Tierra de hombres. Con este asombroso nombre es conocida la isla de Hokkaido, la más septentrional de las islas que conforman el país del Sol Naciente. Es la segunda más amplia en extensión por detrás de la isla de Honshu y se encuentran unidas por un túnel que las conecta.Hokkaido alberga un sustrato cultural y antropológico muy importante sobre la historia de las etnias que conforman Japón. Además, ha sido escenario y fuente de inspiración para películas como La Princesa Mononoke o para crear los escenarios del mundo de Pokémon.
Sin embargo, no son precisamente ninguno de éstos los que nos ha llevado a hacer de este lugar el punto de referencia del artículo de hoy. Es el mundo de los muertos el que se convierte en protagonista del día. En concreto, las afueras de la ciudad de Sapporo son el escenario donde el artista Tadao Ando ha levantado un escultural monumento que se ha convertido en todo un acontecimiento.
El cementerio de Takino. Un lugar donde reposan los cuerpos y almas de todas las personas fallecidas que han pasado a una vida mejor. Allí se levanta una colosal estatua dedicada a Buda desde hace 15 años. Con sus trece metros y medio de altura se distingue en el paisaje y sobre el horizonte sobre cualquier otro elemento natural que pueda albergar. En él aparecen representados todos los elementos o atributos característicos de su representación: un hombre joven pero de edad indeterminada, vestido con un manto de monje y los pies descalzos como ejemplo de pobreza, que aparece en actitud de meditación mediante el mudra de sus manos, con una protuberancia craneal que representa el símbolo de la vida espiritual concentrada, orejas de lóbulos alargados para significar la felicidad y la sabiduría, con pliegues en el cuello que representan larga vida y cuyos párpados representan la flor de loto como símbolo de pureza.
Hasta aquí, podría decirse que sería una representación más del famoso asceta. Pero el arquitecto Tadao Ando ha querido realzar su presencia ubicándolo en una colina artificial que dota a la escultura de un significado propio. Esta colina está formada por anillos de vegetación que albergan una oquedad en la parte superior por la que asoma la cabeza de Buda. Para poder acceder a ver esta megalómana escultura se ha construido un túnel de 40 metros de longitud que termina en una sala circular que alberga la efigie del asceta.
El efecto óptico que se crea al llegar a esta sala es la de un halo que rodea la cabeza de la figura y representa su iluminación completa. Y este efecto se encuentra supeditado al cambio de las estaciones así como del tiempo. En unos meses, aparecerá cubierto por un manto de nieve, para luego derretirse y dejar embriagarse por un color rosado, típico de los cerezos en flor, que cambiará a un tono verdoso con la llegada del verano y se irá transformando en un color rojizo cuando llegue el otoño. Las inclemencias del tiempo también dejarán su huella en forma de desgaste sobre este monumento, que forma ya parte del lugar y el paisaje en el que se ubica.
El resultado es una obra impactante por su tamaño pero también alejada de la tradición. En la cultura nipona, los cementerios suelen inscribirse dentro del marco de la ciudad a la que pertenece. Ello es debido a que, según la tradición sintoísta, los muertos forman parte de la vida, ya que no se conciben la una sin la otra. Por ello, los cementerios son lugar de felicidad, donde este ciclo natural está presente y por ello el lugar debe formar parte de la vida diaria de la localidad donde se ubica.
Este cementerio se encuentra fuera de la ciudad, rompiendo así con la tradición sintoísta. Además, aporta un elemento diferente: la existencia de un estanque de agua que representa la pureza del alma y de la mente. Con ello, el cementerio se convierte así en un lugar de descanso para las almas pero también de armonía mental y de paz de espíritu para los vivos que pasean por entre sus lápidas.
Deja una respuesta