En determinados momentos de la vida necesitamos parar, reflexionar y pensar sobre qué dirección ha tomado nuestra existencia. Al mirar atrás, unas veces creemos haber hecho lo que debíamos y otras, no tanto. En el fondo, ni nosotros mismos somos capaces de saber a ciencia cierta si lo que hemos hecho ha sido para bien o podríamos haberlo hecho mejor. Pero siempre tenemos esa pequeña intuición interior que nos dice si hemos hecho bien o, por el contrario, no lo hemos hecho tan bien.

Reflexionar es un verbo que a muchos les resulta raro. Hay personas que no piensan mucho las cosas antes de actuar. Y, por el contrario, personas que le dan una y mil vueltas a la cabeza antes de ponerse manos a la obra. Seguramente, ni los primeros ni los segundos estén cien por cien convencidos de que lo que han hecho haya sido para bien. Pero reflexionar y meditar las cosas puede marcar un antes y un después antes de tomar una decisión.
Y para reflexionar y meditar se necesita de un espacio propio, íntimo, alejado de todo lo que nos distrae. Un espacio donde poder sentirse seguro pero a la vez que sea propicio para encontrar una respuesta. Un lugar tranquilo, apacible, donde poner a funcionar nuestro yo interior en busca de esa respuesta que anhelamos. Y ese espacio propicio para la meditación y la reflexión parece haber tomado forma en el pabellón de Lago Cristal en Nueva York de la mano de Marc Thorpe Design.

Este pabellón está construido sobre un lago artificial. Se erige sobre un único pilar de hormigón sobre el que se distribuye un espacio rectangular realizado en madera. Pero esta madera está protegida por un techo de acero, que descansa sobre unos ejes también de acero ligero. Los laterales se encuentran revestidos de grandes ventanales de cristal, que permiten un contacto directo con la naturaleza y el agua del lago artificial.

Este pabellón sobre el agua solo es accesible a través de una barca desde la costa. Y su utilidad radica en ser un espacio creada para la relajación, la meditación y el yoga. Su ubicación se sitúa en medio de un bosque de quinientas hectáreas de terreno, que permite obtener esa conexión directa con un espacio natural. El efecto que crea esta construcción está en consonancia con el fin mismo de la meditación: conseguir una elevación espiritual y personal por encima del mundo material que queda reflejado en el efecto visual que produce al ser contemplado desde la orilla. El mundo así parece reducido a la nada y solo es observable desde lo más íntimo del ser humano.
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