Que el Land Art está causando sensación entre los artistas más actuales no es ninguna novedad. Desde hace algunos años se ha vuelto a poner de moda la impronta de ahondar y renovar el concepto de arte natural más que nunca. El contacto con la naturaleza y la necesidad de encontrar los orígenes, tanto a nivel artístico como personal, es una constante en el mundo del arte. Pero que sea tan recurrente sólo puede significar algo más profundo.
La industrialización, el uso de las tecnologías, la individualidad que se hace más patente en la vida de ciudad han causado una llamada de efecto retorno a lo que es propio del ser humano. Y la necesidad de tener un contacto más profundo con las raíces del hombre es lo que ha llevado, en parte, a ese regreso a la naturaleza. Además, ella es la forma más perfecta de arte que encontramos en este planeta. De ella parten todos los materiales que se utilizan para crear obras artísticas y es el modelo más fidedigno a seguir, tanto en formas, proporciones, medidas e inspiración, para alcanzar esa perfección.
Si a esta actualización de Land Art le unimos la búsqueda de la espiritualidad y buscamos en él la manera de crear mandalas para meditar, tenemos un resultado redondo. Eso es lo que ha hecho el artista británico James Brunt. Partiendo de elementos que encuentra en la naturaleza, Brunt crea hermosos mandalas, que coloca en escenarios naturales, a los que después fotografía. Sus obras producen tal efecto de concentración y relajación que son sorprendentes.
El misticismo queda unido así a lo artístico, rememorando el tiempo en que los celtas hacían sus cultos al aire libre para unirse con la divinidad. Y en el fondo, el Land Art no está tan lejos de la cultura celta como parece. La naturaleza, sus ciclos y el respeto por todo el Universo que los rodea están presentes en este estilo artístico. Sólo hacía falta una mirada al pasado para entender el presente. Y James Brunt lo ha conseguido con su interpretación del mandala a través del Land Art.
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