Fotografiarse dando un salto es una de esas maravillosas costumbres que se ha vuelto parte de la vida cultureta y, por qué no decirlo, instagramera, de todo amante de la fotografía y de los viajes que se precie. ¿A quien nunca se le ha ocurrido hacerse una foto “jumping” con algún paisaje paradisiaco de fondo, en una inmensa playa, o con una gran montaña nevada a sus espaldas?
Apretar el botón en el instante preciso y captar esa imagen única e irrepetible es algo que Philippe Halsman descubrió en una época quizá complicada de su vida, una época algo loca, que dedicó por completo a fotografiar ese lado menos lógico, pero también más real, de las personas. Ese click inspirador o, más bien, liberador, fruto de una vida venida a menos al verse acusado Philippe Halsman de parricidio en esta misma década. Su tarea pendiente durante mucho tiempo fue volver a construir su vida desmontada. Así, desmontar a las celebridades, fue su punto fuerte. Lo consiguió con su cámara, su ironía, su humor, sus conocimientos técnicos y, quizá lo más importante: una admirable capacidad a lo largo de toda su carrera para adaptarse a nuevos lugares, medios y formas narrativas.
Halsman comenzó su andadura en la fotografía de altura allá por los años 40, cuando empezó una serie de fotografías a modo de colaboración con Salvador Dalí. Siendo amigos como eran, las diversas creaciones que ambos protagonizaron, dio fruto una de las más famosas y surrealistas fotos de Philippe Halsman: Dalí Atomicus, con un Salvador Dalí totalmente suspendido en el aire, rodeado de objetos que le acompañan también, flotantes. Surrealismo encerrado en una captura fotográfica. La raíz y germen de todo su posterior trabajo en profundidad del “salto” como tema fotográfico y todo lo que ello conlleva, sin duda estaba ya en ese Dalí Atomicus.
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A principios de los 50, y durante seis años, Halsman empieza a pedir a los famosos que retrataba que saltaran para él al final de la sesión fotográfica de turno. No sólo de famosos del cine constaba el experimento. Su genio artístico le sirvió de aval para que personajes también del mundo de la política y de la realeza, quisieran saltar para él. Este experimento en conjunto, daría como resultado la serie Jump Portraits, recogida en el libro Jump Book, y consagraría a Halsman como el inventor del «jumping style» o «jumpology».
En un salto, el protagonista, en una repentina explosión de energía, supera la gravedad. No puede controlar todas sus expresiones, su gesto en la cara y los músculos de sus miembros. La máscara se cae. La persona real se hace visible. Uno sólo tiene que atraparlo con la cámara.
Desde luego razón no le faltaba. No hay más que echar un vistazo a su álbum de saltos y comparar, sin ir más lejos, los saltos fotográficos de personajes cinematográficos con los saltos de personajes de la realeza. En cada retrato, inevitablemente, está impresa la personalidad real del retratado.
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Algunos de sus retratos de famosos se han convertido en auténticos icónos, han sido copiados una y otra vez en publicaciones o en anuncios, en nuevas fotos y en cuadros. Con el récord de 101 portadas en la revista “LIFE” no es para menos. Por la cámara de Halsman pasaron las más grandes personalidades de la época, entre ellas Alfred Hitchcock, Grace Kelly, los Kennedy, Anjelica Huston, Rita Hayworth o el mismísimo Andy Warhol. Fue la revista “Life” la que le dio vía libre a Halsman para poder mostrar su visión de la realidad y para poder viajar con encargos como el de buscar a las mujeres más elegantes del mundo o a las jóvenes promesas de Hollywood, misión en la que conoció a una aún novata Marilyn Monroe, de la que quedó encandilado y a quien volvería a retratar en varias ocasiones más. Marilyn fue de las pocas que rehusó saltar para él en un principio. Pero sí que lo hizo años después, donde incluso brincó de la mano del propio fotógrafo.
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Pese a su éxito como retratista, el autor mantuvo vivo su lado más artístico, más personal, ese que le permitía seguir avanzando en cualquier dirección. Es el caso, por ejemplo, de los retratos que realizó a Jean Cocteau en 1949 a veces con dos cabezas, a veces con tres piernas, a veces con seis manos.
Ningún escritor es acusado de escribir lo que está en su imaginación. Ningún fotógrafo debería ser acusado cuando, en vez de captar la realidad, intenta mostrar cosas que sólo ha visto en su imaginación.
Nadie debería ser acusado por imaginar. No dejemos de imaginar o estaremos perdidos. Dichotodo esto, ¿se acordará el lector de la genial película La vida secreta de Walter Mitty? Apliquémonos más el cuento…
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