«Hasta ese preciso momento, el pánico que también sentía el pobre penco parecía otorgarle cierta ventaja sobre el fantasma, aún cuando, desde luego, no fuera tan buen jinete como el decapitado…» Washington Irvin describe así parte del famoso recorrido a caballo de uno de los personajes más misteriosos y terroríficos de sus historias de miedo. El Jinete sin Cabeza es una de esos relatos fantasmagóricos que ha sido llevada a la gran pantalla en diversas ocasiones. Una de las más conocidas es la del director estadounidense Tim Burton, aunque también una de las que se aleja del relato original. Una de las escenas más famosas es la carrera nocturna que tiene como protagonistas a Ichabod Crane y al propio Jinete, cuya meta es un puente cubierto donde el terrorífico personaje venido del Más Allá lanza su cabeza, que resulta ser una calabaza, al pobre maestro de escuela. Ese caballo sobre el que cabalga la presunta figura regresada de entre los muertos corría como si estuviese poseído por el mismísimo Demonio. Los caballos de la artista protagonista del tema de hoy pueden resultar tan salvajes y fantasmagóricos como el del rocambolesco relato de Irvin. Pero, a diferencia del escritor decimonónico, son el resultado de un proceso de búsqueda interna y meditación que Sayaka Ganz realiza y que nada tienen que ver con la moraleja final de Irvin.

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La artista japonesa ha recorrido medio mundo desde que era una niña hasta llegar al estado de Indiana, donde actualmente desarrolla su trabajo. El contacto con el mar le hizo tomar interés por la búsqueda de la vida, más allá de la superficie de los objetos. Por ello, siempre le gustaba ir a la playa a buscar y explorar bajo la arena con la intención de encontrar algún tipo de rastro de vida animal, a veces con éxito y otras no tanto. De esa búsqueda siempre llegaba a la misma conclusión: la vida se manifiesta con toda su energía más allá de la superficie terrestre, en el fondo del mar, y hace partícipes a todos los seres humanos a través de la fuerza que emana al entrar en contacto y armonía con él.

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Su concepto de belleza está también asociada con la energía que emanan los seres vivos en todo el planeta. La belleza se encuentra en todas partes pero hay momentos en los que esa belleza necesita cambiar de dirección para volver a fluir en su estado original. De ahí que sus animales estén en constante cambio y movimiento, ya que con ello muestra que a través de ese cambio de innercia la belleza se transforma hasta volver a un punto de armonía original. Todo cambia, todo evoluciona, porque la energía vital necesita del movimiento para volver a alcanzar el equilibrio.

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Y ese equilibrio también está presente en las relaciones humanas. Para sus esculturas utiliza materiales que han sido utilizados y desechados. Ganz los modela y los trabaja para darles una nueva forma. Esas piezas son el resultado de un proceso de creación, uso, deterioro y renacimiento, con una segunda vida que, gracias a las manos de esta artista, tienen la oportunidad de desarrollar con una finalidad distinta para la que un día fueron creadas. Para Sayaka Ganz, las relaciones humanas también nacen y su «uso» lleva a un deterioro que se puede llegar a romper a través de los conflictos. Pero los conflictos se pueden superar cuando todas las piezas vuelven a encajar y, si para ello es necesario abandonar el lugar que se ocupa y romper con la energía estancada, hay que moverse hasta un nuevo lugar donde el individuo pertenezca. Siempre hay un lugar al que cada individuo y ser vivo pertenece, pero el cambio es necesario hasta que se encuentra.

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Energía en estado puro es la sensación que emanan sus esculturas, en ocasiones arrolladora, abrumadura, fruto de una fuerza vital interior que arrastra al que encuentre en su camino. Cierta violencia y bravura pueden ser observados a través del movimiento y la velocidad de regeneración que despiden. Esos animales van reconstruyendo su forma física desde el interior y la van completando hacia el exteriro a medida que consiguen alcanzar el equilibrio total al regenerarse por completo.