A veces, los ritos y costumbres de muchos lugares coinciden entre sí. Incluso estando a miles de kilómetros de distancia unos de otros. El artista estadounidense Jay Mohler fue consciente de ello cuando observando a los nativos de la tribu Huichol, en México, sus “ojos de Dios” eran exactos a los mandalas que se realizaban en el Tíbet y sus funciones eran muy semejantes: los primeros los utilizaban para proteger sus campos de cultivo de los fantasmas, los segundos para ahuyentar a los malos espíritus de los hogares.

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Muchas décadas han pasado desde ese primer punto de conexión entre ambas culturas y desde que Mohler empezó a tejer sus ojos. Sus mandalas cada vez resultan más complejos, con seis y ocho caras muchos de ellos. Y los colores que emplea son cada vez más vivos, alegres y divertidos.

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Estos ojos establecen un paralelismo que determina la existencia de una Presencia Superior común en ambas culturas, que toma vida a través de los colores de sus hilos y cuyo fin último es llegar a la felicidad completa del ser humano, protegiéndolo de esos seres exteriores que quieren perjudicarlo por medio del conflicto y las preocupaciones.