Eva. Un simple nombre. Tres letras del alfabeto. Y un castigo universal dado por Dios a la raza humana. Ante este relato bíblico muchos se habrán llevado las manos a la cabeza. ¿Cómo por haber comido simplemente el fruto de un árbol Eva comete el mayor pecado de traición contra el Altísimo? Pobre Eva. ¡Pollito, la que has liao! En otra como ésta se habrá visto. Pero todos ya sabemos que la culpa fue de la serpiente. Sí, esa que no para de decirnos que hagamos cosas que no se nos hubieran ocurrido por nosotros mismos. A pesar de ello, Eva es un nombre que ya lleva implícito el significado de la tentación y el pecado por haberle hecho caso a esa serpiente. Y lo peor de todo: haber convencido al pobre Adán de comerlo también.

Muchas lagunas en torno a este pasaje bíblico rondan por las mentes. Poca información y muy mal transmitida. Los motivos, muchos. El principal, las traducciones erróneas o poco concretas al pasarlas de una lengua a otra. La más trágica, la elección de textos al azar por los denominados Padres de la Iglesia, desechando unos en pos de otros más afines con la finalidad de la institución en aquel momento.

El nombre Eva (Javáh) significa la “dadora de vida”, lo que vendría a ser la primera madre de todos los vivientes. Cuando Dios creó a Adán lo hizo como una única alma, un único ser. De esa única alma brotó Eva, su compañera, su alma gemela, su mitad complementaria. De ahí que se recurriese al simbolismo de la costilla de Adán para crear a su compañera. Dios insufla el soplo de vida en Adán a través de su nariz para que llegue a sus pulmones y, las costillas, protegen los pulmones. Ese soplo de vida es el alma, de ahí que la costilla se utilice para referirse a Eva, su parte complementaria. Así, Dios envía a estas dos almas al Paraíso a vivir para completar su creación del mundo.

En el Jardín del Edén todo era maravilloso. Un paraíso lleno de árboles, animales y plantas de todo tipo, donde el alimento surgía sin necesidad de cultivar la tierra y un río, que transcurría por sus terrenos, se dividía en los cuatro ríos que bañan Oriente Próximo: el Tigris, el Eúfrates, el Pisón y el Gihón. De entre todos sus árboles había dos en especial que merecían un interés diferente: el Árbol de la Vida y el Árbol del Conocimiento.

Mucho se ha especulado sobre qué tipo de árboles podrían ser estos dos. En el Zohar hebreo, el Árbol del Conocimiento, aquel que despertaba la dualidad en el mundo, se trataba nada más y nada menos que de una higuera. Este árbol, cuyo nombre en hebreo es teenáh, tiene la misma raíz que la palabra hebrea taanáh, que alude al placer físico. Poco más que añadir a su significado etimológico. De ahí que la higuera y que su fruto, el higo, hayan adquirido un significado o connotación un tanto sexual, sobre todo el segundo, que ha designado los genitales femeninos desde tiempos remotos hasta día de hoy.

En su contrapartida, el Árbol de la Vida, aquel que mantiene la unidad entre los hombres, aquel que permite el ascenso después del descenso a la dualidad marcado por el Árbol del Conocimiento, estaba representado por una palmera datilera. La palmera o tamar equivale, en la suma de sus letras en hebreo, a la palabra sol, shemesh. El sol siempre se ha relacionado con la presencia de Dios en el cristianismo y con la belleza del espíritu. Y Dios es símbolo de la unidad. El fruto de la palmera es el dátil, aquel que es femenino por dentro y masculino por fuera, aquel que mantiene la unidad en su forma frente a la dualidad que representa.

En todo este frenesí de belleza, pureza y paz universal aparece un elemento ligado a esa higuera o árbol de la dualidad. Se trata de la serpiente. No hay mejor animal en la fauna universal para explicar mejor el concepto de dualidad universal que este reptil representa. La serpiente mata con su veneno, pero también cura porque posee el antídoto contra ese veneno. Para luchar contra una serpiente se necesita así otra serpiente. De ahí que el símbolo de la medicina y las farmacias sean dos serpientes enroscadas a un caduceo. El caduceo representa la vara mágica, aquella que cura, aquella que mantiene el equilibrio entre el veneno y el antídoto, entre la salud y la enfermedad. Dominar a la serpiente representa así el dominio de los instintos, la inteligencia y la astucia, algo que ya realizaron los grandes profetas de las Sagradas Escrituras y los héroes mitológicos.

Sin embargo, Eva se ve tentada por la serpiente. El reptil se vuelve de lo más seductor y convence a Eva para que coma del árbol prohibido. En los textos bíblicos no aparece el nombre del fruto en cuestión. Históricamente se ha atribuido al manzano el nombre del árbol del que comieron Eva y su mitad complementaria, Adán. La mala fama de la manzana prohibida alude más a su significado etimológico que a la realidad del relato. Y nunca mejor dicho. Malum en latín es el plural de manzana. Malus significa malo. Un error de traducción determinó que malum se confundiera con malus y así la manzana pasó a ser la fruta prohibida del árbol de la dualidad.

Cuando Eva como el fruto de la higuera se produce como un despertar, una apertura de ojos. Este fenómeno no es otro que el paso del alma a la condición física humana a través del sexo. La dualidad se ha manifestado en forma de conocimiento. Eva se da cuenta que posee un cuerpo humano y que está desnuda. Rápidamente acude a taparse con las hojas de la higuera. Su compañero hará lo mismo. La serpiente, la astuta e inteligente, con ese acto suscita la aparición de la «piel «que pasará a tapar la luz paradisiaca que emana el alma humana de los protagonistas y los obliga a separarse de su condición «pura». El despertar se convierte en un veneno, una caída al mundo físico, cuyo retorno necesita de un antídoto que la misma serpiente, como hemos visto, lleva en su interior. Y ese es el verdadero castigo que Dios impone a Adán y Eva: el regreso al Paraíso recobrando la unidad perdida.

Como hemos visto, la interpretación del relato varía con respecto al Génesis bíblico. Las representaciones de Eva son siempre fieles a la Biblia, sobre todo durante la Edad Media y el Renacimiento. Y en todas ellas se enfatiza el error cometido por Eva. De ahí que, la imagen femenina, siempre se haya asociado al concepto del pecado original y que, en muchas culturas, la figura femenina haya sido considerada inferior a la masculina. Malas traducciones dan lugar a malas interpretaciones. Y esas interpretaciones en malas manos pueden llegar a causar graves consecuencias. Eva será siempre la figura de la madre de la humanidad, la primera mujer con piel y condición física humana, la dadora de vida, el alma gemela de Adán.
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