El movimiento es uno de esos instantes que el arte ha intentado inmortalizar con asombrosos resultados al respecto. No importa que los efectos digitales hayan catapultado al cine a una realidad inimaginable superando por completo la necesidad de capturar ese momento. Cuando se habla de representar el movimiento es en las artes figurativas donde surge esa curiosidad experimental que lleva a muchos artistas a dedicarse a indagar y profundidad sobre todas las posibilidades que tiene esta acción tan cotidiana.

Isabel Miramontes no sólo se ha interesado por el movimiento de la figura humana, también su combinación con la expresión de emociones, impresiones y poses. La escultura siempre ha sido su campo de batalla particular donde enfocar su propio conocimiento interior, su mundo interior.  Y, a través de él, ha conseguido expresar de una manera muy profunda su visión del movimiento, no tanto exterior, sino como una metáfora de la energía o alma interior que cada figura humana posee.

El resultado son obras de un arraigado sentido de la vida, con un alma interior rico y particular, que queda expresado mediante la utilización de bandas de acción que recogen ese particular movimiento vibracional que todo ser posee. Un movimiento espiritual que nace de las raíces de la propia autora, de la Galicia profunda, antiquísima y tan rica de significados que el mundo celta le otorgó y que luego se vio reflejado en ese camino espiritual que recorre sus tierras y atrae a millones de peregrinos de todo el mundo.