Cuando se piensa en la ilusión óptica en el campo del dibujo y la pintura pronto surgen las obras del conocido artista Escher. El neerlandés era capaz de inventar y crear escenarios repetitivos sin principio ni final, sumergiendo al espectador en un mundo ilusorio, divertido y constante en un laberinto imaginario y particular. Es conocido que una de sus fuentes de inspiración fueron los motivos de la Alhambra de Granada, cuando visitaba nuestro país allá a comienzos del siglo pasado, y que su repetición le llevó a un nuevo concepto del espacio.

Sin embargo, es ahora Escher el que es fuente de inspiración para muchos artistas. Es el caso del canadiense Robert Gonsalves quien ha encontrado en el artista holandés una fuente de creatividad y de ideas para sus obras. Si a ello se le añade el influjo de un surrealista Magritte, el resultado puede ser interesante.

Sus pinturas resultan fruto de una imaginación desbordante, de un sentido práctico de aunar temáticas y secuencias, una fantasía única y una capacidad de jugar con los efectos ópticos que no deja indiferente. En muchas de ellas, el pasado y el presente parecen entremezclarse como en un sueño premonitorio que quiere llamar la atención sobre algo en concreto. El elemento onírico es una constante en toda su obra, a veces de forma abrupta y otras en forma más suave, permitiendo encontrar sentido a cada uno de los símbolos que aparecen en el cuadro.

A veces muchas de sus composiciones parecen sacadas del argumento de un cuento creado por un niño y otras tienen un trasfondo más denso. Pero todas ellas tienen en común el elemento sorpresa que engancha al espectador y le hace partícipe de su narración, de su mundo interior rico y auténtico.