La vida del artista nunca resulta un camino de rosas. Cuando no hace más de un par de siglos el devenir artístico era considerado como una profesión más dentro del conglomerado de actividades de una ciudad, en la actualidad se conforma como un difícil sendero en el cual poder alcanzar una forma de vida digna desarrollando una habilidad que se reconozca como novedosa o no usual. Cuando la chispa creativa se convierte en un hobby y el hobby en tu forma de sustento es cuando llega el verdadero reto de mantenerse en un mercado en el que resulta difícil sostenerse sin esas premisas mencionadas. Sólo hay que recordar cómo muchos pintores que fueron rechazados por las masas se convertirían en los más cotizados después de muertos e incluso habiendo vivido en la indigencia. La vida, en muchas ocasiones, parece poner obstáculos hacia lo que parece ser una vocación irremediable.

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El artista bielorruso Leonid Afrémov tuvo que luchar contra las circunstancias del destino y de su condición religiosa para poder encontrar la estabilidad profesional. Nacido en Vitebsk en 1955, se graduó en la Escuela de Bellas Artes fundada por el mismísimo Marc Chagall en 1921. Trabajó como diseñador y escenógrafo teatral durante gran parte de su juventud e incluso llegó a diseñar propaganda comunista durante los años de la influencia rusa sobre la Europa Oriental. Pero su ascendencia judía marcó muy pronto un fuerte rechazo que no le permitiría participar ni ser miembro de organizaciones ni asociaciones culturales o artísticas del país.

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Además, el grave accidente de la central nuclear de Chernóbil determinaría su marcha del país natal hacia Israel junto con su familia. Al instalarse en el territorio judío también notó el profundo rechazo hacia todo lo que procedía de los países de influencia comunista, lo que determinó que emigrara de nuevo ya entrado el nuevo siglo hacia Estados Unidos donde, actualmente, reside.

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A pesar de esa vida de rechazo continuo, ya fuese por su origen o su identidad religiosa, la obra de Afrémov es un auténtico dechado de alegría y color. La energía que irradian sus luces, tonos anaranjados, las gamas de amarillos, reflejan una capacidad de superación ante las adversidades que le aporta una fuerza especial que llama poderosamente la atención. La luz se convierte en el elemento más importante de su obra, ya que a pesar de la naturaleza melancólica de algunas de ellas hay cierta sensación de esperanza en esos juegos lumínicos donde una realidad mejor es posible.

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No importa la temática que desarrolle, ya sean atardeceres en la orilla del mar, noches a la luz de las farolas en pleno corazón urbano, músicos tocando instrumentos, vistas de lugares conocidos… todos ellos son el resultado de una superación particular, de un afán de no rendirse ante las adversidades y de una lección de vida donde la sonrisa, la alegría y la fe en un futuro mejor están presentes y donde la fuerza del espíritu humano deja una honda huella a través de la energía que transmite su obra.