Al mal tiempo, buena cara. Eso dicen. Y en Everest se aplican bien el cuento. Para empezar, la película, dirigida por Baltasar Kormákur es un chorreo de personalidades cinematográficas, unas mejor que otras en sus papeles. Hay que decirlo. Quizá la manufactura de guión no fue tan productiva como se presumía, y además de introducir más guionistas, la producción tuvo que empezar a introducir celebrities en la cinta…
Porque seamos francos: Everest tiene bastantes puntos huecos… ¿por qué los personajes se preguntan la razón por la que suben al Everest, habiendo llegado ya hasta allí?, ¿por qué algunos de los personajes son tan poco creíbles aún estando inspirados en personas reales? ¿POR QUÉ leches hay un jarrón de flores en un campamento base en medio del Himalaya? ¿por qué la película desinfla tanto en un tramo final absurdamente acelerado y brusco? ¿por qué demonios Hollywood se empeña en meter el 3D en absolutamente TODO? Estas son sólo algunas de las preguntas que por lo pronto se agolpan tras ver la película, pero lo que resulta aún más inquietante es que aún así Everest también tenga aciertos que subyacen, y que a la que escribe le resultan cuanto menos interesantes y destacables.
En la película, hay algo que llama la atención a pesar de que se hace brevemente y casi de pasada, pero de manera muy contundente; y es poner en entredicho a las compañías organizadoras de excursiones en la zona: “ojalá alguno de los alpinistas regrese habiendo hecho cima este año”, una simple frase para resumir el grado de interés y buena publicidad que buscan este tipo de negocios de cara a la galería. Una galería, por cierto, maltrecha a raíz de la tragedia retratada en la película.
Otro de sus aciertos es haber dejado a la montaña jugar su función: no encontramos en la película un antagonista como tal, no hay un villano, ni alguien que quiera hacer el mal. Hablamos de un grupo de alpinistas que encuentran su mayor peligro en la montaña en sí. Eso, contradictoriamente, podría haber sido un error catastrófico. Pero Kormákur es consciente de que de haberle dado rienda suelta a todo el potencial de catástrofes que puede sacarse de esa maravilla natural, la película podría haberse convertido en cualquier film de desgracias causadas por las fuerzas de la naturaleza. Así que aquí se hace todo lo contrario, y se deja que sean los protagonistas, las personas, los que lleven las riendas de esa aventura tan peligrosa en la que se convierte coronar un monte como el Everest, un pico que a los ojos del director de fotografía Salvatore Totino es, si cabe, aún más espectacular. La película nos deja escenas aéreas memorables y que son una auténtica maravilla para la vista (la modelo ayuda, está claro). Una maravilla que hubiese resultado aún más espectacular si –de nuevo- el (en este caso inapreciable) 3D no estuviera por medio apagando más que avivando la luz propia que de por sí ya tiene el Everest.
Sin duda es esta la manera de encarar la película para que resulte satisfactoria: dejando que sea la propia montaña la que te maraville, sin pararte demasiado a pensar en la cantidad de personajes que hay y sin esforzarte por localizar en el tramo final a cada uno de ellos: fácil perderse entre tanto traje y tanta gafa de ventisca.
Pero para el que se agobie: oxígeno y a disfrutar de un paisaje que pocos van a tener la suerte de poder tocar alguna vez. Con eso nos quedamos.
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