“Ruega a nuestro Creador, que yo sea capaz de mostrar la naturaleza del hombre y sus costumbres de la misma manera que describo su apariencia física”. Con esta sentencia Leonardo da Vinci expresa su idea de que la reproducción de la conducta humana sobre el papel dependía del conocimiento profundo de la apariencia externa del retratado. Con ello queda claro que para pintar un retrato no sólo basta con dibujar la apariencia exterior del ser humano, sino también el interior del mismo. Ello es aplicable, a su vez, al paisaje que rodea al retratado y a todo lo que forme parte de él. Este principio de retratar el microcosmos dentro del macrocosmos es el resultado de un profundo conocimiento de la naturaleza en todos sus campos.
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No sólo se trata de simple curiosidad. El genio de Leonardo tuvo la fortuna de entrar en contacto con la naturaleza desde su más tierna infancia y de explorarla a través de experimentos e investigaciones que él mismo desarrollaba. Siendo ya adulto y un conocido artista, Leonardo se dedicó al campo de la investigación por una razón práctica: cualquier problema que se presentaba ante él le llevaba a buscar una solución y a estudiar en profundidad cualquier rama de la ciencia. Así, sus estudios sobre óptica y perspectiva lineal responden a un anhelo por profundizar en ese campo, al arrepentirse de haber rechazado una oferta para dar clases privadas sobre perspectiva en el taller de su maestro, Verrocchio. Sus estudios sobre bóvedas y arcos responden a la necesidad de encontrar la solución del derrumbe de un edificio. Todo se debía a una cuestión puramente práctica y útil de resolver enigmas planteados en la realidad cotidiana.
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Cada una de sus investigaciones le llevó a una especialización en diferentes áreas. Sus investigaciones sobre hidráulica le sirvieron de base y apoyo para desarrollar el estudio sobre el sistema vascular humano y entender el torrente del flujo sanguíneo. A la vez, la hidráulica le sirvió para desarrollar y entender el proceso de aerodinámica y el vuelo de los pájaros. Por otro lado, sus conocimientos sobre perspectiva, topografía, mecánica y geología le sirvieron para crear esclusas y sistemas de regadío, puentes y presas. Cada especialización le llevaba a otro nuevo campo que a su vez le servía para entender y aplicar soluciones a los anteriores. Un conocimiento completa a otro y viceversa. Y, justamente, es por eso que Leonardo es el mejor ejemplo de humanista del Renacimiento.
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Nunzio Paci no es precisamente un humanista en los tiempos que corren. Es un artista consagrado al arte de la pintura. Pero su obra intenta seguir ese principio leonardesco de encontrar el microcosmos que conforma y permite plasmar el macrocosmos del que forma parte. Nacido en Bolonia, en 1977, este italiano sintió verdadera curiosidad por la naturaleza y los elementos que forman parte de la misma desde muy pequeño. No es de extrañar que, habiendo nacido y crecido en la provincia vecina a la Toscana, su principal temática a plasmar sea el cuerpo humano y los estímulos que recibe, como el célebre artista florentino.
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Ha desarrollado su actividad profesional por toda la península itálica, además de haber sido becado y haber tomado contacto con el arte que se desarrolla en China, Suiza o Bosnia-Herzegovina. A pesar de esta toma de contacto con otras influencias, es patente que su obra está totalmente desarrollada bajo la influencia toscana y en concreto, del maestro Leonardo. La distancia que separa Bolonia de Florencia es tan sólo de 90 kilómetros, por lo que es lógico que esa influencia esté presente en sus pinceles.
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A pesar de ello, su obra se distancia claramente del carácter práctico del toscano. Nunzio intenta mezclar imaginación y realidad en sus “disecciones” humanas, combinando elementos naturales de todo tipo: humanos, animales, botánicos… Podría decirse que el boloñés da un paso más en la evolución de la especie a través de sus híbridos. Uniendo cada uno de los elementos parece haber interiorizado el mensaje de que todos los elementos vivos comparten una forma única y parecida de desarrollo interior y que, en ese sentido, el sistema circulatorio humano responde con sus ramificaciones a las de las ramas de un árbol. Microcosmos dentro del macrocosmos queda totalmente asumido por el boloñés en un arte anatómico que disecciona la realidad de una forma muy particular y peculiar.
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