Un artista para considerarse como tal debe ser capaz de transmitir a través de su arte. Jordi Mollá está sobrado en este aspecto. No sólo ha sabido cautivar al público con su faceta como actor, la más conocida de todas también por el hecho de haber estado nominado hasta en cinco ocasiones para los premios Goya. Otra de sus cualidades menos conocidas es igualmente aplaudida por la crítica –esos que saben mucho y hablan más aún- y por el público: la pintura. Como artista plástico también ha tenido la oportunidad de recorrer mundo. A su favor hablan las más de 30 galerías repartidas por todo el globo, que han pujado por mostrar sus obras en sus estancias, desde Madrid a Miami pasando por Londres, San Petersburgo, Buenos aires o Roma en la última década.
Comenzó a tantear con los pinceles en París. La ciudad de la luz no es que le inspirase especialmente, pero las horas muertas en un hotel galo le empujaron a elegir la pintura como medio de expresión y vía de escape a la asfixiante soledad: “Estaba en París grabando la película La cible y no conocía a nadie. No tenía ningún amigo y me temía esos días tan largos de soledad. Fue un antídoto contra la soledad y un gran amigo esto de pintar”. Esto fue hace más de veinte años y, desde entonces, el buen hacer del actor catalán con las artes plásticas ha ido ganando cada vez más adeptos, entre ellos Johnny Depp, que podría considerarse como su principal fan.
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La relación del español con el actor fetiche de Tim Burton comenzó en 2001, cuando coincidieron en la película Blow, donde también trabajaba Penélope Cruz. Aquí se inició una buena amistad, que ha perdurado en el tiempo. Johnny Depp no sólo ha sido testigo de excepción del proceso de creación de algunas de sus obras, sino que además en las estancias de su casa ya reposan hasta diez lienzos firmados por Jordi Mollá.
El estilo de Mollá podría encuadrarse en el impresionismo abstracto. Una técnica influenciada por “cinco o seis artistas”, que parece gustar al público no sólo a la hora de valorar su obra, sino también en el momento de rascarse el bolsillo y hacerse con una de sus creaciones. En abril del pasado año concedió una entrevista al diario ABC con motivo de la presentación de una exposición en la galería Gaudí de Madrid, donde reconoció “meterse en la piel” del artista catalán Antoni Tàpies sin llegar a “ser un falsificador”.
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“Las cruces no están registradas por Antoni Tàpies, son de dominio público y yo soy muy democrático”, aseguraba Mollá al citado medio a la vez que confesaba que “la gente se lleva mis cuadros a casa porque se parecen a Tàpies”. No tiene miedo a las comparaciones y menos si en la transacción sale ganando: “¿Por qué lo hago? Porque la gente tiene miedo a ver algo que nunca ha visto. Por eso yo hago cosas que se parecen a cosas. Ahí el espectador se siente más seguro porque se parecen a Tàpies. Y entonces miran el precio y ven que no valen ni un cuarto de lo que vale un Tàpies. Mira su bolsillo y se lo lleva a casa porque parece suyo”.
Pero no sólo Tàpies es santo digno de su devoción. Jordi Mollá también siente predilección por las obras de Sorolla. Reconoce no tener “una explicación para ello. Los cuadros no se pueden mirar con los ojos, hay que hacerlo con el alma y para mí su obra es especial”. Otro pintor patrio con el que se siente vinculado de alguna forma es Dalí, a quién le gustaría interpretar en la gran pantalla y cuyo papel se le ha resistido hasta en dos ocasiones: “Un actor que no es catalán no puede hacer de Dalí. Si tú no sabes lo que es el delirio de una tramontana en Cap de Creus no puedes llevar adelante el proyecto, pues los personajes que viven allí son todos delirantes”. Una manera redonda de aunar sus dos pasiones, la interpretación con la pintura, y sacar de sí el loco que lleva dentro y que queda reflejado en sus pinceladas.
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