No hace mucho, alguien me comentaba que le había dado una cinta de casete a su sobrina de año y medio, y el primer gesto de la pequeña al coger la cinta había sido deslizar el dedo pulgar como si quisiera arrastrar la pantalla de un teléfono móvil. Obviamente, en la cinta no ocurrió nada y la niña decidió ignorarla, supongo que por considerarlo un “objeto aburrido” ya que no podía interactuar con él.
La interacción, esas relaciones “virtuales” sin las que parece que la mayoría de nosotros ya no podemos vivir parece ser uno de los temas que, a simple vista, plantea el inminente estreno de la semana, la nueva película de Spike Jonze: HER, que relata la historia de un hombre abandonado por la mujer de su vida, que al sentirse solo decide instalar en su móvil un programa de interacción, con el que empieza a sentir cierta compañía y con el que acaba teniendo una especie de “relación”. Y hasta aquí podemos leer habiendo visto sólo el tráiler de la película. Jonze defiende contra viento y marea que su película habla de la conexión entre dos, pero lo cierto es que esta conexión que se plantea no es de uno a uno, sino de uno a…»algo». Sin embargo, todo apunta a que HER va a ser una historia que irá mucho, muchísimo, más allá. Y, todo hay que decirlo, ya era hora de que alguien tratase de lleno este tema, porque lo queramos o no, ya nos hemos dejado arrastrar por esa inteligencia artificial que en su día empezaron a tocar películas como Metrópolis, o después Blade Runner. Nos hemos dejado arrastrar y además hemos acogido, e incluso amamos, esa inteligencia de las máquinas; aunque nosotros hayamos adoptado una versión más pequeña y portátil en nuestros teléfonos móviles. No hace falta conocer una grandísima muestra de personas para reconocer que las máquinas somos nosotros o, al menos, lo somos en esa parte que nos esclaviza a una tecnología que no hace sino “simular” humanidad.
[photomosaic ids=»9171,9172″]
¿Estamos ante el principio (o el fin) de una era? ¿Hemos entrado ya en ella? Lo cierto es que el cine viene apuntando en esta dirección desde ya hace bastantes años, y nosotros o bien no nos damos cuenta o preferimos ignorarlo. Sólo parecen darse cuenta los guionistas y directores que no hacen más que escribir películas sobre súper máquinas destructoras del universo y ordenadores malvados e infinitamente más inteligentes que nosotros.
El cine se ha encargado a lo largo de décadas de remarcar esta situación hipervirtual que vivimos hoy en día. Ciertamente, el cine ha enseñado en muchas ocasiones el lado oscuro de la moneda, se ha encargado de mostrarnos esa cara que posiblemente no llegue a pasar nunca porque “los humanos están por encima de todo”: el lado de la tecnología descontrolada. El cine ha imaginado macro ordenadores observadores del medio y con personalidades propias que llegan a evolucionar, como Hal 9000 en 2001: Odisea en el Espacio, capaz de cualquier cosa con tal de dar prioridad a su propia supervivencia. Lo mismo pensaba el sistema de inteligencia artificial Skynet, en Terminator: la raza humana debía ser eliminada ya que era una amenaza para la propia máquina. Algo parecido ocurría en una película que pasó bastante desapercibida en su estreno en 1982 y que, sin embargo, ha sido después considerada de culto por su introducción a una parte de la ciencia ficción de la que aún no se había hablado demasiado, la realidad virtual. Esta película no es otra que Tron y, en ella, el protagonista, Flynn, es absorbido a un mundo digital del que puede escapar solo si encuentra al programa de seguridad que da título a la película. En este mundo digital, dominado por el CCP (Control Central de Procesos) todos los programas tienen vida propia y se parecen físicamente a sus creadores.
Aunque si hablamos de máquinas que dominan el mundo, la estrella que brilla sobre el firmamento es sin duda The Matrix, en la que directamente y sin miramientos se nos muestra una especie de El Show de Truman en el que absolutamente todo está controlado (secretamente para los «humanos») por las máquinas. Y no es que The Matrix tenga algo que ver con El Show de Truman, sin embargo sí que en ambas hay un “despertar” de los protagonistas; claro que si Truman Burbank se hubiera enterado de su historia (hubiera despertado) en el mismo lugar donde se despierta Neo… igual le hubiera dado un parraque. Muerto ipso facto.
[photomosaic ids=»9173,9174,9175″]
Pero el cine no sólo nos ha mostrado la inteligencia virtual en forma de puras máquinas o computadoras. También la hemos visto trasladada a formas más humanas como pueden ser los robots en películas como A.I, El hombre bicentenario o la ya mencionada obra de culto Blade Runner. Claro que también ha ocurrido lo contrario, el cine también ha sido responsable de convertir a las personas en máquinas, y qué mejor ejemplo de ello que Jarvis, mayordomo estrella de Los Vengadores en los cómics de Marvel, reconvertido en J.A.R.V.I.S en el cine, una computadora perfecta que además de ayudar a Iron Man a ponerse su complicadísimo traje de superhéroe, era la responsable de controlar toda su casa (y menuda casa).
