Una playa de fina arena que parece no encontrar fin. El océano Atlántico bañando su orilla. Muy cerca, las ruinas de lo que fue una vez una de las ciudades romanas exportadoras del garum a todo el Imperio y que, trágicamente, desapareció bajo la acción de un devastador maremoto y los acuciantes saqueos de piratas mauritanos y germanos. Aún quedan latentes en Baelo Claudia los restos de lo que fue la industria del salazón más potente de la Hispania romana. Y son estos restos arqueológicos los que, de alguna manera, han inspirado al arquitecto Alberto Campo Baeza para llevar a cabo la construcción de una casa, en Zahara de los Atunes, que busca ser una prolongación del maravilloso universo que, en un tiempo pasado, se desarrolló en esas playas gaditanas.

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Una gran plataforma de piedra sirve como base para una vivienda que se alza como un plano horizontal sobre ella. Líneas puras y rectas se extienden para ser la prolongación de un horizonte lejano que se avista mar adentro y que son testigos, cada tarde, de una impresionante puesta de sol. No es de extrañar que el arquitecto haya utilizado como material para esta construcción el travertino romano, no sólo para no perder la continuidad lineal con el esplendor que una vez le dio Roma a esa ciudad que hoy se entierra bajo la arena de la playa, sino también para mimetizarse con esa arena y crear un plano horizontal infinito que se une con el mar.

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La casa está construida sobre una parcela de 900 metros cuadrados de superficie, donde la vivienda ocupa 750 de ellos. El edificio consta de 20 metros de largo y 36 metros de fondo, con una altura de unos 12 metros. Su aspecto recuerda a los basamentos de época griega o romana sobre los cuales se levantaban grandes y esplendorosos templos para rendir culto a cada una de las divinidades que configuraban el panteón religioso. Como consecuencia, esta construcción se levanta como un monumento de la Antigüedad utilizando un material muy conocido en la arquitectura romana.

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La entrada a la vivienda se realiza por una explanada de travertino que la une con la calle que la comunica con la carretera. El acceso a la casa se hace “en trinchera” por unas escaleras excavadas en el plano de la plataforma. Además, la plataforma de piedra está protegida por tres muros que consiguen hacer de parachoques de los fuertes vientos que allí dominan.

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La distribución interior sigue la sencillez de las líneas exteriores. En la primera planta se distribuyen los cuartos de los niños y una salida al jardín. En la segunda se encuentra el dormitorio principal y las zonas comunes, como el comedor, la cocina o el salón. Aprovechando la iluminación natural del lugar, la casa cuenta con lucernarios con forma de óculos en el techo que dejan pasar la  luz a las estancias situadas en esta parte superior.  En la azotea no cubierta, protegida por unos muros orejeras,  se puede encontrar la piscina. Esta zona exterior ejerce de vestíbulo de entrada, ya que es el primer espacio que se puede apreciar desde la calle.

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A simple vista, la casa se ha construido como si de un muelle junto al mar se tratase. Pero lo que realmente Campos ha querido plasmar es la permanencia en la memoria y en el corazón de los hombres del pasado con su obra, como si fuese capaz de detener el tiempo con sus líneas simples y puras, a lo Mies van der Rohe. Por esta razón, la vivienda ha sido llamada la Casa del Infinito, un hogar que recupera el tiempo pasado a través de sus formas y sus materiales y que lo proyecta al presente para que convivan y se mimeticen en un espacio cuyo horizonte parece no tener fin.

 

Fotos de la web de Alberto Campo Baeza