Un año más, los hornos pasteleros de toda Centroeuropa se ponen en marcha para elaborar un sinfín de panes de jengibre que estarán presentes y decorarán las mesas de todos los hogares, como manda la tradición navideña desde hace siglos. Pensando en este dulce típico es fácil caer en la tentación y traer a la memoria a esa galletita simpática de la factoría Dream Works llamada Jengi que acompaña al más que conocido ogro Shreck en todas las aventuras de la saga. Nada más lejos de la realidad, Jengi es un personaje entrañable tomado de la tradición popular pero con mucha historia que contar.
Ya los griegos y los romanos preparaban un pan endulzado con miel que se terminaría transformando en lo que hoy conocemos como pan de jengibre. En muchos escritos de la época se recoge la costumbre de repartir pan de miel a los pobres en determinadas ocasiones o festividades. El hecho de añadir miel al pan no sólo consistía en el acto de endulzar el mismo sino que servía como conservante natural al igual que muchas otras especias, como la pimienta.
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Los primeros panes de jengibre que conocemos se empezaron a producir en los monasterios durante la Edad Media. Los monjes solían añadir pimienta para hacerlos más picantes y poder acompañarlos con vino en las comidas. Por ello no es de extrañar que este dulce se denomine ‘pan de especias’ en Austria y pfefferkuchen o ‘pan de pimienta’ en Alemania. Se habla de hasta 90 variedades diferentes de este tipo de pan según las especias que lo conformaran, aunque el más común era el pan de miel.
La receta de este dulce pronto se extendió desde Alemania al resto de países centroeuropeos hacia el siglo XIV, siendo la zona checa la más reconocida en su elaboración. Tal era su fama que los artesanos jengibreros se asentaban en la Plaza Vieja de la ciudad de Praga y la terminaron bautizando con el nombre de Celetná , que deriva de la palabra alemana zelten que significa pan o pastel. Sin embargo, la región que realmente se especializó en su realización fue Pardubice, donde se podían encontrar verdaderas dinastías de maestros jengibreros cuyos caros moldes de madera y recetas secretas pasaban de generación en generación. Y no sólo eso: el gremio de maestros exigía unos estrictos requisitos como fabricar este dulce en la región donde habían aprendido el oficio, estar casados y pagar una cuantiosa cuota de dinero para poder formar parte del mismo. Con estas exigencias no es de extrañar que fuera un dulce sólo apto para los bolsillos más acaudalados de la época, aunque este hecho cambió a partir del siglo XIX con la producción en masa del mismo.
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Y es durante este siglo cuando el pan de jengibre empieza a convertirse en una obra artística a través de la decoración del glaseado. Al principio, simplemente se decoraba con imágenes impresas de caballos, santos, flores, espejitos… Pero pronto aparecieron los colorantes que permitieron un mayor repertorio decorativo en el glaseado. Es más, los motivos de pan de jengibre han ido cambiando a lo largo de los siglos y han permitido una mayor variedad de formas desde corazones, figuras de santos o reyes hasta trenes, pistolas, relojes, belenes, campanas, casitas navideñas e incluso la Casa Blanca o el castillo de Hogwarts.
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Todo ello ha motivado que cada año se celebren diferentes competiciones de pan de jengibre que abarcan desde República Checa pasando por Estonia, Letonia, Lituania, Alemania, Inglaterra, Austria…, donde los artesanos hacen gala tanto de sus habilidades gastronómicas como artísticas. Así, este año los artistas Henry Heargreaves y Caitlin Levin han realizado una serie sobre museos contemporáneos en pan de jengibre que ha sido noticia en todo el mundo.
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Una rica y sabrosa tradición que no sólo llama la atención por su decoración sino también por su endulzado gusto que resulta una obra de arte para el paladar y el resto de los sentidos aunque, en muchos casos, dé pena degustar.
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