deslumbra y con una delicadeza que asombra.