[photomosaic ids=»9176,9177,9178″]
Ya hemos perdido la cuenta de la cantidad de máquinas que han ideado planes maquiavélicos contra la humanidad: Ariia (La conspiración del pánico), V.I.K.I (Yo, Robot), EDI (La amenaza invisible), Madre (Alien) con su mensaje de “tripulación prescindible” o La Reina Roja (Resident Evil, videojuego y película) queriendo convertirnos ni más ni menos que en zombies, son claros ejemplos máquinas conscientes en el cine.
[photomosaic ids=»9179,9180,9181″]
Y es que cuando se trata de imaginar, ya sabemos que no hay límites. Y en el cine menos. La ficción tiene la peculiaridad de dar infinitas posibilidades, de plantear cantidad de temas que de otra manera serían difíciles de plantear o, como mínimo, de plantear claramente.
Ya no nos asusta la máquina consciente porque quizá pensamos que podemos superarla. El miedo real llega cuando los sentimientos, traspasan los límites de lo virtual. ¿Podemos enamorarnos de una máquina? Esa línea cada vez más fina es un tema peliagudo que también planteó en cierta manera la mini serie Black Mirror en su primer capítulo de la segunda temporada el año pasado.
La serie se caracteriza por llevar al extremo temas a la orden del día, como la política, la realidad virtual, incluso ha llegado a jugar con el reality de TV de manera bastante cruel. Pero lo planteado en ese episodio es de lo más brutal que se ha planteado hasta la fecha. Y da miedo REAL. Ambientado en un futuro próximo vemos como toda nuestra personalidad se puede recrear a partir de los videos y fotos que compartimos, nuestros tuits, de facebook… Nuestra personalidad está viva en el mundo virtual y, por tanto, si morimos, nuestros seres queridos pueden seguir manteniendo contacto con nosotros a partir de esa “persona virtual creada”. Si ya de por sí esto da qué pensar, el capítulo pasa de ahí a plantear el encargo de una versión robótica (un androide, vamos) hecho a partir de esa “persona virtual» que has dejado en tu paso por la vida, y que es físicamente igual a ti. El final del capítulo es casi más aterrador que el principio.
Y es que el miedo a la destrucción por las máquinas ya lo tenemos más que superado. Tantos ejemplos nos ha dado el cine y siempre acaba ganando la humanidad, no era difícil. Pero ¿tenemos miedo a vernos sentimentalmente afectados por una máquina? Y no el sentimiento que sentimos cuando estalla la pantalla del iPhone… Miedo a la pregunta de: ¿se puede amar a una máquina? ESE es el miedo real. El tema que, a priori, plantea Her no parece distar mucho de lo que se puede llegar a sentir viendo el capítulo de Black Mirror.
Her expone una inteligencia artificial con conciencia plena, una inteligencia que puede evolucionar, aprender e incluso llegar a ver al ser humano como algo experimental. Y no al revés. No debería extrañarnos que alguien haya decidido llevar este asunto a la pantalla. Quizá los personajes o el hiperrealismo con el que Jonze acostumbra a retratar su realidad estén un poco llevados al extremo, pero en el fondo y, con miedo de que suene a paranoia absoluta, este es un tema que ya está aquí (que diría el siempre sabio Fox Mulder). Es un tema que debería interesarnos. Es algo que vivimos cada día, en cada mensaje de whatsapp, en cada tweet que mandamos a personas que ni siquiera hemos visto ni una vez. Es cierto que, en estos casos, sabemos que “al otro lado de la máquina” SÍ hay alguien, pero lo importante no es eso, lo importante es que estamos perdiendo cualquier tipo de interrelación personal física; podemos llorar, reír, sentir o llegar a enamorarnos de una serie de frases leídas a través una pantalla. ¿Es lógico? Que sí, que la evolución nos permite comunicarnos de formas impensables, y en cuestión de segundos. Pero lo cierto es que sólo hemos aprendido a interactuar con un sistema de números binarios y, como mínimo, deberíamos plantearnos qué pasaría si desapareciera de repente… ¿volveríamos sin ningún tipo de problemas a relacionarnos como lo hacían, por ejemplo, nuestros padres y abuelos? Yo, sinceramente, creo que las pasaríamos canutas.
Ahora no puedo dejar de pensar en lo bonito que es llamar a mis amigos del pueblo a gritos por la ventana. Es que allí no hay telefonillos. Ni cobertura.
PINCHA AQUÍ PARA VER EL TRÁILER
Villa_4_The_Win (@JAVillajos)
«qué pasaría si desapareciera de repente… ¿volveríamos sin ningún tipo de problemas a relacionarnos como lo hacían, por ejemplo, nuestros padres y abuelos?»
Eso me planteé yo cuando empecé a ver la serie Revolution!!
Muy bueno! un buen viaje al pasado (Filmográfico) y a un posible futuro jejeje
David Molina #SíSí (@DMRtw)
Madre era una Motherfucker PC !
Evaristo Garcia
Si se puede estar enamorado de una máquina. Yo me casaría con mi Chef O Matic o con mi Lavavajillas, pero legalmente (lo he preguntado) no me dejan